La leyenda que condujo a una ciudad con su brazalete

Cholo fue más que un jugador de fútbol, es el símbolo del Pontevedra CF y del deporte de la Boa Vila
En La Puentecilla de León la leyenda de Cholo (segundo por la izquierda en la fila inferior) comenzó a fraguarse. ARCHIVO
photo_camera En La Puentecilla de León la leyenda de Cholo (segundo por la izquierda en la fila inferior) comenzó a fraguarse. ARCHIVO

Pocos deportistas han sido tan verenados por sus compañeros como Eduardo Dapena Lis Cholo. Un dato que define la personalidad y trascendencia de su figura. "Este tipo era un gran capitán", recordaba con añoranza una vez otro histórico del Pontevedra, José Jorge, que dejaba claro "que a lo mejor no tenía mucha calidad, pero lo daba todo, era disciplinado, un compañero extraordinario, currante...". Esos son los valores que lo convirtieron en la gran leyenda del club granate, en el gran capitán, en un capitán para la eternidad, porque podrán pasar muchas décadas, pero él siempre será el capitán del Pontevedra Club de Fútbol.

Nació en Lourizán porque su padre trabajaba en la empresa de los tranvías a Marín, pero aún no había cumplido once años cuando la familia se trasladó al pontevedrés barrio de San Roque. Recuerda de aquellos años su asistencia al Colegio Maceda, donde hoy está el Parador, y la figura de aquel profesor que se llamó José Buela.

Cholo, frente a Di Stéfano.
Cholo, frente a Di Stéfano

Pero no eran tiempos de abundancia y el rapaz hubo de buscar trabajo; lo encontró como aprendiz en la empresa donde trabajaba su padre, ya con trolebuses, los archiconocidos trole", y en esa función estuvo hasta que, pasado el periodo militar, en Ferrol primero y la Escuela Naval Militar de Marín después, pudo hacer valer su permiso de conducir para entrar en plantilla.

Cholo, junto a su mujer y sus hijos gemelos
Cholo, junto a su mujer y sus hijos gemelos

No es difícil reconocer en este hombre de rostro cincelado y gafas de miope al juvenil que fichó por el San Lorenzo, después por el Nodales, que mostró su ardor y su calidad en el Villagarcía, un club arousano que disputaba el campeonato de modestos, de ahí al Arosa, donde estuvo tres temporadas, y de inmediato, hablo del año 1958, al Pontevedra. Los aficionados veteranos le compararon pronto con otros nombres que habían escrito sobre Pasarón la historia del club: Foro, Lobato, Español, Castillo, Jaime, Portas, Larrosa y tantos otros. No tardaron mucho en comprender que el mozo iba a picar alto: en la segunda temporada se encaramó el equipo a los puestos altos y, tras una promoción que entró para siempre en la épica, logró en León el soñado ascenso a Segunda División. En aquel partido cambió su puesto de lateral por el de delantero porque varios de sus compañeros le hicieron ver al entrenador, Cuqui Bienzolas, que era una buena opción. Él jugó en esa posición con la misma entrega, coraje y pundonor que le ha caracterizado a lo largo de su extraordinaria trayectoria.

Martín Esperanza, Eduardo Calleja, Rafa Ceresuela y Cholo
Martín Esperanza, Eduardo Calleja, Rafa Ceresuela y Cholo

Y, además, siempre fue un luchador, un hombre acostumbrado a ganarse el puesto. Narran los cronistas que no tenía grandes virtudes técnicas, pero sí una inédita capacidad de superación, como él mismo recuerda. "Unha vez, o adestrador, Héctor Rial, non me puxo nun partido que gañamos na Coruña, cun soberbio Martín Esperanza, que meteu os dous goles. Xogou Álvarez. O luns despois, a difunta da señora Lola díxome que chamara á porta do vestiario do adestrador. Así o fixen e Rial mandoume pasar. "Cholo, ¿le pareció mal que no lo sacase?". "No, usted está en su derecho de poner el equipo que crea conveniente. Pero le voy a decir una cosa: sabrá quién es Cholo". E el respondeu: "Así me gusta. Todos los jugadores deberían ser como usted". Y lo supo, tanto que Cholo sería imprescindible para él y para la historia del Pontevedra.

Aquel encuentro fue el comienzo de la etapa de esplendor del club. Y Cholo estaba allí. Como estuvo en los años siguientes hasta ascender a Primera, y en aquella temporada que llegó a ser líder tras derrotar al Atlético de Madrid. Era ya el capitán de aquel insólito once y aparecía fotografiado en la prensa de Madrid con su uniforme de conductor mientras manejaba el volante de un trolebús. No era fácil compatibilizar ambas actividades, pero se levantaba a las seis menos cuarto, conducía de seis y media a diez, iba al entrenamiento, comía, conducía por la tarde hasta las ocho: un día y otro, aunque recuerda con agradecimiento que en la empresa le daban todas las facilidades.

Retirado del fútbol, el día de Nochebuena de 1969 le comunicaron que tenía que dejar el Pontevedra, trabajó dos años en un almacén de patatas con un tío suyo, después entró en Construcciones Malvar y con Pin estuvo 23 años.

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