Víctor Magariños, el piloto de la gente

Se convirtió en un referente a nivel gallego cuya figura tuvo todavía más trascendencia que sus resultados o sus triunfos
Víctor Magariños, en el interior de su BMW M3. ARCHIVO
photo_camera Víctor Magariños, en el interior de su BMW M3. ARCHIVO

Una vida vinculada al asfalto y al motor. Hablar de Víctor Magariños es hablar de coches y de rallyes y es que desde muy pequeño sintió el gusanillo y comenzó a empaparse de un mundo en el que terminó haciéndose un nombre, ganándose una posición privilegiada y consiguiendo el reconocimientos de todos aquellos vinculados a esta disciplina de las cuatro ruedas, que en él encontraron no solo a un gran piloto sino también a una persona que dejaba huella.

Víctor Magariños (Marcón, 1972) comenzó muy pequeño su vinculación al mundo del rally una vinculación motivada por las diversas pruebas que se celebraban cerca de su casa y a las que solía acudir. Fue en esa misma época cuando preparó un coche tipo kart con el que comenzó a aprender y a disfrutar por las pistas de tierra. Sin embargo, no fue hasta 1995 cuando llevó a cabo su primera carrera oficial en el Rally del Albariño, al volante de un Seat 1430 arreglado por él y con el que muy pronto se hizo respetar, consiguiendo el subcampeonato gallego de rallyes y montaña en ese mismo año.

Una posición que repetiría también en los años 1996 y 1998 en la categoría de rallyes y entre medias, en el 97, logró su primer título autonómico en la categoría de montaña.
 


En 1999, gracias a sus conocimientos de mecánica y a sus habilidades, dio un paso adelante y presentó su BMW M3, un coche que se convertiría en un símbolo ya que era poco habitual que en los rallyes se corriese con este modelo y más teniendo en cuenta que la preparación del coche corrió de su mano, dejándolo a su gusto para dejar su huella personal en cada uno de las pruebas del Campeonato Gallego en las que participó.

La falta de presupuesto le condenó a principios de los 2000, obligándole a participar en carreras sueltas del Autonómico, pero sin realizar la prueba al completo. En su último campeonato completo, en la temporada 1999/2000, finalizó primero del Grupo X, logrando un tercer puesto absoluto.

EL CAMBA DE LOS 90. La figura de Víctor Magariños iba mucho más allá de sus resultados o sus títulos sobre las cuatro ruedas y es que, el piloto pontevedrés se convirtió a finales de los años 90 en el piloto por excelencia, un referente para todos aquellos niños que querían diputar un rally y para aquellos aficionados del deporte de asfalto que disfrutaban viéndole destacar en las diferentes subidas y campeonatos en los que corría.

De la misma manera que Alberto González Camba en los años 70 y 80 fue el piloto de referencia, Magariños se convirtió en el piloto de la gente, del pueblo. Su taller de mecánica le acercaba mucho más a los vecinos, un taller que acogió también a otros pilotos que como él disfrutaban cuando estaban al volante de la adrenalina y la felicidad que eso les aportaba.

Su BMW M3 fue un símbolo a nivel gallego, un coche que poco tenía que envidiar a otros y que para los seguidores de los rallyes era como el Renault de Fernando Alonso, un pareja de lujo que juntos de la mano lograron hacerse un hueco en el mundo del motor.

Un piloto excepcional, un vecino cercano y un empresario al que amigos, conocidos y compañeros respetaban ya no solo por sus títulos sino también por su carácter.

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