Su amistad con David Monreal fue la excusa para que, en 2010, fichara con el Vigo Rugby. Cuatro años después, tras estar en su país y en Kenia, ha sido padre en Pontevedra, donde vive a caballo con Vilanova de Arousa, aunque también lo hace en la carretera porque, debido a su responsabilidad en la Federación, se recorre la comunidad trabajando con los clubes.
ASEGURA QUE Galicia y Nueva Zelanda tienen muchas cosas en común, por eso Norman Maxwell reconoce estar feliz en esta tierra, que actualmente recorre a lo ancho y a lo largo para ayudar a los clubes a mejorar. Su presencia no pasa inadvertida -y más cuando lleva a su recién nacido, Francis, en brazos- en las calles de la ciudad por su condición física, pero pocos pueden imaginarse que a su lado acaba de pasar el que en su día fue un imponente segunda línea, un auténtico All Black que en 36 ocasiones vistió la ‘negra’ (color por el luto hacia su rival), aunque él prefiere considerarse un simple jugador del deporte de los caballeros, como diría un británico.
Vino a Vigo para jugar y no lo pudo hacer por culpa de las lesiones, pero se convirtió en el símbolo de un club. Ahora vive entre Pontevedra y Vilanova de Arousa, ha sido padre y encarna la apuesta por mejorar por parte del rugby gallego. ¿Pensaba que le iba cambiar tanto la vida?
¡Ah! No lo veo como un cambio, sino como una parte de mi vida. Cuando vine lo hice abierto a cualquier experiencia, por eso no lo veo como algo que no esperase. Cuando me retiré me resistía a regresar al rugby y vine con la intención de ir integrándome de nuevo, poco a poco, en ese deporte. Hacerlo de una manera diferente fue algo muy interesante. Cuando tomé la decisión de aceptar la propuesta de Vigo no sé por qué lo hice, por eso me costó no poder jugar, porque mi intención era acabar mi carrera de la manera que quería, pero mi cuerpo es el que tiene la palabra.
¿Haber transformado el Vigo Rugby es su mayor legado?
Yo quería que los chicos se sintieran jugadores, que supieran lo que es disputar un partido con una grada llena, que formaran un equipo de verdad en todos los sentidos; siendo un equipo hay sensaciones maravillosas. El juego era un poco individualista. Uno de mis mejores recuerdos cuando jugaba al rugby es que cuando había momentos complicados miraba a mi alrededor y encontraba a mis compañeros.
Decía que uno de sus deseos era que sus compañeros vivieran la experiencia de jugar ante una grada llena, ¿pero qué sentía usted, acostumbrado a hacerlo en campos abarrotados (participó en el partido con más público de la historia, un Australia-Nueva Zelanda ante 96.000 espectadores), cuando lo hacía en recintos casi vacíos?
(Se hace el silencio durante unos segundos). ¡Una buena pregunta! Así es más puro. También puede ser agradable la sensación de estar los dos equipos, el árbitro y que esté lloviendo. Es tu equipo contra otro. La esencia pura, pero también es bonito ver el apoyo de la gente, aunque a veces te puede atormentar. Cuando estabas acostumbrado a tirar de la energía que te da la grada tienes que buscar otra fuente de motivación.
¿El no poder jugar fue duro?
Sí, claro que sí. Fue duro porque yo en 2006 no me había retirado como quería y era una oportunidad de hacerlo a mi manera. Comencé a jugar profesionalmente muy joven, con 19 años, y en mis dos primeras temporadas tuve lesiones bastantes graves que afectaron a mi carrera. Tuve que dejarlo antes de lo que yo quería, por eso venir aquí era terminar mi trayectoria como quería y, de repente, ver que no lo podía hacer fue frustrante. Mi mente y mi corazón querían, pero mi cuerpo no. Buscaba reencontrarme con la esencia del rugby, lo que sentía cuando empecé: amor por el rugby.
Da la sensación de que llegó a sentir desamor por el rugby.
Sí, sí, mucho. Antes de transformarse el rugby en profesional se jugaba seis o siete meses al año, pero a partir de ese momento eran once meses muy intensos. Es muy difícil sentir que no juegas al cien por cien, llegar a jugar porque tienes que hacerlo pero no porque tú cuerpo puede. Saber que no puedes dar el cien por cien te desmotiva. A veces eres tratado como una cifra.
