Los fareros del siglo XXI: así sobrevive una pequeña librería de barrio

Los cerca de 3.800 negocios de España luchan por sobrevivir en el país que edita más libros de Europa pero compra pocos
Librería La Traca, en Valencia
photo_camera Librería La Traca, en Valencia

Las cerca de 3.800 librerías que hay en España luchan a diario por sobrevivir en un país que edita más libros que ningún otro en Europa pero compra pocos, cuyos gobiernos han descuidado históricamente a sus libreros y donde el relevo generacional en el negocio es un lujo al alcance de muy pocas. Es la radiografía de una histórica librera de Valencia, Virginia Sena, alma mater de un pequeño oasis intelectual y educativo en el popular barrio de Benimaclet que sobrevive, 43 años después, gracias al amor a los buenos libros y al pensamiento crítico en que ella y su ya difunto marido basaron siempre su negocio, ya familiar.

La Traca, fundada en 1974 y gestionada desde finales de los 80 por la familia Cases Sena, está dirigida ahora por su hijo David desde la reciente jubilación de esta mujer criada entre libros, discos y conciertos y que recibió la oferta para llevar el negocio como un regalo inesperado: "Era la ilusión de mi vida", confiesa. Por esta pequeña librería quijotesca, que regala al barrio en sus persianas pasajes de Alicia en el país de las maravillas para silenciar las pintadas con que fue atacada durante años, conviven obras de autores clásicos con ensayos sobre la Europa del siglo XX o el periodismo, mucha literatura en valenciano, libros infantiles, algunos discos, lujosos libros ilustrados y guías de viaje.

Haciendo honor al nombre de la revista político-satírica valenciana del siglo XIX que tomó prestado hace cuatro décadas, La Traca ha acogido reuniones clandestinas durante el franquismo, ha vendido libros en valenciano en la época de mayor confrontación social sobre su normalización y ha rehusado exhibir en su escaparate obras de autores ideológicamente contrarios a su filosofía. "La gente del barrio se volcó con La Traca. Venían aquí a hablar, de tertulia, como si fuera un confesionario", rememora Sena, según la cual a finales de los 70 floreció más de una quincena de librerías similares en Valencia que luego han ido desapareciendo.

En esa época sufrían pintadas casi a diario en su escaparate ("catalanistas", "radicales", "al paredón"...) y el boicot en actos culturales públicos, pero la familia se mantuvo en su línea. ¿Y hay relevo generacional? "En mi caso, sí", responde orgullosa mientras su hijo David atiende afuera y también apila en silencio cajas de libros en el almacén, el mismo refugio cultural donde su nieta devora diariamente clásicos tras hacer los deberes escolares.

Sin embargo, los dueños de aquellas pequeñas librerías surgidas en la Transición se han jubilado ya o están a punto de hacerlo y salvo un par de ellas que continuarán a manos de sus hijos, el resto está abocado al cierre: "Somos los fareros del siglo XXI, quedamos pocos".

Esta ferviente defensora del fomento de la lectura desde casi el nacimiento de un niño, exdirectiva de la Confederación de Gremios de Libreros (Cegal) y embajadora literaria de elegantes autores europeos hasta hace poco desconocidos en España reconoce que le gusta aconsejar al cliente que no sabe qué libro comprarse. "Hay gente que me pide algo 'para distraerse' y pienso: yo me distraigo con lo que me gusta, ¡con lo que no me gusta no me puedo distraer!", señala entre risas mientras lamenta las modas literarias de "jovenzuelos" de la era YouTube que escriben "sin haber leído antes a Julio Verne o a Jack London".

En cuanto a la Administración, critica tanto la histórica falta de apoyos directos como las promesas de ayudas oficiales que luego nunca llegan, y eso incluye al actual Gobierno valenciano, que dijo al Gremio de Libreros que iba a respaldar económicamente su ambicioso plan de fomento de la lectura.

Dos años después "todavía estamos esperando", censura para reivindicar que la cultura es algo más que peatonalizar plazas, máxime cuando la recuperación económica no se ha notado "nada" en las librerías, que además se han quedado sin los ingresos de la venta de libros de texto ante la reutilización de este tipo de material escolar que promueve la Generalitat. Es un panorama nada halagüeño para una profesión "muy esclava" donde se trabaja sin apenas tiempo para comer y sacrificando domingos familiares.

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