El olvidado Diego de Fruíme

Tras los convulsos Séculos Escuros surgió un hombre que quiso cambiar las cosas. Dejó su Santiago natal con solo 27 años para transformar, cultura y fe bajo el brazo, lo que hoy es Lousame. Sin embargo, la Historia todavía tiene deudas con él
Busto del cura de Fruíme, en Lousame
photo_camera Busto del cura de Fruíme, en Lousame

DICEN QUE EXISTEN ciertas personas para determinadas situaciones. Hombres y mujeres que son colocados sutilmente por el destino en un lugar concreto, en un tiempo concreto, para hacer algo concreto. Unos se convierten en auténticas figuras, héroes reconocidos por sus generaciones o, en el peor de los casos, por las venideras. Pero hay otros que no gozan de ese estatus y terminan siendo sepultados bajo la pesada losa de la indiferencia. Y ese fue durante mucho tiempo el caso de Diego Antonio Cernadas de Castro, más conocido con el tiempo como Diego de Fruíme.

Fue un cura, un sacerdote diferente, de perfil impensable en un contexto eclesiástico como el que vive hoy la Iglesia Católica. Natural de Santiago de Compostela, donde nació en marzo de 1702, este visionario decidió dar un giro de 180 grados a su vida abandonando la capital poco antes de cumplir los 27. A día de hoy aún se desconocen los motivos, pero lo cierto es que el lugar al que llegó era poco más que un compendio de rudas casas mal dispuestas sobre un terreno árido y tremendamente pobre. Lo que hoy es el ayuntamiento de Lousame poco o nada tiene que ver con lo que el cura se encontró. Sin embargo, Cernadas no flaqueó y, apoyándose en el firme bastón de la fe, acabó convirtiendo un remoto páramo en un jardín infinito.

Como párroco del curato de Fruíme, enseñó a sus cerca de 400 habitantes a leer y a pensar e incluso dotó al pueblo del cultivo del maíz. Hizo, en definitiva, que los más de 20 kilómetros que les separaban de Santiago se convirtieran en una nada fácilmente sorteable. Y eso sin tener en cuenta un legado artístico que acabó por influenciar no solo a su parroquia, sino a toda la comunidad gallega. Además, tuvo la valentía y la visión de hacerlo en la lengua de la tierra, en un momento en el que su uso en los ámbitos más elitistas era prácticamente anecdótico. Al fin y al cabo, la densa niebla de los Séculos Escuros todavía vagaba, taciturnamente, por las calles.

Como párroco del curato de Fruíme, Cernadas enseñó a sus vecinos a leer y escribir con las obras de teatro y novelas que creaba



AUTOR PROLÍFICO. De esas largas conversaciones con los vecinos nacieron muchas de sus obras. Cual pastor con su rebaño, Cernadas enseñó a los suyos a vislumbrar ese camino oculto entre las zarzas. Para ello creaba historias, teatro y poesía. Con todas ellas enriquecía la vida de los que le acompañaban, a través de unas palabras que, pese a su grandilocuencia en forma, pesaban realmente en contenido. En cierto modo se convirtió en uno de los primeros periodistas gallegos que se conocen; pero lo hizo dando la mano a la literatura, algo que no ha vuelto a pasar —al menos no con esas dimensiones— desde que Edward Abbey y Truman Capote irrumpieran, respectivamente, con sus corrientes contraculturales y de New Journalism en los Estados Unidos de la década de los 60. Una muestra más de que Diego de Fruíme, como también acabaron conociéndolo, fue un gran pionero encargado de ir abriendo puertas al mundo.

Fue así, denunciando las injusticias que pesaban sobre una sociedad ya por aquel entonces diferenciada, como nacería la leyenda del cura de Fruíme. Considerado por muchos como predecesor y baluarte imprescindible del galleguismo que afloraría años después, Diego Antonio Cernadas de Castro no dejó nunca la parroquia que, si bien no le vio nacer físicamente, si lo hizo en el plano espiritual. Allí murió una tarde de marzo de 1777, dejando en un pueblo triste y desconsolado un recuerdo que ha permanecido inalterable hasta hoy.

SENTIDO HOMENAJE. Con todo lo expuesto, no es de extrañar que las nuevas generaciones de Lousame reivindiquen la figura de uno de sus personajes más ilustres. Así lo hicieron por ejemplo en el último Día das Letras Galegas, cuando aprovecharon para pedir que se dedique la fiesta mayor de la cultura gallega, cada 17 de mayo, a su recuerdo. Es una reivindicación que viene ya de años atrás, en concreto de 2001, cuando el Concello inició esa cruzada basándose en la abundancia, la calidad y la importancia de su producción literaria en lengua gallega.

En palabras de la alcaldesa de Lousame, Teresa Villaverde, Cernadas ejemplifica de la mejor manera posible "a loita de Fruíme, de Lousame e de Galicia: un home teimudo e terco que elevou a defensa da terra e da lingua ata o máis alto, e que se pode clarificar como un precursor do galeguismo".

Estas y otras consideraciones han sido defendidas a lo largo del tiempo por multitud de actores sociales y culturales, como es el caso del Club de Xornalistas Galegos de Madrid, que ya en 2002 solicitó un homenaje por el 300 aniversario de su nacimiento. Sin embargo, la Historia no acaba de hacerle justicia a un personaje de la relevancia del cura de Fruíme, que para la inmensa mayoría de los glalegos continúa siendo, más de tres siglos después, un auténtico desconocido.

Es por eso que desde hace años su figura es recordada anualmente ante el monolito en su honor que descansa frente a su parroquia. Porque, lejos de dejar a los gallegos un increíble legado cultural, forjó la idea de que las raíces podían crecer en un mundo que se empeñaba en cortarlas.

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