Un gitano orgulloso de llevar tricornio

Mariano es uno de los únicos tres agentes gitanos en Galicia. Criado entre payos y calés en Ferrol y entendió desde niño que la integración pasa por llevar con orgullo sus raíces y «jamás» renegar de ellas

Mariano
photo_camera La Benemérita condecoró a Mariano por sus años de servicio. EP

Mariano, guardia civil y gitano, rompe orgulloso uno de los tópicos más manidos que sobrevuelan nuestra sociedad. Explica que «hace años los gitanos vivían errantes y huían de la Benemérita [cuando la Ley de Vagos y Maleantes castigaba el nomadismo], pero todo eso ha cambiado, empezando por que ahora la mayoría tenemos residencia fija y un empleo». Y en su abanico profesional figura, por qué no, la opción de ser de guardia civil. Ese fue el camino que tomó de joven Mariano, un ferrolano que ha cumplido recientemente 65 años y ha pasado a la reserva tras toda una vida velando por la seguridad de los ciudadanos en la que no ha ocultado, «jamás», su condición de gitano.

Todo lo contrario. Presume de ser calé «por los cuatro costados». La expresión es literal, ya que todos sus abuelos lo son. «Y de la misma forma me enorgullezco de ser guardia civil», aclara. Y esto también podría decirse que le viene de familia, pues uno de sus hermanos mayores también lo fue mientras que su padre hizo carrera como militar. Ellos fueron los ‘culpables’ de que a Mariano le sedujese el uniforme y el tricornio, demostrando que no están reñidos con la cachaba, el tradicional bastón gitano.

Y es que pese a la imagen cliché del agente persiguiendo al calé por los siglos de los siglos, las dos partes tienen más en común de lo que pueda parecer. «Cuando un gitano comete un delito, en los medios no tarda en destacarse su etnia. Lo mismo sucede si es un guardia civil», cuenta Mariano, para observar que «garbanzos negros los hay en todos lados».

Por eso cree que en el camino hacia la integración es fundamental el «respeto» y «no tener complejos». Es algo que aprendió de pequeño, cuando jugaba entre payos y gitanos en el barrio ferrolano de Recimil que lo vio nacer. Su infancia la recuerda como «muy feliz», aunque no exenta de dificultades. En su hogar eran quince a la mesa, entre sus padres y sus doce hermanos. Uno de ellos, ya fallecido, fue el célebre Antonio ‘El Gitano’, masajista del Deportivo de la Coruña en sus años más gloriosos.

Mariano lamenta que algo en común entre gitanos y guardias es que si «alguno hace algo malo en seguida se destaca su condición»

No obstante, cuando Mariano hizo el hatillo con 23 años con destino a la academia de la Guardia Civil en Úbeda no sabía muy bien lo que se iba a encontrar. Corría 1976, acababa de morir Franco y España vivía un amanecer de cambios en el que aún quedaban tinieblas, entre ellas las del racismo en la sociedad, una sombra que por desgracia continúa alargada a día de hoy. Pero el recibimiento lo sorprendió. No solo no se topó con un solo brote de discriminación, sino que fue testigo del hermanamiento que se respira en el cuerpo. «Mis compañeros se convirtieron en mi segunda familia», explica.

AÑOS DUROS DE SERVICIO. La llegada de la democracia trajo cambios al instituto armado. Las normas internas no eran tan rígidas, pero Mariano recuerda que fueron unos tiempos «muy difíciles». «Los atentados de Eta estaban a la orden del día. Cada vez que había un ataque, había compañeros que dejaban el cuartel», recuerda.

Precisamente la banda terrorista protagonizó uno de los momentos mas aciagos de la vida profesional de Mariano: los atentados de 1987 en la comandancia de la Guardia Civil en Zaragoza, donde estaba destinado. Por fortuna para él, no se encontraba en el edificio, sino que estaba en un pueblo cercano. «En pocos minutos acudimos al lugar a ayudar a retirar cadáveres. A algunos de los muertos los conocíamos...», rememora sin poder ocultar cierta angustia.

De su paso por la capital aragonesa también destaca su estancia en la cárcel de Daroca. «No dentro eh. Fuera, de servicio», bromea. También era una época «difícil» en las prisiones, inundadas por la heroína y donde las reyertas y motines eran frecuentes al no haber tanta seguridad como hoy.
Pero las anécdotas felices ganan por goleada a los momentos duros en su memoria, y algunas de ellas le valieron para darse cuenta de que «merece la pena» ser guardia civil. El paradigma es salvar una vida, algo que él logró con «un chico que tuvo un accidente de ciclomotor», al que asistió al instante y llevó al hospital. «El médico me dijo que estaba vivo por mí», relata.

Otro episodio que evoca este agente en la reserva pone de relieve que entre los calés hay una especie de conexión o telepatía: «Un niño gitano de 14 años se ahogó en el río, montamos un dispositivo y tras muchas horas los bomberos sacaron el cuerpo del agua. Yo, como pude, cuidé y consolé a los familiares. Una semana más tarde el padre apareció en el cuartel, sabiendo como son los gitanos para ir al cuartel, y me dijo que gracias a Dios había estado yo presente. No nos conocíamos pero ese hombre estaba convencido de que yo era gitano», cuenta Mariano.

El agente retirado confiesa que a sus 65 años aún tiene que pasar por el mal trago de que lo vigilen en tiendas. «Son excepciones», aclara
 

Este «olfato especial», como prefiere llamarlo él, también le ha valido para mediar como guardia civil en algunos conflictos entre calés, pues «los entendía mejor» que otros compañeros y conoce, además, la llamada ley gitana. Se trata de un concepto desconocido para la mayoría de la población que «en ningún caso debería de sustituir a la Justicia ordinaria», aclara Mariano. Explica que son una serie de conductas encaminadas a evitar «males mayores» cuando se da una desavenencia por algún motivo. El ejemplo más conocido es el destierro. «Podría estar justificado si alguien causa una muerte, pero también puede llegar a ser muy injusto», explica Mariano, que es partidario de «acudir siempre a las autoridades antes que tomarse la Justicia por libre».

Otros de los valores más representativos de la cultura gitana son el respeto a los mayores y la unión, que Mariano ilustra con un ejemplo recurrente. «Cuando a un gitano lo operan, 25 ó 30 están en la puerta apoyando a los familiares». Lo mismo sucede cuando hay un entierro. Claro que además de respaldarse en los momentos duros, también comparten alegrías. La muestra simbólica, en este caso, está en las bodas, que pueden reunir a centenares de calés llegados desde miles de kilómetros.

¿SE SIGUE DISCRIMINANDO? Las celebraciones forman parte de las costumbres ancestrales de la etnia, de las que según Mariano no es preciso desprenderse para integrarse. Al respecto, admite que «algunos gitanos no han conseguido adaptarse», de la misma forma que «unos pocos payos todavía son racistas hacia nosotros». «Cada vez hay menos discriminación pero a mis 65 años sigo viviendo entrar en una tienda y que no te quiten la vista de encima», relata, aclarando que son «excepciones». Y en este sentido cree que la «gente joven» es más abierta, por lo que augura una convivencia armoniosa por la que tenga que velar cada vez menos la guardia civil.

Comentarios