Fernando de Felipe: "El cómic no se deja fácilmente; es una droga muy dura"

Dejó de dibujar hace más de 20 años. Ahora ha vuelto a hacerlo a escondidas. "Me encierro en habitaciones a hacer garabatos". Convertido en autor de culto, Fernando de Felipe está este viernes en la Librería Paz de Pontevedra para presentar la biblioteca de sus títulos que está publicando ECC.

 

Fernando de Felipe junto a la portada de su cómic 'Nacido salvaje' en una foto cedida por el propio autor.
photo_camera Fernando de Felipe junto a la portada de su cómic 'Nacido salvaje' en una foto cedida por el propio autor.

Apasionado de la enseñanza, le dijo que no a Guillermo del Toro para seguir ejerciendo como profesor universitario. En Blanquerna-Universitat Ramon Llull es donde da clases Fernando de Felipe (Zaragoza, 1965), autor de una obra de culto en cómic, que está reeditando ECC Ediciones, y guionista de películas como Darkness, de Jaume Balagueró. Este viernes (19.00 horas, entrada libre) estará en la Librería Paz hablando con Kiko da Silva de su obra gráfica.

¿Cuántos años lleva sin dibujar?
De mi último cómic, El hombre que ríe, se cumplen ahora exactamente 30 años. Yo diría que llevo unos 25 años sin dibujar. En casa no tengo ni estudio. Mi mujer y mi hijo no me han visto dibujar jamás. En estos años me he dedicado al cine y a la universidad y dejé aparcadísimo el cómic.

¿Y eso por qué? ¿Qué pasó para que lo dejase de esa forma tan abrupta?
Coincidió con un momento de caída de mercado brutal a nivel nacional. Entonces yo ya trabajaba casi exclusivamente para el extranjero. Dejó de interesarme el mercado al que había que dedicar los esfuerzos. Un mercado industrial. Toda la libertad creativa que había tenido hasta ese momento desapareció y había que circunscribirse a un canon muy concreto, a un tipo de narrativa y de dibujo, que no me interesaba en absoluto y que era justo lo contrario de lo que yo había hecho siempre, experimentar con géneros, narrativas y estéticas, saltando de una cosa a otra, en un proceso súper salvaje. Digamos que el mercado pudo conmigo. Me invadió el aburrimiento y la sensación de que me iba a convertir en un funcionario de mí mismo.

Durante mucho tiempo fui una especie de desaparecido en combate. Ni aparecía en retrospectivas. Llegué a tener la sensación de que todo aquello era como un espejismo y no le importaba a nadie.

¿Lo echa de menos?
Ahora. Ahora lo estoy echando de menos muchísimo. De hecho, con el estímulo que ha supuesto la salida de la biblioteca reconozco que estoy dibujando otra vez. A escondidas (ríe). Me encierro en habitaciones a hacer garabatos. Pero, como te decía, a nivel creativo he estado durante muchísimo tiempo centrado en otras batallas.

No muchos autores de cómic pueden presumir de una colección con su nombre. ¿Cuando mira atrás, cómo valora el conjunto de su trabajo?
Lo más curioso es que, durante mucho tiempo, fui una especie de desaparecido en combate. Ni aparecía en retrospectivas del periodo en el que yo publicaba. Llegué a tener la sensación de que todo aquello era como un espejismo y no le importaba a nadie. Pero, de repente, libreros, amigos y editores empezaron a insistirme en reeditar y me fueron convenciendo de que había un público interesado bien en revisar bien descubrir lo que había hecho y darle un nuevo sentido. De hecho, ECC es la segunda editorial con la que negocié la posibilidad de recuperar toda mi obra. Me ofrecieron sacar la biblioteca y me hizo mucha gracia. Sonaba a ‘obras completas’, ya sabes. Pero estoy súper contento con la iniciativa. Sobre todo porque puse la condición de que, si me metía en el proyecto, si abría los cajones de los originales, no era para publicar de cualquier manera lo que tenía, sino para hacer ediciones de coleccionista, igual que esas que yo me compro tres y cuatro veces conforme van saliendo cada vez más pulidas y críticas. Ese fue el planteamiento desde el principio. Ellos aceptaron maravillados y yo me he implicado a tope. El resultado está siendo fascinante hasta el punto, como te he dicho, de que me está entrando otra vez el gusanillo del cómic.

Para los más jóvenes esta reedición servirá para descubrirle como autor de cómic. 
Que me descubra un público nuevo es un desafío fascinante y, al mismo tiempo, reconozco que me da mucho vértigo. Lo que destaca mucha gente que descubre ahora mi trabajo es su carácter en cierto modo visionario tanto a nivel temático como narrativo o gráfico, todo eso que yo realicé en su momento tirando para adelante y probando a hacer todo tipo de juegos y experimentos en el medio. Que alguien tenga esa perspectiva ahora me parece maravilloso. Así no se queda esto en una recuperación de tebeos viejunos sin más.

