A Carmen Regueiro le bastó un solo trago para saber que lo que estaba bebiendo no era la clara de gaseosa que había pedido. "Con un sorbo la boca ya me ardía. Olía muchísimo a lejía. Me fui corriendo al baño a intentar vomitar ese sorbo y no lo conseguí. Después el médico me dijo que menos mal que no lo había hecho, que hubiera sido perjudicial", explica esta lucense sobre lo que le ocurrió el pasado 7 de octubre.
Ese día, un sábado de San Froilán, había quedado a las 21.00 horas en un bar restaurante con un amigo al que hacía tiempo que no veía. Los dos pidieron lo mismo, una clara con gaseosa, en un local que, para ser el día que era, tenía en esos momentos poca clientela. Se empezaron a poner al día cuando una camarera les trajo las consumiciones y ambos se las llevaron a la boca. La reacción fue inmediata en los dos casos.
"Empezamos a toser, a quejarnos. Para cuando volví del baño se habían llevado las dos copas y la camarera que nos había servido había desaparecido. No volvimos a verla. Empecé a pedirles agua y me daban unas botellitas minúsculas y con reticencias, como si les costase hacerlo. Un camarero pasó varias veces a nuestro lado para ir a servir a la terraza sin decirnos nada en ningún momento, ni siquiera preguntarnos cómo estábamos", explica.
Ese es uno de los puntos que más ha molestado a la afectada, que nadie en el local se brindara a prestarles ayuda o se interesara por su situación. Explica que solo una mujer que estaba tras la barra se dirigió a ellos. "Nos decía: Perdonen, perdonen, pero nadie se ofreció a llamar a una ambulancia o a pedir ayuda", apunta.
Carmen condujo su coche hasta Urgencias del Hula. "Es horrible ir así. No quise llamar a mi familia inmediatamente para no asustarla, pero fue un viaje horrible porque vas con miedo, nerviosísima y saboreando la lejía", dice.
Tuvo que quedarse ingresada toda la noche, recibiendo medicación por una vía, para que al día siguiente le pudieran hacer una gastroscopia. "Tuve suerte porque me dijo el médico que no tenía secuelas", explica. Su amigo —que ha preferido no ofrecer su versión— acabó, sin embargo, con una quemadura en el esófago.
El susto y el malestar llevó a Carmen a pasar un día en la cama, de la que se levantó para ir a presentar una denuncia ante la Policía Nacional. Su amigo hizo lo propio y, a raíz de ambas, agentes acudieron al local a identificar al propietario y trabajadores, después de lo que pasaron sendas denuncias al juzgado de lo Civil, donde están siendo estudiadas.
"Denuncié por la insistencia de mi hijo. Menos mal que lo hice porque ahora el Sergas me reclama el pago de los 683 euros que costó mi atención sanitaria", explica Carmen, que deberá remitir de vuelta la denuncia. Si el caso sigue adelante y se establece la responsabilidad del local será el dueño de este quien tenga que asumir esos gastos, obviamente.
Carmen tiene una teoría muy plausible de lo que pudo ocurrir. "Los bares y restaurantes compran los productos de limpieza de tamaño industrial. Creo que lo que pasó es que, para usar la lejía, la colocaron en una botella pequeña de gaseosa y, cuando pedimos las claras, la camarera se confundió de botella y echó la lejía en vez de la gaseosa para mezclarla con la cerveza", explica. Reclama que se tenga cuidado con esas costumbres que pueden provocar confusiones fácilmente. "Es la única manera en la que se me ocurre que pueda haber ocurrido", explica e insiste en que su principal crítica es que nadie en el local se prestara a ayudarlos.