La condena a un líder de los Grapo saca a la luz la extorsión a empresarios gallegos

Al menos tres lucenses estuvieron bajo protección tras recibir cartas en las que el grupo terrorista los amenazaba si no pagaban el impuesto revolucionario
José Antonio Ramón Teijelo con el escudo de los Grapo.EP
photo_camera José Antonio Ramón Teijelo con el escudo de los Grapo.EP

A finales de los años noventa y principio de los 2000, varios empresarios de Galicia recibieron cartas firmadas por el Comando Central de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre y con el anagrama de los Grapo. En ellas se les hacía partícipes, como miembros de "la clase capitalista", de los males padecidos por la clase obrera y de los padecimientos de los "presos políticos" de la banda. Como castigo, se les exigía el pago del "impuesto revolucionario", bajo amenazas de muerte. Al menos tres de esos empresarios vivieron muchos meses aterrorizados y bajo vigilancia policial por esta causa.

Los datos han salido a luz a raíz de una reciente decisión del Tribunal Supremo, que confirma la condena a diez años de prisión que la Audiencia Nacional impuso en diciembre de 2019 a José Antonio Ramón Teijelo, por un delito de amenazas terroristas. El acusado interpuso recurso ante el TS, que ahora lo rechaza y confirma la condena contra Teijelo, un histórico miembro de los Grapo que ordenó el envío de las cartas de extorsión en 1998, cuando era jefe de la sección de Información de la banda terrorista.

En aquella ocasión se enviaron 126 cartas a empresarios de toda España, todas con el mismo texto y en las que solo variaban las cantidades solicitadas; en otras, no se hacía alusión a una cantidad determinada, sobre todo las que iban dirigidas a personas a título particular y no como propietarios de una empresa.

Según figura en los papeles, tres de esas cartas llegaron a Lugo. Los extorsionados fueron Jesús Lence, propietario de Leche Río y ya fallecido, al que exigían 40 millones de pesetas (unos 250.000 euros al cambio actual); José Sanjurjo Alonso, propietario de la distribuidora farmacéutica Sanal, que debía pagar 30 millones (180.000 euros) y Blas Paradela Videla, propietar i o d e la compañía de pescado del mismo nombre instalada en Celeiro y Burela, al que le reclamaban 25 millones de pesetas (150.000 euros).

Sus nombres y las cantidades, según indicaron fuentes de Interior, las habrían seleccionado al azar según los datos públicos de facturación de sus empresas.

Este diario no ha podido localizar a Sanjurjo, pero todo apunta a que ninguno de los tres pagó. Los tres, sin embargo, tuvieron que soportar unos meses de auténtico calvario, ya que Interior confirmó que las cartas eran auténticas y les puso vigilancia, además de instruirlos en diferentes pautas de comportamiento y precauciones.

MUY ACTIVO EN GALICIA. Hay que tener en cuenta que en aquel momento los Grapo eran todavía un grupo muy activo. Entre 1975 y 2006 mataron a 93 personas e hirieron a otras 95, además de protagonizar diversos secuestros y atracos a bancos y furgones blindados.

Además, su presencia en Galicia era bastante constante. En la comunidad disponían de comandos activos y pisos francos y aquí se detuvo a varios de ellos en diversas operaciones. Entre las páginas más negras que este grupo terrorista escribió en Galicia figura el asesinato de Claudio San Martín, fundador de supermercados Claudio, que fue tiroteado en su propio piso de A Coruña el 27 de mayo de 1988, o el atraco fallido a un furgón blindado en Vigo el 8 de mayo de 2000, justo la época en la que se recibieron las cartas de extorsión, en que murieron acribillados dos vigilantes jurados.

Entre los receptores de las 126 cartas figuraban más de una veintena de conocido s empresarios gallegos.

Así eran las cartas
"Nuestra Organización por la presente le comunica con la suficiente anticipación la decisión de hacerle pagar, en concepto de impuesto revolucionario, la cantidad de X millones, suma que deberá hacerse efectiva en la fecha, lugar y forma que en su momento le indicaremos. Consideramos que lo que se está haciendo con esa y otras entregas de fondos... no es sino restituir a los obreros y otros trabajadores una mínima parte de la plusvalía que la clase capitalista, de la que usted forma parte, se ha apropiado, imponiéndoles un régimen de terror y de trabajos forzados, salarios de hambre..." "Usted no puede ignorar que, actualmente, hay en España más de cuatro millones de parados y que más de once millones de personas viven en la más absoluta indigencia; usted sabe también que la explotación y la codicia capitalista provocaron, solo en una década (1982- 1992) 12 millones de accidentes laborales, que costaron la vida a 5.000 obreros".

"Las fuerzas represivas del Estado, que protege sus intereses, impiden a los trabajadores toda posibilidad de defensa pacífica de sus derechos...".

"Pues bien, nuestra Organización se ha propuesto poner fin a esta situación tan ignominiosa y está resuelta a conseguirlo sin escatimar ningún esfuerzo ni sacrificio. Por ello supondría un grave error por su parte subestimarnos o tratar de burlar nuestra justa demanda. En nuestros ficheros usted figura con el nombre en clave de X, por lo que en nuestras comunicaciones, y para evitar que sea extorsionado por la policía política, nos identificaremos haciendo referencia a la misma. Espere noticias".

