Una vez una leyenda –lo que ahora se llama galáctico– se sentó en el banquillo granate de Pasarón. Era mediados de los años sesenta del siglo pasado, con el Pontevedra en su máximo esplendor. José Luis Molinuevo había abandonado un club que apostó por un entrenador que daba sus primeros pasos avalado por su extraordinaria trayectoria como futbolista. El Olympique de Marsella –donde había colgado las botas– y el Mallorca eran su único bagaje, pero pronto dejó su impronta.
Sin Héctor Rial es imposible entender el esplendor granate, pero no solo por lo que el equipo consiguió en el césped sino por la huella que dejó en todos aquellos que lo conocieron. Fueran jugadores, periodistas, directivos o simples aficionados.
Con los días de gloria convertidos en recuerdos, Héctor Rial volvió (enero de 1989) a un Pontevedra que había gastado lo que no tenía para reverdecer épocas pasadas. Era un momento convulso, los problemas económicos acuciaban a la entidad y a los futbolistas se le empezó a deber mucho dinero. No se quedó impasible. Fue tan grave la situación que tiró de su cartera.
En su segunda etapa como entrenador granate no dudó en prestar dinero a unos jugadores que no tenían ni para comer: "Que cada uno coja lo que necesite"
En el transcurso de la temporada 89-90 un día le dijo a Milucho (Belarmino Alonso), que era su segundo entrenador, que le prestaría dinero a la plantilla, pero el exdefensa nunca se imaginó la cantidad. Se dio cuenta de la magnitud cuando vio los billetes en Pasarón al día siguiente.
–Pero míster, ¡es mucho dinero!–, le dijo Milucho.
–No se preocupe, Milucho. Los chicos son buena gente. Me lo devolverán–, le respondió Rial.
–¿Y si no se lo pueden devolver?–, le replicó el que era su ayudante.
–No se preocupe, Milucho, son buena gente–, le repitió Rial.
Después del diálogo citó a los jugadores en el vestuario y puso sobre la mesa los billetes. "Que cada uno coja lo que necesite", dijo. Los jugadores fueron desfilando y tomando el dinero que precisaban mientras el técnico los dejaba en intimidad. Les había prestado un millón de pesetas de la época (al cambio hoy serían 6.000 euros, pero con el valor añadido de casi tres décadas).
Rial falleció en Madrid en 1991, unos meses después de abandonar definitivamente el Pontevedra, pero dejando claro que regresaría convertido en ceniza para descansar en la playa en la que paseaba mirando el horizonte
No era la primera vez que lo hacía porque la temporada anterior (88-89) los jugadores habían organizado un partido amistoso con el Compostela para recaudar fondos porque ya llevaban mucho tiempo sin cobrar y algunos no tenían ni para comer. Milucho les comentó que un señor había donado 30.000 pesetas (180 euros), pero prefería no dar su nombre. Más tarde supieron que había sido su entrenador que tenía con una generosidad ilimitada y que siempre puso por delante el amor al Pontevedra y el respeto a sus futbolistas a los que entendía perfectamente. Podía dejar en el banquillo a alguien, pero el jugador lo comprendía porque era una persona honesta. "¡Hasta los suplentes estaban contentos!", aseguran los que fueron sus pupilos.
Su vida está llena de gestos que demuestran su humanidad. Al igual que en su primera etapa (febrero de 1967 a junio de 1969), en la segunda paraba todos los días en el Pequeño Bar –situado en la Praza de San José–. Fue su casa en la Boa Vila. Un día estaba en la puerta y pasó otra leyenda granate, Rafael Ceresuela, lo saludó y le pidió hablar con él. El autor del gol del ajo ya estaba alejado del fútbol, pero Rial tenía necesidad de conversar.
De repente le espetó: "Yo no fui justo con usted. Se merecía haber jugado mucho más conmigo". Ceresuela le interrumpió diciéndole que no se preocupara que le tenía mucho cariño, pero el míster prosiguió: "Tenía que decírselo. A veces los entrenadores nos encaprichamos en un futbolista o le cogemos ojeriza a otros, pero usted fue un gran profesional".
La leyenda granate casi nunca lo contaba, solo a los más íntimos ,y cuando lo hacía era para poner en valor a un entrenador para el que tenía todos los elogios posibles.
Rial tenía tanto cariño al Pontevedra CF y a Pontevedra que cuando lo llamaron para su segunda etapa (enero de 1989 a junio de 1990) le costó dinero estar en el club. Junto a su pareja, regentaba una tienda de ropa en Madrid y hablaba permanentemente con ella por teléfono. Lo que le pagaban le servía para abonar la factura de teléfono, que algún mes llegó a ser de 600 euros.
Para aquellos jugadores fue su guía, su norte. No les hablaba de coberturas, diagonales... su lenguaje era el del fútbol que transmitió hasta que falleció en Madrid un día de febrero de 1991, unos meses después de abandonar definitivamente el Pontevedra, pero dejando claro que regresaría convertido en ceniza para vivir eternamente en la playa en la que paseaba mirando el horizonte.