No siento que haya renunciado a nada, en realidad. Simplemente marqué mis reglas del juego, muy modestas, muy pequeñas y, seguramente, con muy poca ambición, pero que a nivel personal me han llenado asbolutamente.

¿Cómo empezó usted a dibujar?
Lo hago desde muy pequeñín. Empecé a publicar también muy pronto. Con siete u ocho años dibujaba para periódicos chistes gráficos que me dictaban. Fui muy precoz en ese sentido. Antes de empezar a estudiar Bellas Artes en Barcelona ya tenía varias series publicadas en periódicos de Zaragoza, como El Heraldo de Aragón, en el que ya habían salido tres series semanales mías. Pero la fascinación que tengo por el cómic no es otra cosa que una fascinación general por la narrativa. El cómic era el cine de los pobres. 

Dejó los tebeos y se pasó al cine. ¿Por qué?
Tiene relación con todo lo que te he comentado: la fascinación por la narración y el salto entre géneros o lenguajes. Por ejemplo, S.O.U.L. fue el primer cómic del mundo en el que se incluyó una imagen con formato 3D. No es broma: el primero. Nos pegamos una semana con ese chollo en el ordenador más caro que encontramos. Hoy se hace en cualquier lado en diez minutos. En esta reedición está me he empeñado también en incluír referentes musicales a través de listas de canciones disponibles en la plataforma Spotify que tú puedes escuchar mientras lees el cómic. La idea era facilitarle al lector la banda sonora ideal. Me pasé al cine porque en aquel momento estaba muy obsesionado con ese medio. El cómic había sido como una especie de paso anterior que, en mi caso, había funcionado muy bien porque directores como Guillermo del Toro o Jaume Balagueró me conocieron a través de las historietas y me empezaron a proponer proyectos.

Pero, en un momento dado, a Guillermo del Toro le dijo que no.
Me llevó a Guadalajara 20 días y estuvimos valorando la posibilidad de que yo entrase en una cosa que quería hacer sobre El conde de Montecristo muy influenciado por lo que yo había hecho sobre Victor Hugo en El hombre que ríe. Estuvimos dándole vueltas, pero al final me asusté. Embarcarme en aquel proyecto suponía renunciar a todo lo que estaba construyendo. Estaba consolidando mi carrera académica y me incliné por ir a lo seguro. El cine es muy goloso, pero no vi claro el tipo de sacrificio que pedía el proyecto. Creo que tomé la decisión correcta. No me arrepiento, aunque a veces es imposible no pensar alguna vez "qué hubiera pasado si...". Tampoco siento que haya renunciado a nada, en realidad. Simplemente marqué mis reglas del juego, muy modestas, muy pequeñas y, seguramente, con muy poca ambición, pero que a nivel personal me han llenado asbolutamente.

En España hay unos autores impresionantes, pero las ventas no los refrendan. El cómic sigue considerándose un divertimento de segunda o tercera categoría cultural.

Es un profesor vocacional.
Rotundamente sí. Mi mayor vocación es la enseñanza. Todo lo que pueda transmitirles a los alumnos a partir de mi experiencia en los distintos medios en los que he trabajado y a partir de mis ensayo-error, me retroalimenta.

¿Ha cambiado mucho el mundo del cómic en España? ¿Es muy diferente a lo que usted conoció?
Sí, sobre todo en cuanto a prestigio cultural. Ya no se hacen historietas, que era un término como muy peyorativo, como muy de tardofranquista, se hacen novelas gráficas. El cambio de denominación no es irrelevante. A nivel crítico pone a muchos autores al nivel que les corresponde. El problema es que ese prestigio no se traduce en ventas, no afecta a nivel de mercado. El español sigue siendo un mercado paupérrimo sustentado en superhéroes y manga, que me encantan, eh, pero que no es el modelo creativo-industrial en el que yo creo. Hay unos autores impresionantes, pero las ventas no los refrendan. El cómic sigue considerándose un divertimento de segunda o tercera categoría cultural.

¿Algún autor le interesa especialmente?
Uf, muchísimos. A ver, te digo dos que me parecen fundamentales y que han sido prologuistas de mi obra. Uno es David Rubín. Y el otro es Hernán Migoya. Les adoro. Todo lo que hacen lo compro, lo devoro y lo recomiendo. Pero mencionarlos solo a ellos me parece hasta injusto, porque la lista tendría que ser muchísimo más larga. Interminable. Sigo siendo un gran consumidor de tebeos.

La afición es para siempre.
Esto no se deja tan fácilmente. Es una droga muy dura.