"Este niño nunca más podrá hacer deporte"

A los ocho años, los médicos le dijeron a los padres de Pepe Vilas que no volvería a hacer actividad física, pero eso no le impidió ser una de las grandes leyendas del Teucro
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photo_camera Vilas levanta un trofeo. DP

Hubo una época en la que los apellidos de las estrellas de balonmano terminaban en -ic o en -isevic, pero las de Pontevedra no tenían acento yugoslavo y compaginaban la práctica del deporte con su trabajo cuando la mentalidad en las empresas no era la de ahora. "No teníamos facilidades", asegura José Antonio Rodríguez Vilas, que a sus casi 80 años (los cumple el 19 de junio) echa la mirada atrás para recordar una etapa en la que el balonmano vivía su prehistoria.

Vilas, como se le conoce en Pontevedra, es una parte de la historia de la Sociedad Deportiva Teucro, a la que perteneció durante 14 años. Como muchos jóvenes de su generación se enamoró del deporte gracias a Manuel Corrochano en el Instituto y fue uno de aquellos que le llevaron la contraria a la lógica, al proclamarse campeones de España de 1957, siendo el primer centro público en conseguirlo. "Todos los colegios pertenecían a órdenes eclesiásticas", señala con orgullo. El equipo de balonmano había sido tercero. Una ristra de éxitos que exhiben la filosofía de un grupo de chicos que casi eran vistos como locos porque en aquellos tiempos el deporte no era una práctica habitual.

Las cualidades de Vilas sobresalían más allá de las fronteras del Instituto y pronto pasó al Teucro, aunque no tenía edad para hacerlo. "Eran muy rigurosos con las fechas de nacimiento, pero nosotros hacíamos trampas",apunta. Eso le sirvió para participar en los últimos partidos de balonmano a once y en ser el único de la historia del club en jugar en todas las instalaciones que usó la entidad: Pasarón, Campolongo, El Vergel, Arzobispo Malvar y el Pabellón Municipal, un dato que pone en valor la trayectoria de alguien que también tiene el mérito de ser el técnico más longevo de la entidad, aunque le resta trascendencia porque "no era oficial. Esa función la desarrollábamos varios". De una u otra forma los hechos están ahí y nadie estuvo doce temporadas (desde la 59-60 hasta la 70-71, aunque las dos primeras compartiendo con Lilo Paz ) en el banquillo azul.

Vilas no solo forma parte de la historia del Teucro, sino también del deporte pontevedrés. Pero él le llevó la contraria al destino porque desde los cinco hasta los ocho años tuvo una pierna enyesada y los médicos lo desahuciaron para la práctica de la actividad física. Le dijeron que no podía jugar a nada, pero se equivocaron.

"Yo empecé en Campolongo. Ibas a ver un partido y de repente si necesitaban gente, te avisaban y ahí te ponías", relata con cariño. Sus primeros recuerdos están directamente relacionados a los del viejo Pazo, pero también tuvo la suerte de jugar en Pasarón "en los últimos partidos de balonmano a once. Eran los coletazos finales".

De Campolongo pasó al Vergel, aunque la época dorada llegó en la pista de Arzobispo Malvar (se inauguró en 1961), donde el balonmano comenzó a ser un acontecimiento social. "En cada encuentro la pista estaba abarrotada. El público se ponía por los alrededores", dice.

PASIÓN. En Arzobispo Malvar llegaron los días de gloria y comenzó a fraguarse una de las máximas rivalidades del deporte gallego: la que protagonizaron el Teucro y el Vulcano vigués. "Cada encuentro era un gran duelo", que se vivía durante muchos días, "tanto antes como después" e incluso en los despachos. "Era la rivalidad de dos ciudades y además como los árbitros eran de Vigo los partidos eran verdaderas sangrías", rememora.

Es el único en jugar en las cinco pistas que usó el Teucro: Pasarón, Campolongo, El Vergel, Arzobispo Malvar y el Pabellón Municipal

Los del Teucro eran los rebeldes de la capital que rompían el orden establecido. Cuando el balonmano era a once el rival era el Alerta y cuando se redujo a siete fue el Vulcano. Cada uno hacía mejor al otro. Los dos clubes crecieron a la par. No solo competían por la hegemonía regional sino por hacerse un hueco entre los grandes a nivel nacional.

Cada año que transcurría significaba que el límite se alejaba un poco más. Al principio la distancia con la gloria eran tan lejana como con las ciudades, porque a los kilómetros había que añadir las incomodidades de los desplazamientos. Cada viaje era una aventura sin saber cuál sería el desenlace. Llegaron los sectores, las fase de ascenso... y los sueños inacabados. El reino de los grandes estaba más cerca, pero a Vilas no le importaba. "Nosotros queríamos jugar. Sabíamos que era imposible estar en División de Honor porque trabajábamos", dice.

Ahora reconoce que fue una época preciosa. "Ojalá pudiera volver a vivirla", suspira con alegría y nunca con tristeza, porque aunque no se considere una leyenda él sabe que lo es, ya que las gloriosas páginas posteriores se escribieron con la tinta que ellos fabricaron.

Son recuerdos en blanco y negro que cimientan la trascendencia de un club que pertenece a la historia del balonmano español y cuya importancia se debe a la dedicación de personas como Pepe Vilas, que durante casi tres lustros compaginó el deporte con su trabajo en la caja de ahorros. "No era como ahora", comenta con pena. "Antes no se daban facilidades. Yo destinaba mis vacaciones a ir a los campeonatos nacionales que se hacían por concentración", finaliza.

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