Marcas que no se irán por motivos inolvidables

La amistad, la familia, los números o la religión son algunas de las razones de los tatuajes que lucen los deportistas de Pontevedra

Jason Cain se tatuó en Las Vegas, en Lituania y en Alemania. Una cruz, su madre, los títulos de sus películas favoritas y siete rosas, símbolo de las siete mujeres de su familia, adornan sus brazos. El pívot estadounidense es el paradigma del atleta tatuado, de una moda que tiene en el baloncesto masculino uno de sus principales mercados, pero que ha calado hondo en otros deportes y que hace tiempo que ha dejado de ser una cuestión de género.

El compañero y compatriota de Cain Gabe Rogers posee infinitos motivos cristianos y familiares cubriendo sus extremidades superiores: Cupido conquista el amor en su brazo derecho, como recuerdo de su pedida de mano (la de Gabe) a su esposa. Detalles de Jesucristo, el cielo, las estrellas y varias frases en inglés acompañan a su primer tatuaje, el que se hizo con 15 años, el verso de una canción de su hermano, que es rapero.

Javi Múgica se inspira en Julio César (‘Veni vidi vinci’ y ‘Alea Jacta est’ se puede leer en su cuerpo). El ala-pívot astorgano se hizo en común con un amigo un tatuaje (‘15-8’) en el que coinciden los dorsales de ambos y el día que empezaron la pretemporada juntos.Su madre, su tía y su hermana están muy presentes en los diseños que luce. Siete años después de la muerte de su abuela se tatuó la frase ‘que vive para siempre’ en alfabeto egipcio, en la muñeca. Siete es su número de la suerte.

Los números, la familia, la religión, la amistad y los caracteres de otros alfabetos son motivos recurrentes en estas obras de arte.

Así, la jugadora del Arxil Arantxa Mallou quiso llevar en la cintura el nombre de su hermano en alfabeto élfico. «Es lo único que quiero por encima de mi vida», asegura. Tanto ella como su compañera de equipo Aldara Vázquez llevan sus grabados en zonas no visibles «por trabajo». Vázquez tiene un árbol (representa a su abuela) alrededor del que vuelan cinco pájaros: su hermana y sus cuatro primos.

Los tatuajes no son cuestión de género, pero sí recogen diferencias entre chicos y chicas. Los de ellas suelen ser más discretos: contienen la misma dosis de sentimiento en un espacio más reducido.

En el Poio Pescamar Fútbol Sala se puede ver un claro ejemplo de ello. Charo lleva dibujado un liviano monigote futbolista en el pie en el que se hizo una brecha, el día antes de su ascenso con el equipo rojillo a Primera División. Su cabezonería pudo con el dolor aquel día: jugó y subieron.

Ale de Paz muestra un muñeco similar al de la capitana en el tobillo. Se ha hecho un tatuaje en común con una amiga y otro que comparte con su madre (sí, sí, con su madre) y su hermana, cuyo nombre también lleva impreso junto al suyo propio.

En su etapa en Pamplona, la morriña hizo a Patri Corral imprimirse la palabra ‘Calidade’, recuerdo de Galicia. Un símbolo de infinito, un diamante (compartido con otras tres amigas, cada una representada por un vértice), una frase de su cantante favorita, la palabra Oreka (equilibrio en euskera), el nombre de su perro (Mesut, por Özil), un 7 (que es el nombre de su gato y su número de la suerte) la acompañarán el resto de sus días. También una frase: ‘porque tú te lo mereces, me proteges’ junto a las iniciales de su madre y su hermana.

Jenny lleva un nueve, su dígito favorito. «Ya que no podía llevarlo en la camiseta...» decidió llevarlo en la piel. También se ha hecho una llave egipcia junto con una amiga.

Pontevedra. Seis jugadores del Pontevedra están tatuados. Capi se hizo una letra ‘K’ y una letra Pi griega consecutivas. Léanlo ustedes mismos. Trigo tiene en la pierna las siglas del nombre de su grupo de amigos. Santi Canedo lleva una brújula y una pluma (significan la libertad de un joven que se emancipó muy joven).

Su madre, ya fallecida, es la principal protagonista en la mayoría de los siete tatuajes que lleva Adrián Gómez (las manos de ella y varias frases de afecto están en su cuerpo). El nombre de su hijo, Román, la fecha de su debut en la Primera Argentina con el dorsal con que lo hizo, el 4, y la firma de Maradona surcan su epidermis.

Edu muestra su brazo derecho completamente diseñado con motivos de recuerdo a su padre, fallecido, mientras que Álex Fernández, además de varios signos mayas, recuerda en su muñeca a su familia con cuatro piezas de ajedrez (el rey (él), la reina (su esposa), dos peones (sus hijos) y tres fechas: su aniversario de boda y los nacimientos de los pequeños.

En el Cisne, la C de Cangas y de Camiña adorna el brazo de Pepe Camiña; un Búho cubre la espalda de Álex Conde, que también tiene una bola ocho, junto al día de nacimiento de su abuela fallecida. El ocho es también la cifra de la suerte de David Chapela y el día en que nació su difunto abuelo. Lo muestra en su tríceps. Por su parte, Pablo Picallo se dibujó el nombre de su madre en la espalda: María de la Luz Vázquez Astray.

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