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El conflicto okupa divide a la vecindad

Residentes y comerciantes discrepan sobre lo sucedido en Compostela y no falta quien opina que «fue peor el remedio que la enfermedad». Dueños de tiendas y bares se sienten perjudicados por las manifestaciones y la actuación policial
Aspecto de la Rúa da Algalia a la altura de la casa okupada que fue desalojada y tapiada
photo_camera Aspecto de la Rúa da Algalia a la altura de la casa okupada que fue desalojada y tapiada

El desalojo de la casa okupa en Santiago ha dividido por igual a la clase política y a la sociedad gallega, incluidos los vecinos y comerciantes de la Rúa da Algalia, donde se ubica el inmueble que hasta el pasado martes estaba tomado por el colectivo Escarnio e Maldizer y que ahora se encuentra totalmente tapiado. En esta calle, una de las principales arterias del casco histórico compostelano y la zona cero del conflicto, no se habla de otra cosa.

A su paso por la imponente fachada del edificio, las conversaciones de los viandantes tornaban hacia lo ocurrido esta semana. La mayoría de comentarios hacían alusión al aspecto externo de la casa —«parece el Muro de Berlín», decía una joven brasileña—, otros recordaban la actuación policial —«no sabes la que se lió», ilustraba un jubilado a un compañero de paseo—, y no faltaban quienes divagaban sobre el modo de vida de los okupas. «A ver si ahora que los echaron se ponen las pilas y empiezan a buscar trabajo como todo el mundo», clamaba satisfecho un residente mayor de la zona.

El mismo vecino denuncia que los antiguos moradores de la casa, a quienes tacha de «vagos» e «indeseables», causaban «muchas molestias». «Hacían ruido día y noche», aclara. Sin embargo, la opinión de este hombre no es la norma en el vecindario. La mayoría, incluso a los que no agradaba la presencia de los okupas, reconocen no haber tenido ningún problema de convivencia con ellos. «A mí no me hacían gracia las pancartas que ponían en la fachada, con todo el tema reivindicativo, pero me parecían buenos chicos y nunca se metieron con nadie», explica la propietaria de una tienda de moda contigua al inmueble.

Algunos tenderos incluso han estampado en sus escaparates carteles de apoyo al colectivo. Uno de ellos, vendedor de souvenirs, explica que los okupas «le daban vida a la calle: organizaban clases de teatro, pandereta, baile... Los turistas paraban a curiosear y, aprovechando, se fijaban también en mi tienda y en las de al lado».

«FUE PEOR EL REMEDIO». La dueña de otra tienda de ropa muy próxima se muestra indignada cuando se le pregunta por los okupas. Pero segundos más tarde revela que su enfado se debe a las consecuencias del desalojo y no a la presencia de los antiguos moradores en el inmueble, que "iban por las tardes y noches pero no vivían dentro», aclara. «Tuvimos que cerrar la mañana del desalojo, con la calle cortada. «¿Quién nos compensa eso? Y encima ahora, con las manifestaciones que hay por la zona, tenemos varias clientas que ni se acercan por aquí, porque tienen miedo. Lo estamos notando muchísimo en ventas», lamenta, antes de zanjar que «fue peor el remedio que la enfermedad».

En la misma línea se expresan la dependienta de una droguería cercana y el dueño del único bar de ese tramo de calle, dos casos en los que los okupas, además, representaban parte de su clientela. «Eran rapaces marabillosos, algunha vez me teño esquecido de cobrarlles unha cervexa e viñan a recordarmo. Non toda a xente o fai», aprecia el hostelero. No hay el mismo consenso a la hora de valorar la convivencia por parte de dos vecinos. Un joven que vive exactamente frente a la polémica casa dice que «xamais» tuvo problemas con ellos. «Desde a miña xanela víaos e non facían nada raro: actividades e algunha festa e pasábano ben, sen facer dano a ninguén». Preguntado por los ruidos, declara que «hai moito máis barullo nun bar de cuncas desta mesma rúa. Os okupas, en tres anos, só me molestaron unha noite cun concerto que se lles foi das mans», recuerda riéndose.

En cambio, un vecino que compartía patio interior con ellos reconoce que estaba «cansado» del ruido «hasta altas horas de la madrugada» y se queja de que «tiene caído algún cristal» desde sus ventanas, motivo por el que, dice, algunas vecinas mayores «tenían miedo de salir al patio».

Opiniones al margen, el inmueble no deja indiferente a nadie y solo los turistas, ofuscados en sus guías y cámaras de fotos, son ajenos al gran tema de actualidad de esta semana en toda Galicia, donde diversas localidades cuentan con casas okupa que en cualquier momento podrían originar un conflicto similar.

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