¿Con el profesionalismo el rugby perdió el romanticismo que tanto le gustaba?
En cierto modo sí, pero también me dio la oportunidad de ganarme la vida. Tiene una parte negativa, pero también otra positiva, aunque la esencia del juego se pierde por tanta comercialización. Se pierden valores muy propios de este deporte.
Una vez leí que decía que de niño el rugby era el lugar donde todo le encajaba, ¿lo sigue siendo?
No. Cuando empecé a jugar era un niño un poco perdido, solitario, y el rugby me dio estabilidad. Me mostró las cualidades que yo tenía. Me di cuenta de que el deporte era una parte pequeña de mí, que había mucho más. Antes mi identidad la basaba en el rugby, pero a través de él me di cuenta de que yo era mucho más. Ahora no importa lo que haga o dónde esté, sino creer en ti mismo, eso es lo que hace que todo encaje, por eso estoy agradecido al rugby, porque exhibió mi identidad. La fama, el dinero… te hacen perder el horizonte, pero ser una buena persona es mucho mejor que ser una estrella de rugby.
¿Cuando uno llega a ser un All Black, en Nueva Zelanda se deja de ser persona?
Todo lo que haces tiene más transcendencia. Convivir con esa presión es muy complicado. Estás todo el día obsesionado con no fallar a los demás. Ellos no te conocen, no saben lo que realmente eres, pero eres un All Black y con eso basta. Pasas de ser un niño que jugaba porque era feliz haciéndolo a que todo el mundo esté pendiente de ti.
La final del Mundial del 95 (Sudáfrica-Nueva Zelanda) es probablemente el partido más famoso de la historia. Se habla mucho de los ganadores y de lo que significó para aquel país, pero ¿cómo se vivió la derrota de los que eran los grandes favoritos al título?
Fue duro, ¡muy duro! Porque los neozelandeses siempre son muy críticos. Eran los grandes favoritos. Si no viven la vida como ellos quieren, tratan de hacerlo a través de la de otra persona. Muchos proyectan en la selección de rugby sus propias aspiraciones. En mi país hay estadísticas que señalan que cuando los All Blacks pierden aumenta la violencia de género. Sobrellevar esa responsabilidad es durísimo. Antes del Mundial de 2011 (acabó siendo ganado por Nueva Zelanda) escribí en un periódico que la gente tiene que ser responsable de sus actos y no refugiarse en la frustración por un resultado no deseado. Tienen que entender que su energía cuenta en su partido y no solo deben apoyar en los buenos momentos. Ha sido la mejor selección del mundo durante mucho tiempo, pero debido a la presión fallaba.
¿Eso fue lo que le sucedió en el Mundial de 1999 (los All Black fueron cuartos tras perder las semifinales con Francia)?
Sí, sí. Antes del Mundial ganamos por 50 puntos a Francia y en semifinales nos derrotaron cuando todos nos daban como favoritos. El problema era competir bajo presión.
Hablando de presión, Nueva Zelanda está considerada como la mejor selección de la historia, pero hasta que volvió a ser la anfitriona del Mundial en 2011 solo había ganado el primero que se disputó (1987). ¿Lograr el título en casa era una obsesión?
Fue un periodo muy frustrante. Volver a jugar un Mundial en casa era una gran presión, mucha responsabilidad. No sé lo que hubiera sucedido si no hubiéramos ganado. Nuestro gran enemigo ha sido siempre la presión que ha provocado que los equipos no hayan podido exhibir todo su potencial. En 2002 con los Crusaders (conjunto neozelandés que ha conquistado más veces la Super Rugby) ganamos todos los partidos y nuestro entrenador, que también era el seleccionador, escogió a 17 de nosotros más Jonah Lomu (considerado el mejor jugador de la historia) y Tana Umaga para enfrentarse a Irlanda con los All Blacks y, pese a que a los sistemas eran casi los mismos, no jugamos igual por la presión que significaba hacerlo con Nueva Zelanda. Con la camiseta de los Crusaders arrasábamos, pero con la ‘negra’ era diferente, aunque era un equipo mejorado. Eso me hacía pensar ¿cuál es la diferencia? Y la respuesta era clara: la presión y la responsabilidad. Con los Crusaders puedes perder, pero con los All Blacks no.
¿La palabra perder no existe en el diccionario de los All Blacks?
