No más 25 de noviembre

Setenta mujeres asesinadas cada año en España, ese es el dato estadístico, la media de la vergüenza. Podríamos dar más cifras, más datos que no hacen más que poner los pelos de punta durante un instante y acostumbrarnos luego a tratar estos números como si sólo fuesen dígitos sin rostro.

Las muertes por violencia de género suelen ser el último episodio de una vida marcada por la vejación física y psicológica. Sin lugar a dudas es lo que más nos impacta porque en ese momento ya todo es irreversible. Pero esos setenta crímenes no son más  (y ya es bastante) que la punta de un enorme iceberg escondido y callado.

Hace unos meses un guardia civil especializado en violencia machista me decía que era imposible saber cuántas mujeres soportaban la violencia en sus casas. En esos hogares no entran las estadísticas ni se hacen medias, simplemente porque nadie sabe lo que pasa. La víctima no denuncia por miedo, por vergüenza o porque cree  -y probablemente este es el fondo histórico y cultural del que no somos capaces de desprendernos- que la violencia es inherente a la  vida de pareja y que el hombre puede ejercerla y ella debe aguantarla. Millones de mujeres sufren en silencio, a escondidas la vejación cotidiana.

Sólo cuando da el paso de denunciar al maltratador podemos comenzar a protegerla. Por ello esta labor es tan importante. Y no sólo con la víctima sino también con su entorno. La sociedad en su conjunto calla y al hacerlo ampara y protege al maltratador. Esa es la terrible consecuencia de nuestro silencio.

Los poderes públicos deben, sin duda, dotar a la justicia y a las fuerzas de seguridad del Estado de todos los instrumentos legales para ello. Pero la sociedad en su conjunto tiene una obligación moral y es erradicar de una vez la violencia como un integrante aceptado y tolerado de la vida familiar. Educación e igualdad son las dos herramientas fundamentales para ello. No será posible erradicar esta lacra si no formamos a nuestros hijos en el respeto hacia el otro y en el principio general de que nadie manda sobre quien por naturaleza es su igual. No eliminaremos la lacra de la violencia mientras la mujer no adquiera plena independencia económica y mientras persistan desigualdades salariales o barreras laborales.
Lamentablemente algo estamos haciendo mal para que el espíritu machista se despierte en los adolescentes y se transmita hoy vía whats-up o twiter como la pólvora.  El desafío que tenemos por delante es enorme y es un asunto de todos sin exclusión. Para que todos los días sean 25 de noviembre hasta que ya no haga falta el Día Internacional contra la Violencia de Género.

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