Abel Vidal: "En la ciudad hay más comodidades, lo que no implica mejor calidad de vida"

Abel Vidal junto a su vivienda, en la aldea de Fuentegrande. PATRI FIGUEIRAS
photo_camera Abel Vidal junto a su vivienda, en la aldea de Fuentegrande. PATRI FIGUEIRAS

Abel Vidal Tato nació en el lugar de Fuentegrande, en Forcarei, hace casi 50 años. Tras varios años residiendo en otros lugares por razones laborales, ha decidido regresar al lugar que le vio crecer y donde actualmente reside junto a su madre Concha. Tras fallecer su padre hace unos meses, Abel y Concha son los únicos habitantes de esta aldea del interior pontevedrés, que dista ocho kilómetros de Soutelo de Montes, 20 de Forcarei y 14 de Cerdedo-Cotobade.

Abel cuenta que en el siglo XIX, en 1850, "había 104 personas viviendo en cuatro pueblos de aquí, lo cual da una idea de lo mal que vivía la gente, porque esto no daba para todos". Y es que los residentes de estas pequeñas aldeas vivían "de los animales y de lo que cultivaban, compraban algo en la feria... pero no había un trabajo,no había un sueldo a fin de mes", y ello provocó que "esto se vaciase". "El rural se abandonó un poco porque tal y como se trabajaba de aquella no era rentable".

Así, este forcaricense explica que "a partir de 1950 fue cuando más emigración empezó a haber, la gente se empezó a marchar y bajó la natalidad, con lo cual esto se fue quedando desplazado. La gente se fue, encontró otra vida un poco mejor, y se fue desvinculando de todo esto".

Pese a la soledad de la aldea y la distancia a los principales núcleos de población de la zona, Abel está encantado de vivir en el rural. "Yo aquí estoy a gusto. Se vive más tranquilo y relajado", asegura. Y de hecho, "yo no me planteo irme. Mientras mi madre goce de salud, aquí estaremos. Además, la gente que ha nacido aquí y se ha criado aquí, esta es su vida, y si los cambias de sitio les quitas años de vida", cuenta.

¿Y cuáles son las ventajas de vivir en una aldea casi fantasma? "Pues muchas", dice. "Tranquilidad...es otro tipo de vida. Yo tengo un amigo que vive en Santiago que dice que para vivir en la aldea hay que saber, es una vida muy distinta a la de la ciudad, entonces depende un poco de lo que busques".


Y es que aparte de la "poquita gente" que hay en estas zonas del interior pontevedrés, y que "cuando llegas acostumbrado de la ciudad echas en falta el contacto con la gente", Abel no encuentra ningún otro inconveniente. De hecho, asegura que, pese a la distancia, goza de todos los servicios municipales y realizar la compra o ir al médico le lleva unos minutos en coche. "En la ciudad hay más comodidades, lo que no implica mejor calidad de vida", sentencia, una idea que se hizo todavía más patente durante el confinamiento, pues "fue más llevadero. Prácticamente todos tenemos casa con finca alrededor y al haber menos población y más dispersa no existe ese estrés por el contacto con los demás", dice, y "la prueba está en toda la gente que escapó de la ciudad a las aldeas".

Abel está convencido de que las administraciones pueden hacer algo por salvar algunas de estas aldeas desiertas, como por ejemplo potenciar el turismo rural.

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