Está prohibida. Cuando ganas jugando con los All Blacks no estás feliz, estás aliviado. Cuando ganas el Mundial no saltas de alegría, sino que suspiras porque has cumplido con las expectativas de los demás. Todo eso se entiende conociendo nuestra historia. Hay países como Irlanda, Argentina, Escocia… que en más de un siglo nunca nos han ganado, por eso no me gustaría formar parte del equipo que pierda por primera vez contra esos países.
Permítame una reflexión, se asegura que la victoria de Sudáfrica en el Mundial salvó a aquel país gracias a que Nelson Mandela vio al rugby como la posibilidad perfecta de unir a la gente, pero ¿esa victoria tiene más trascendencia por haber sido frente a los All Blacks?
Los All Blacks eran los mejores. Estaba Jonah Lomu, que era una leyenda, y además entre los dos países existe mucha rivalidad. Ganar un Mundial siempre es importante, pero si lo haces superando a Nueva Zelanda tiene mayor importancia. Muchos nos consideraban imbatibles y a Lomu imparable, por eso que Sudáfrica ganase tuvo mucho realce.
De los siete Mundiales, seis han sido ganados por equipos del Hemisferio Sur (repartidos a partes iguales entre Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica), ¿hay tanta superioridad?
Es difícil de saber (dubitativo en la respuesta). Los números no lo son todo. No sé si tiene que ver con el clima, con la genética... La mezcla de culturas también puede marcar la diferencia. En el Norte hay muy buenos equipos.
Una curiosidad, ¿jugar con Jonah Lomu era tan increíble como parecía desde fuera?
¡Increíble! Lo único que me duele es no haberle podido apoyar mejor porque era difícil estar a su altura. Era imposible darse cuenta de que estaba mal porque nunca se quejaba, parecía imparable. Tenía muchísimo talento.
En Nueva Zelanda el rugby es una forma de vivir. Ahora que está trabajando para la Federación Gallega, ¿le cuesta adaptarse a cómo es este deporte aquí?
Es un reto. Me gustaría que la gente experimente otras cosas en el rugby, como potenciar el sentimiento de unidad. Una de las sensaciones más agradables para mí era jugar en nuestro campo, con miles de personas animando, defendiendo tu línea de cinco metros, con el otro equipo atacando y el tuyo aguantando, aguantando… con la implicación de todos. Esa es la grandeza del rugby. Es necesario potenciar aspectos colectivos. Aquí se juega de manera más individualizada, hay que confiar más en las posibilidades del colectivo. Es necesario que todo el mundo esté conectado porque a mí me daba la sensación de que todos están más dispersos.
Sinceramente, ¿el rugby gallego puede mejorar? ¿Qué necesita?
Sí, claro que sí. Con trabajo y creyendo en sí mismo. Se necesitan varias cosas, pero la más importante es devolver el juego a su origen y empezar de nuevo, haciendo las cosas bien. No es necesario hacer muchas, sino hacer las pequeñas, bien y respetar la esencia del juego. Después de todo eso, tener claro cuál es tu roll y hacer bien tu parte para que el colectivo mejore. Primero, empezar por tu deber y después vendrá lo demás.
Habla mucho de la esencia, ¿cuál es la del rugby?
Lo primero es unidad. El rugby es inspirador porque te enseña a ser mejor y pensar que nada es posible sin la ayuda de tus compañeros. Hay valores inquebrantables. El rugby te enseña la verdad, no miente. Cada día te va mostrando lo que has mejorado y lo que no. Te enseña lo que hay.
La primera vez que se marchó de Galicia dijo que necesitaba vivir nuevas experiencias, y se fue dos meses a Kenia. ¿Qué le aportó la experiencia africana?
Me dio mucha más gratitud hacia los demás. Me despertó cosas dentro de mí que nunca podía haber imaginado. Ver a niños hambrientos todos los días es demasiado fuerte. Aquí la costumbre es comer, allí es no hacerlo. Todo eso es muy difícil de olvidar y, en cierta manera, me hace responsable.
El año que viene hay Mundial de nuevo, ¿volverá a ganar Nueva Zelanda?
Eso espero (se ríe). No hacerlo sería una tragedia para mi país.
La última, ¿le sigue pareciendo una locura cenar a medianoche?
(Se vuelve a reír). Ahora ya estoy acostumbrado, al principio me parecía increíble. Todas las culturas tienen sus cosas buenas.