Azaña. República y letras

La periodista Josefina Carabias materializó en un extraordinario libro, ahora recuperado por Seix Barral, sus recuerdos alrededor de Manuel Azaña, el gran protagonista de una II República que este miércoles cumple 90 años de su proclamación y en la que la cultura era un motor de cambio

"España se acostó monárquica y se levantó republicana". Esta frase, pronunciada por un ministro ante los periodistas a la salida del consejo celebrado en el Palacio Real el lunes 13 de abril de 1931, tras valorar los resultados electorales de la jornada anterior, marcó un antes y un después en la historia de España.

RepúblicaTan solo unas horas más tarde, el 14 de abril, se proclamaba la II República y ya nada fue igual. Se cumplen hoy noventa años de aquella fecha y pocas maneras mejores de aproximarse a ella que a través de las palabras y los ojos de una protagonista de excepción, la periodista Josefina Carabias quien, a través del libro Azaña. Los que le llamábamos don Manuel, editado por Seix Barral, recupera, no solo la figura del político en su tiempo, sino a esta mujer olvidada por la historia, como a tantas otras mujeres de aquel momento en el que se vislumbraba un anhelo de libertad que, como todos sabemos, tuvo las alas demasiado cortas. Mujeres valientes que desarrollaron una magnífica labor en diferentes campos pero que una sociedad misógina como la nuestra, lo es ahora, imagínense de aquella, hizo de su actividad un acto de resistencia. Ellas se convirtieron en las llamadas sinsombrero destocándose, no solo de esa prenda, sino también de sus únicas obligaciones como madres y esposas que eran a las que debían limitarse frente a cualquier deseo de realización personal y profesional. 

En el prólogo del libro Elvira Lindo define a la que fue "primera periodista profesional" como un "ejemplo de coraje", y así se transmite desde las páginas de este texto que su autora recupera de su memoria en el año 1980 y que no llegó a ver impreso por su muerte. Páginas en las que, de mejor manera que en cualquier manual de historia, se recupera la viveza de lo que fueron aquellas jornadas en las que una bandera tricolor que ni siquiera existía, y que hubo que confeccionar a toda prisa para poder ser enarbolada en la tarde de aquel 14 de abril, llenó este país de la esperanza de una perspectiva laica que proyectara a España hacia un progreso hasta ahora lastrado por tantos años de "cerrado y sacristía", como acuñó Antonio Machado. Y digo lo de mejor que en un manual de historia porque, a parte de ser notaria directa de aquellos hechos, su periodismo es un periodismo vivo, de estar en los sitios, junto a los protagonistas, de ahí que la propia Elvira Lindo no dude en desear que este libro "llegue a las manos de quienes sueñan con ser periodistas" y que de tanta utilidad sería hoy en día a la vista de cómo está el patio periodístico. 

Construye así, Josefina Carabias, una suerte de novela coral, con unos personajes que son parte de nuestra historia y entre los que destaca Valle-Inclán, siempre en todas las salsas, siempre dispuesto a hacer de su lengua espada con la que ajusticiar a quien no estuviera a su altura, lo que era bien difícil y al que Josefina Carabias califica como "el más querido, el más simpático y el más ocurrente", y así protagoniza diferentes pasajes que explican cómo era nuestro vecino en primera persona. Pero el libro gira en torno a Azaña al que el autor de Luces de bohemia calificó como "la cabeza mejor amueblada de la República", y así lo confirma la autora, mostrando su papel en los años previos y posteriores a la proclamación republicana y cómo su figura se movía entre partidarios y detractores desde el primer momento y hasta su muerte en el exilio galo de Montauban. Josefina Carabias ya había hecho buenas migas con el futuro presidente de la República durante su etapa como presidente del Ateneo de Madrid, forjándose una relación de confianza que se mantendría durante los años previos al alzamiento militar que, como tantas cosas en este país, hizo saltar por los aires. El Azaña culto e ilustrado, que pretendía de nuestra República un itinerario de formación del ser humano gracias al poder de la cultura, rápidamente se encontró con las fisuras de una sociedad con demasiadas tensiones y con demasiados empeñados en que esas ansias de libertad del individuo, de formación personal y de laicismo fracasasen. 

Azaña era un hombre de letras, no solo por esa presidencia del Ateneo donde lo más granado del parnaso literario español ponía sus pies sobre las viejas moquetas de la institución, ajada como este país hasta la llegada del futuro presidente, y que fue quien de renovar, sino que a esas alturas ya había escrito una novela de cierto éxito, El jardín de los frailes, reeditada recientemente por Nocturna ediciones y en la que recupera sus vivencias en un colegio religioso de El Escorial. Si nos asomamos a este texto nos encontramos ante la persona que se da cuenta de que la Iglesia era un freno para esa regeneración de España y como, en sus propias palabras, "mi rebelión personal sobrevino en la buena compañía de las letras". Letras que se fueron torciendo en el devenir de la historia y ante las cabezas que embisten más que piensan.

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