Memorias de oro

Después de la ausencia del año pasado por culpa de la pandemia el Maratón de Nueva York regresó el pasado domingo celebrando su edición número 50 de una historia en la que dos pontevedreses son protagonistas: Manolo Rosales y Luciano Soto 
Manolo Rosales y Luciano Soto hicieron historia en Nueva York. DP
photo_camera Manolo Rosales y Luciano Soto hicieron historia en Nueva York. DP

Después de la ausencia del año pasado por culpa de la pandemia de la Covid-19 el Maratón de Nueva York regresó este domingo celebrando su edición número 50 de una historia en la que dos pontevedreses son protagonistas: Manolo Rosales y Luciano Soto Ni es el más antiguo (el de Boston nació en 1897), ni tampoco en el que se consiguen mejores marcas, ni siquiera el que cuenta con la mejor participación, pero no hay ningún maratón como el de Nueva York.

Cada primer domingo de noviembre, las zancadas sobre el asfalto de Nueva York se impregnan de un magnetismo único. El aura que rodea esta prueba la ha convertido en la más emblemática y numerosa del mundo.

Muchas cosas han cambiado desde que empezara en 1970 (en 2012 no se pudo celebrar por culpa del huracán Sandy y en 2020 por la Covid-19) el maratón de la Gran Manzana. Aquel año, tuvo lugar en Central Park con unos 120 corredores registrados, mientras que en la actualidad, ampliada a los cinco distritos de la ciudad, es uno de los eventos más populosos de este tipo en el mundo y suele llamar al trote a unas 55.000 personas, aunque la 50 edición celebrada el domingo reunió a 33.000 corredores debido a las restricciones de viajes a EE UU que todavía están vigentes y a otros factores relacionados con la pandemia, no en vano desde España nadie pudo viajar directamente (tuvieron que guardar cuarentena en México o la República Dominicana) ya que hasta hoy no se levanta la prohibición.

Para evitar aglomeraciones, los corredores salieron repartidos en más tandas a la hora de comenzar el trayecto de unos 42 kilómetros que va desde Staten Island hasta Central Park, y se les permitirá llevar agua, de manera que no se formen grupos cerca de las fuentes a lo largo del trayecto.

Correr en Nueva York es el sueño de miles de atletas de todo el mundo. Conseguir un dorsal es como una proeza y acabarlo una hazaña. A lo largo de este medio siglo dos pontevedreses fueron protagonistas. Están en el libro de la historia de la carrera de la Gran Manzana. Uno, Manolo Rosales, en el de los récords y victorias, y otro, Luciano Soto, en el de la mitología.

Sus zancadas por las avenidas neoyorkinas sobreviven al paso del tiempo. Rosales ganó ocho veces en Central Park desde que participó por primera vez en 1986, mientras que la historia de Soto (fallecido en 2018) es de esas que se pasan entre corredor y corredor porque es una fuente de inspiración.

El currículum de Rosales está lleno de éxitos y de plusmarcas a pesar de que en sus primeras pruebas los resultados no eran brillantes. Nadie podía augurar que acabaría convirtiéndose en uno de los atletas veteranos más importantes de España.

Su idilio con Nueva York comenzó a mediados de los años ochenta del siglo pasado cuando la participación española era mínima. En su estreno (1986) acabó cuarto. Fue en 1990 cuando inscribió su nombre en el libro de honor del maratón de los maratones. Además de la victoria en su categoría logró un espectacular 131 puesto en la clasificación absoluta, algo realmente muy meritorio para alguien que tenía 55 años, pero es que sus facultades son excepcionales, como reflejaron unas pruebas que le hicieron en Estados Unidos, que revelaron que era capaz de ofrecer un rendimiento cercano al 94%, superior al de Abel Antón, bicampeón del mundo, o de Martín Fiz, oro universal en el 95, y próximo al del más grande, el etíope Haile Gebrselassie.

Su palmarés asombra porque a las ocho victorias en Nueva York hay que unir triunfos en los maratones de Rotterdam, Londres, Boston y Chicago, donde tuvo el honor de ganar en la edición del centenario.

Sacarse una foto con Rosales era uno de los dos sueños que tenía un ‘pontevedrés de la diáspora’ cuando el 4 de noviembre de 2001 disputó su primer maratón. Cuando trascendió su historia, Luciano Soto se transformó en una inspiración. Su vida fue un ejemplo para los demás, aunque él no lo quisiera.

Un día, como era habitual para él, estaba leyendo una revista y observó que el 4 de noviembre de 2001 se disputaría el maratón de Nueva York. Justo un año después de que en una operación a vida o muerte le pusieran cinco ‘bypass’ porque tenía obstruido el 98 por ciento de su corazón. No se lo pensó dos veces. Todo empezó otoño de 2000, se sentía cansado, pero creía que se debía simplemente a su actividad profesional y se fue al médico. Allí se llevó la desagradable sorpresa de que tenía un grave problema de corazón del que tenía que ser intervenido con la máxima urgencia posible. En aquel entonces tenía 42 años, se la jugó. Todo salió felizmente para él. La vida le dio una segunda oportunidad.

Los médicos le recomendaron que hiciese una vida tranquila, sin muchos esfuerzos porque "el corazón no estaba para muchas coñas", le dijeron, pero él quería hacer algo grande para demostrar que podía desarrollar una vida normal.

Su afán de superación y sus tremendas ganas de vivir provocaron el asombro de todos sus seres queridos. Nadie se lo podía creer. Empleó cuatro horas y cuarto para completar los algo más de 42 kilómetros. Desde ese entonces en el país que lo adoptó, Venezuela, le conocieron como el ‘Superman gallego’. Después de aquel primer maratón de la ciudad de Nueva York vinieron bastantes más. Estuvo 18 años recorriendo el mundo con sus zapatillas hasta que el día de Navidad de 2018 su corazón dijo basta.

Rosales y Luciano no corrieron este domingo en 'su' Nueva York que vio como los kenianos Albert Korir (2h08:22) y Peres Kepchirchir (2h22:39), vigente campeona olímpica se hicieron el triunfo en la edición de las ‘bodas de oro’. Con motivo del aniversario de la carrera, la organización homenajeó en su ‘hall de la fama’ este año a los corredores más icónicos de cada década, entre ellos Gary Muhrcke, el bombero neoyorquino que se alzó campeón en la primera carrera de 1970, desde la cual varios pontevedreses siguieron sus pasos, pero solo dos son leyenda porque sus historias perduran al transcurrir del tiempo.

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