"Me negaba a llevar a mis hijas en el coche y no se lo podía explicar"

Blas Paradela, propietario de Pescados Blas Paradela, recuerda que durante casi un año las fuerzas de seguridad vigilaron su casa y que se negó a pagar y a marcharse del país

Blas Paradela lo pasó mal. Todavía le molesta recordar aquella etapa de su vida en la que él y su familia vivieron bajo la amenaza terrorista. Sí conserva claro en su memoria que "nunca" se planteó pagar y aquella pregunta que no podía evitar hacerse: ¿Quién soy yo para recibir esta amenaza?".

No era nadie en particular, un emprendedor con una próspera empresa de pescados en A Mariña que todavía sigue en marcha. Su nombre y la cantidad a pagar habían sido seleccionados por el frío método de comprobar la cifras de facturación, a la banda terrorista le daba igual quién fuera él.

"La recibí un 3 de agosto de 2003", explica Blas Paradela, "me pedían 25 millones de pesetas y me amenazaban de muerte. Se la di de inmediato al Ministerio de Interior para que la autentificara".

Resultó ser auténtica y muy preocupante: "Estábamos en el chalé que tenía entonces en Viveiro. Desde entonces y durante casi un año, siempre había un coche de la Policía o de la Guardia Civil a la puerta". "Me lo tomé muy en serio. Por ejemplo, no consentía llevar a mis hijas en el coche conmigo, por si me ponían algo. Ellas eran adolescentes y se hacían preguntas, pero no les iba a decir encima que estábamos amenazados. Fue muy duro para mí y para ellas", lamenta.

Esta situación se prolongó bastantes meses, hasta que "un año después o así, gente de Interior vino a verme y me dijo que ya se había acabado todo, que los tenían controlados. Esa misma semana el Grapo atracó el furgón de Vigo y mató a dos vigilantes. No estaba acabado, ni mucho menos".

Paradela quería ser muy prudente, y de su entorno solo conocían las amenazas "mi familia y dos o tres personas muy cercanas. A mis hijas no les podía dar explicaciones".

Recuerda que por aquella época "había hablado con Miguel San Martín, de los supermercados Claudio, que también lo habían amenazado, y me dijo que se iba a ir una temporada fuera de España. El Grapo ya había matado a su hermano, Claudio; llamaron a su casa diciendo que eran de la floristería y lo mataron. Yo dije que no me iba, que les dieran por saco a esa gentuza".

Hace unos meses, con el juicio a Ramón Teijelo, lo llamaron para ir a declarar a la Audiencia Nacional a Madrid: "Les dije que si estaban de coña y les planteé hacerlo por videollamada. La Guardia Civil lo arregló para que pudiera declarar desde sus dependencias, pero al final me comunicaron que no era necesario". Espera que ese sea el punto final.

"El susto que me llevé al abrir la carta fue tremendo, sentí terror"

Adi Canto, secretaria personal de Jesús Lence, extorsionado por la banda terrorista, fue la primera en leer la misiva de la banda y la Policía le enseñó a manipular sin dejar huellas y a filtrar llamadas telefónicas para fijar las voces

Han pasado más de veinte años, pero Aída Canto no podrá olvidar nunca aquel día en el que, sola en el despacho, abrió, como era su costumbre, una carta dirigida a su jefe, el dueño de Leche Río y reconocido empresario Jesús Lence, ya fallecido: "El susto que me llevé al abrir esa carta fue tremendo, sentí terror. Me quedé de piedra".

Aída tiene muy vivos los recuerdos, porque "ese día Jesús estaba de viaje y entonces no había móviles ni nada para localizarle, no podía contactar con él si no me llamaba. Y yo temía que pudieran hacerle algo mientras".

Su reacción, no obstante, fue bastante fría. Avisó a una persona de la máxima confianza de Lence y este llevó de inmediato la carta "al Gobierno Civil. Cuando regresó en el avión le estaba esperando la Policía en el aeropuerto para protegerlo y contárselo todo".

Durante unos meses, el propietario de Leche Río tuvo vigilancia y siguió unas pautas de precaución en sus rutas, pero la que fue su secretaria opina que "se lo tomó con precaución, pero con miedo. Con respeto. Él tenía ese carácter, al principio el cabreo fue tremendo, pero luego simplemente cumplía con lo que le mandaban y siguió haciendo su vida".

Con el paso del tiempo, el miedo a las amenazas de la banda terrorista se fue diluyendo, pero en el subconsciente de Aída aún viven aquellas sensaciones y aquellas precauciones que la propia Policía le enseñó a tomar: "La carta que recibimos estaba llena de huellas dactilares, sobre todo las mías, así que me enseñaron a abrir sobres sospechosos sin dejar las huellas. También a identificar los envíos sospechosos, por ejemplo los que no traían anagrama". También las llamadas telefónicas eran importantes, y desde entonces todas pasaban por ella antes de llegar a Jesús Lence, sobre todo si eran de personas desconocidas. "Yo les tenía que preguntar cosas y saber cuantas más cosas mejor. Y me enseñaron a fijar las voces; de hecho, tiempo después me trajeron varias grabaciones a ver si identificaba alguna voz, pero no pude", explica esta mujer, que ahora tiene 68 años.

Aída Canto está convencida de que Jesús Lence "no se lo contó a nadie entonces, solo lo sabíamos él, yo y el amigo que llevó la carta. Creo que a la familia no se lo dijo, porque los hijos eran muy jóvenes y uno de ellos ya estaba enfermo. Pero sé que lo pasó muy mal algún tiempo, no fue ninguna broma".

Tampoco para ella, para quien pasado el tiempo aquel miedo solo es "un recuerdo malo. Y una experiencia".