Quique Domínguez relata el día de su vida: El padre del balonmano

23 de mayo de 1998:  Quique Domínguez relata en primera persona el nacimiento de su hija, momentos después de un partido del equipo de alevines del Teucro al que entrenaba, en la que, además, fue su mejor temporada como jugador

Cuando alguien lleva desde los seis años haciendo deporte, jugando a balonmano, la resultad difícil elegir un único acontecimiento como el mejor. «Es como cuando me preguntan por mi película, libro o canción favorita. Soy incapaz de decantarme por uno solo. ¿Y todos los que descartas?»

Sin embargo, recuerda Quique Domínguez, actual entrenador del Octavio, «si tuviera que quedarme con una temporada, lo haría con la 1997/98». El Teucro había descendido el año anterior a División de Honor B, en un ambiente muy enrarecido y hasta intoxicado.

Se produjeron muchos cambios: de entrenador, jugadores y gestores… Todo salió rodado desde el principio. «La plantilla, desde el punto de vista humano, es sin duda una de las más sanas, nobles y divertidas que me he encontrado a lo largo de mi carrera». ‘Balonmanísticamente’ hablando, mezclaba la calidad de Fran González, Quique Orge, Chof y Javi Díaz; la fuerza de Marcos González, Cabero y Nano Vázquez; la polivalencia de César Núñez y la ilusión de Marcos Pérez, Celso, Coque y Fernando Rey… Modesto Augusto dirigió aquel equipo con sabiduría y mano izquierda y el resultado fue un merecidísimo ascenso, conseguido en Almería en la jornada final».

«Recuerdo que aquella última semana de Liga sufrí un fuerte esguince de tobillo en el entrenamiento del lunes y que solo gracias a los cuidados de Torrado y del Doctor Barragáns, pero sobre todo los ejercicios y la constancia de Nacho Patiño, que en aquel equipo era el ‘pegamento’ para todo, pude llegar en buenas condiciones al encuentro. ¡Lo hubiese jugado cojo! Anoté catorce goles, que pesaron mucho en el resultado final. Fue la guinda a un año precioso, de esos que te hacen entender por qué un día decidiste dedicarte a esto y de los que borran o ensombrecen todos los otros malos ratos por los que inevitablemente hay que pasar».

Aquella misma temporada, Domínguez entrenaba a un equipo de alevines, «que tenía como gran virtud una enorme ilusión por aprender y ponerse algún día la camiseta azul de los mayores. Con muchos sigo teniendo buena relación y les guardo un enorme cariño: Iván Abilleira, Alejandro Simón, Victor Castro, Pablo Bacariza, Roberto Vilar, José Barco...»

Un sábado por la mañana, «jugábamos en el Municipal y en medio del partido María Jesús, la conserje, me grita desde el túnel de vestuarios: ‘Quique, al teléfono. Es tu mujer. Es importante’. Corrí todo lo que pude. Volví nervioso al banquillo y le dije a José Luis, mi ayudante, que se quedaba a cargo del equipo. No di más explicaciones. Pocas horas más tarde nacía mi primera hija, Clara. No olvido la fecha: 23 de mayo de 1998. Ése sí fue mi mejor momento desde que me dedico al balonmano».

Trayectoria

Además de aquella temporada mágica, Domínguez vivió grandes momentos. «Partidos de alevines e infantiles en el Estadio de la Juventud con el colegio Atlántico y con el profesor Paulino Martín disfrutando más que nosotros; en juveniles con el Teucro, entrenado por Vicente Maeso, etapa entrañable porque muchos de los amigos de esos años lo fueron ya para toda la vida».

Siendo Domínguez todavía cadete de primer año, «Javier Barrios me hizo debutar con los ‘mayores’ en un amistoso. Para un ‘niñato’ como yo, compartir vestuario con Pacheco, Quique Barco, Chan, Rafa Vilar, Chiqui, Miguel Agrelo,… era acercarse al sueño. Quería grabar cada palabra, cada gesto, intentaba que aquello no terminase».

Hay otros recuerdos imborrables, «como la experiencia de mi primer ascenso, con la imagen del Municipal abarrotado y de un novato sintiéndose protagonista, dando la vuelta de honor con un enorme oso de peluche en los hombros y sin parar de sonreír y saludar».

Otro momento mágico fue «la única participación del Teucro en competición europea. Aquel viaje a Hungría para disputar la eliminatoria de EHF contra el Elektromos tenía algo de irreal, de irrepetible. Esas cosas les pasaban a otros, las leíamos en Marca, las veíamos por televisión. Y sin embargo, allí me encontraba en el centro de aquel pequeño pabellón de Budapest, que respiraba balonmano por todos sus poros, haciendo el sorteo de capitanes. ¡Lástima que ‘el sueño’ durara tan poco!».

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