Un joven coruñés ingresó en un psiquiátrico tras años de palizas y vejaciones de otros seis chicos

Cuando veía a alguno por la calle, había desde insultos, en el mejor de los casos, hasta botellazos. Se recluyó en casa con dolencias mentales
Tres escolares pontevedreses interactuando con sus teléfonos móviles. ADP
photo_camera Escolares interactuando con sus teléfonos móviles. ADP

Una pandilla de seis jóvenes coruñeses acaba de ser condenada por convertir la vida de otro chico en un infierno, con un sinfín de humillaciones, insultos y palizas que solo cesaron cuando dejaron de verlo en las calles herculinas porque tuvo que ingresar en un centro psiquiátrico a causa de las secuelas mentales que le provocó la campaña de acoso contra él, que se prolongó un lustro.

Lo más leve que podía pasarle a la víctima cada vez que se topaba con alguno de sus agresores -algo relativamente frecuente en una urbe de menos de 300.0000 habitantes- es que le gritasen "chivato". Si alguno de los matones -casi todos tienen antecedentes por delitos lesiones- estaba más agresivo de lo normal, la paliza era inevitable: desde botellazos a cigarrillos apagados en la cara o patadas en la cabeza, indica la sentencia divulgada este martes por el TSXG.

Este fallo judicial, rubricado por el magistrado Carlos Suárez-Mira, jefe del juzgado de lo Penal número 3 de A Coruña, condena a los seis acusados con pequeñas penas de cárcel inferiores a los dos años que, sin embargo, podrían conllevar su entrada en prisión a la vista de que cinco de ellos tienen antecedentes.

Y aunque los seis son castigados, el juez pone el foco en un principal instigador, que parece ser el cabecilla de la banda y tiene una especial inquina hacia la víctima desde que hace una década, paradójicamente, llegaron a compartir incluso comidas familiares. Y es que el principal agresor era entonces un menor de una familia desestructurada que fue acogido por la tía de la víctima, si bien a los pocos meses esta renunció a él por su conflictividad. Desde entonces, el chico culpa al que era su especie de primo político de convencer a su tía para echarlo de casa.

El problema es que su manera de echárselo en cara fue agredirlo cada vez que lo veía por la calle, siendo ambos todavía menores. Tras dos agresiones, la víctima denunció, y en un ya lejano 2014 impusieron al agresor una orden de alejamiento de 200 metros.

Botellazos y quemaduras

La medida judicial tuvo su efecto y el acosador lo dejó en paz una temporada hasta que en 2017 volvió a la carga y recrudeció sus ataques, en los que esta vez contaba además con ayuda de sus compinches. El compendio de agresiones recogido en la sentencia estremece: cosieron a patadas al perro de la víctima, le apagaron a esta un cigarrillo en la frente -lo que le dejó una visible quemadura- y también le lanzaron piedras.

Un paso más en esta espiral violenta lo dio un amigo del principal instigador, un chico que pese a su juventud acumula un dilatado currículum policial que infló aún más cuando, según la sentencia, "le arrojó una botella de cristal que le impactó en una pierna, ocasionándole una herida inciso contusa en la rodilla izquierda". Esta fue la agresión de mayor calibre además de una paliza que le propinaron entre varios de los seis acusados, junto a dos menores, que incluyeron patadas y puñetazos con la víctima ya en el suelo, causando un grave riesgo para su vida. Fruto de la agresión le quedó una visible cicatriz en los labios.

Encerrado en casa

Es entendible que, a la vista de los hechos, el chico se aislase en casa "por miedo", que a la vez le produjo estrés postraumático por el que tuvo que ser ingresado en psiquiatría.