El cura prestó casi veinte mil euros a fondo perdido al clan de los Feratovic

Dos años de un brutal crimen sin castigo

La investigación sobre la muerte del cura de Vilanova dos Infantes sigue estancada al no haber pruebas contundentes ▶ Vecinos apuntan a ciudadanos del Este que acudían a la rectoral a por donativos, como solían hacer los dos detenidos
Una comitiva de vecinos y religiosos en el sepelio del párroco Adolfo Enríquez
photo_camera Una comitiva de vecinos y religiosos en el sepelio del párroco Adolfo Enríquez

Dos años después de un crimen que conmocionó a Galicia, la rabia y la impotencia no han encontrado consuelo en la Justicia. Desde que el 10 de marzo de 2015 asesinaron brutalmente a Adolfo Enríquez, el cura de Vilanova dos Infantes (Celanova), la vida en este pueblo ourensano no ha vuelto a ser igual. El horror inicial ha dado paso a una calma tensa. A un sosiego angustioso propio del que espera, aunque con impaciencia, a que el tiempo ponga las cosas en su sitio. Al dolor por la muerte se suma la indignación porque, paradojas del destino, al párroco lo mataron cuando hacía lo que mejor sabía: ayudar al prójimo.

Don Adolfo era uno de esos religiosos que predicaba con el ejemplo. Su bondad, dicen en Vilanova, no tenía límites. Aprovechándose de esa circunstancia, se cree que en la noche del 10 de marzo de hace dos años varias personas aparentemente con pocos recursos, a las que ya habría ayudado previamente, fueron a visitarlo para pedirle limosna. El cura fue a buscar unas patatas para darles de comer. Pero eso no sació el hambre de los pedigüeños, de quienes se sospecha que preferían un donativo en metálico o en papel fiduciario.

Don Adolfo no quiso o no pudo dárselo —los vecinos aseguran que atravesaba una situación económica complicada debido, precisamente, a su costumbre de repartir sus ingresos entre los necesitados—. Y lo pagó con su vida. La emprendieron a golpes con él, sin piedad. Primero con los puños y luego con algún objeto contundente, al tiempo que —se cree— le reclamaban dinero. Al no contentar a los asaltantes, la agresión fue subiendo de intensidad, hasta tal punto que los forenses hablaron de tortura. Don Adolfo tuvo una muerte muy aciaga. Malherido, uno de los impactos, brutal, le fracturó la frente y se desplomó ya sin vida sobre el pajar donde al día siguiente lo hallaron en medio de un charco de sangre. A su lado, las patatas con las que había intentado ayudar a sus verdugos.

Dentro de la casa estaba todo revuelto, pero no se echó nada en falta. Allí permanecían libros religiosos, cálices y bandejas de plata de la sacristía e incluso varias armas de fuego que el cura coleccionaba. Ni rastro de dinero, pero porque tampoco lo había antes de la visita de los asaltantes. Sin embargo, los feligreses alertaron de que se habían llevado la Virxe do Cristal, una pequeña talla del siglo XVII de gran valor religioso para los parroquianos de Vilanova pero que, según la Guardia Civil, tiene escasa salida en el mercado negro de obras artísticas.

Tras el crimen se sucedieron los corrillos en el pueblo y las sospechas de los vecinos apuntaban hacia el Este. Concretamente hacia una serie de ciudadanos croatas y rumanos establecidos en la provincia de Ourense que acudían con asiduidad al domicilio del cura en busca de caridad en metálico. Tras casi un año de investigaciones, el 15 de enero de 2016 dos de ellos fueron detenidos: Elvir y Arsen Feratovic, tío y sobrino de 42 y 23 años. El principal indicio contra ellos es que solían desplazarse en un Volkswagen Golf negro que se correspondería con el turismo de esa marca y "oscuro" que dijo ver un vecino circulando cerca de la casa del cura la noche de autos. Aunque al no poder especificar el modelo, los investigadores consideraron que se trataba de una pista muy genérica.

También llamó la atención que el móvil de Arsen fue apagado durante unas horas. La última señal lo sitúa en Ourense a medianoche, donde vuelve a encenderse a las tres de la mañana, lapso de tiempo en el que la autopsia estimó la muerte de don Adolfo.*


LIBRES.
Pero ahí se acaban los indicios. Y ante la falta de pruebas fehacientes, la jueza de Celanova los dejó en libertad. La investigación sigue abierta, aunque en punto muerto por la ausencia de huellas en el lugar del crimen.

Una de las últimas bazas del juzgado celanovés ante un caso que parece abocado al archivo fue la de solicitar a Facebook y Skype conversaciones entre los detenidos, pues se cree que utilizaron estas vías de comunicación al sospechar —fundadamente— que tenían sus móviles ‘pinchados’. Pero no hubo éxito, pues la aplicación de videollamadas no facilita datos escudándose en su política de privacidad, mientras que la red social más popular solo lo hace con la CIA.

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