Un viaje sin billete de vuelta

Alberto Núñez Feijóo, nuevo presidente nacional del PP. JULIO MUÑOZ (EFE)
photo_camera Alberto Núñez Feijóo, nuevo presidente nacional del PP. JULIO MUÑOZ (EFE)

A menos que le guste el senderismo, a Alberto Núñez Feijóo (Os Peares, 1961) se le acabaron las corredoiras embarradas para una buena temporada. Tampoco es que en Galicia pisara tantas, pero sus casi dos décadas en la comunidad, desde que en 2003 llegó de Madrid para asumir la Consellería de Política Territorial, Obras Públicas e Vivenda del defenestrado Cuiña, sí le han convertido en un político diferente. De aquel gestor de aire estirado y pijo que dirigía el Insalud y Correos en la capital de España ya no queda ni la gomina.

En cierto modo, Feijóo se galleguizó. No solo cambió de peinado y de gafas, sino también de idioma e incluso de acento. Rebuscó en lo que quedaba de aquel niño de Os Peares para parecerse más a sus paisanos, los saludos con un apretón de manos dejaron paso a los golpes en la espalda y empezó la colección de fotos electorales con vacas y sachos. Bien podría usar aquel lema del Galego coma ti con el que aterrizó Fraga en Galicia en 1981.

A partir de ese momento, Feijóo se convirtió en el político total, con una habilidad extrema para moverse con la misma soltura por Juan Flórez o los grandes platós de Madrid que por los montes de Gres creyéndose Balbino en Memorias dun neno labrego. Su adaptabilidad es indudable.

A nivel político, Feijóo también fue puliendo cosas tanto para ser tan cercano y hábil en la distancia corta como para levantar auditorios en los grandes mítines. Sus años de gestión reforzaron su leyenda de político moderado, dialogante y sensato, pero antes, en la oposición, ya había demostrado que si hay que morder, tiene colmillo. Y, contrario a lo que piensan muchos, también exhibió cierta habilidad en la fontanería política, porque cuando se lanzó a la sucesión de Fraga fue eliminando rivales y no le tembló la mano para edificar un hiperliderazgo donde no dejó crecer a nadie a su alrededor. Esa fue la clave, apuntan, para acabar con la histórica brecha interna del PPdeG entre boinas y birretes. Pero también es ahora el lastre de un PPdeG sin sucesor natural.

Él creció a la sombra de los segundos, los birretes, en concreto de José Manuel Romay Beccaría, su padrino político. Este fin de semana en Sevilla Feijóo demostró, además, que es fiel a los suyos otorgándole al betanceiro un asiento en su dirección a sus 88 años. Esa generosidad con los que tiene cerca, que son los mismos desde hace muchos años, es algo que lo diferencia de Fraga, que fue en cierto modo su otro padrino.

El resto de la historia es más o menos conocida. Licenciado en Derecho y funcionario de la Xunta, se fue a trabajar en la segunda línea de los ministerios del Gobierno de Aznar en 1996 y construyó en Madrid su carrera política, en la que gestionó Insalud y Correos antes de que Fraga lo reclutase para la Xunta en 2003. Aquí se fogueó en el Gobierno y la oposición y, desde 2009, colecciona mayorías absolutas (2009, 2012, 2016 y 2020) y récords, aunque el de superar a Fraga como líder del PPdeG se trunca ahora por su marcha.

No le espera un ecosistema tan amable como el que dejó en 2003 ni como el que tuvo estas dos décadas en Galicia. Un mes de campaña para liderar el PPdeG bastó para dejarle claro que las reglas de juego cambiaron. En el actual circo, un desliz verbal puede ser peor que una condena judicial. Y en ese escenario tiene que reconstruir un solar en ruinas, evitar que Vox le robe los escombros y hacer frente a un Gobierno que eleva el marketing a la categoría de arte.

Allí, en la capital, Feijóo tendrá que volver a demostrar la capacidad camaleónica que exhibió en la Xunta. Ya no puede renunciar a la huella que han dejado en él estos 20 años de galleguización ni ganas que tiene, porque según él mismo confesó mantiene un "vínculo indestructible" con Galicia, reforzado en 2017 con el nacimiento de su hijo Alberto, fruto de su relación con Eva Cárdenas. Pero en Génova 13, Balbino volverá a aparcar los zuecos para convertirse en algo más parecido a aquel gestor de acento madrileño que algún día fue, lleve o no gomina. Quién sabe si algún día tendrá que volver a calzarlos. Aunque no de momento, porque Feijóo se marcha a Madrid sin billete de vuelta.

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