"Chegaron un día eses que andaban buscando homes para matalos"

Lola Fuentes nació en Cuntis, un día después de que los fascistas le cortasen el pelo y le diesen una paliza a su madre

Lola Fuentes Buján nació en Cuntis y vive en Moraña. F.S.
photo_camera Lola Fuentes Buján nació en Cuntis y vive en Moraña. F.S.

A su padre ya lo habían avisado de que se fuese de su casa porque esa noche sería su turno, y la banda de asesinos que imponía el terror en Cuntis poco después de que el golpe de estado franquista desatase la Guerra Civil se encontraron en la taberna de O Carapucho con Rosa Buján. Después de haber comido y bebido hasta hartarse, mearon en el vino que se encontraba en los barriles y descargaron su rabia destrozando el establecimiento.

A continuación, uno de ellos agarró el cuchillo, utilizado habitualmente para cortar el pan, y con este instrumento le cortó la larga trenza que caracterizaba su imagen, mientras ella les aseguraba, entre sollozos, que nada sabía del paradero de su esposo y les pedía que tuviesen compasión de la madre de tres hijos. Después, entre todos le dieron una paliza y abandonaron el lugar.

Rosa Buján madrugó el día siguiente. A pesar del dolor que le producían los golpes recibidos, se dirigió hasta la casa rectoral para hablar con el cura, y lo hizo para salvar la vida de su marido, Manuel Fuentes Vázquez.

"Don Santiago, mire como me puxeron", le dijo. "Filla, vaite á casa, xa verás como non che van molestar máis", le aseguró el sacerdote que, como tantos otros en Galicia, tenía en sus manos el poder de la vida y la muerte.

"Horas despois, nacín eu", recuerda Lola Fuentes en la amplia cocina de su casa de San Martiño de Laxe (Moraña), donde huele a café recién hecho y se cuela el sol a través de una ventana, ante la mirada cariñosa de su marido, Manuel Conles Jiménez. Vino al mundo en el año 1939, y su paso por el mismo pudo haber sido fugaz, como era frecuente entonces.

BAUTIZO. La primera preocupación de sus padres fue bautizarla porque la partera era debutante, ella sufrió una fuerte hemorragia y fue necesaria la urgente intervención de otra con más experiencia para evitar que falleciese. "Tiña moitos padriños", comenta Lola Fuentes con humor mientras extiende sus manos.

"Meus pais nunca me contaron nada", expone. Cuando tenía ocho o nueve años, fue su madrina quien le narró lo que le había sucedido a su madre, Rosa, una mujer que nunca dejaba marchar a nadie de la taberna, que también era tienda, con las manos vacías, aunque no tuviese dinero para pagar los alimentos, y también le recordó que ella y sus hermanos siempre estuvieron bien vestidos y no pasaron hambre.

Con cinco años empezó a ir a la escuela, tuvo cuatro maestros y, cumplidos los 17 años, quiso estudiar Medicina, pero no la dejó su padre, que le propuso una alternativa, que cursase Magisterio, porque entendía que entonces era más acorde con su condición de mujer, pero ella tenía muy claro que no había nacido para "pelear cos nenos" y tampoco para dejarse doblegar, y cuando éste cambió de parecer, fue ella la que se negó a matricularse en la Universidade de Santiago, en la que estudió la carrera de Medicina su hermano mayor.

Su padre también se interpuso en su relación con quien es hoy su esposo, que comenzó cuando ella tenía 14 años. Para tratar de evitar lo inevitable, la envió a Vigo, donde vivía con su hermano, pero a la ciudad se desplazaba Manuel Conles desde Moraña para estar a su lado, sin importarle el largo viaje y la distancia que los separaba.

BODA. Se casaron en el año 1956 y su esposo le dijo que estaba dispuesto a llevarla hasta Santiago y a traerla a Moraña durante los fines de semana para que pudiese convertirse en médico, pero el primer embarazo truncó esa posibilidad y se estableció en Moraña, la tierra de su marido, que se fue a Francia, y después a Alemania, donde entró sin documentación alguna y pronto encontró trabajo cerca de Düsseldorf.

Mientras ella criaba a los tres hijos de ambos en Moraña, él ahorraba dinero para arreglar la casa, pero era demasiado el vacío provocado por su ausencia y la convenció de que emigrase, cosa que hizo poco después de dejar de amamantar al más pequeño, cuando tenía 25 años. Ambos trabajaron en una fábrica de papel y ella también lo hizo en una de procesos textiles.

Gallegos, turcos, griegos y españoles procedentes de otras comunidades fueron sus compañeros durante un tiempo, hasta que su marido se planteó que era el momento de regresar.

Manuel volvió solo a Alemania, donde trabajó durante un año. Después se incorporó a la empresa Celulosas, en la que permaneció hasta su jubilación. Mientras, ella enseñó a coser y a bordar a decenas de jóvenes. Alguna de ellas acabó convirtiéndose en un miembro más de la familia, como una chica de Agolada, hasta que se casó y formó la suya.

La casa de Lola Fuentes sigue teniendo las puertas abiertas y su prodigiosa memoria hace posible viajar a través del tiempo y del espacio con sus relatos, en los que no tiene cabida el rencor.

La dos caras de la emigración
Como le sucedió a miles de emigrantes, el trance más duro que tuvo que afrontar Lola Fuentes fue también el más gratificante. Tener que dejar a sus tres hijos a cargo de sus suegros para abrirse camino a miles de kilómetros fue una experiencia dolorosa, reconoce, pero también positiva porque en Alemania sintió que la valoraban por sus actos. Además de cumplir con su jornada laboral, también demostró su capacidad de superación, que le permitió comunicarse muy pronto en alemán y comprobar que aquella sociedad poco o nada se parecía a la española.

"Cre que a mocidade non ten conciencia do moito que traballaron as mulleres para conquistar dereitos que parece que foron outorgados gratuitamente", expone Marcela Santórum en una publicación titulada A ruta das mulleres, editada por el Concello de Moraña.

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