Análisis del nuevo botellón: ¿líos u ocio?

La mano dura o la comprensión son dos formas de abordar un fenómeno que requiere de empatía crítica. Precios o aforos son alegaciones de una generación sedienta de ocio nocturno, pero que debe respetar las normas
Restos de un botellón. AEP
photo_camera Restos de un botellón. AEP

La nueva normalidad, a la que solo le faltan unos flecos para ser una realidad, ha revivido un fenómeno que a principios de siglo sembró de vasos y botellas parques y jardines de toda Galicia. Cuando parecía que una década de prohibiciones autonómicas y municipales había dado sus frutos, con el botellón acorralado en pueblos y ciudades, el insomnio ha vuelto a eternizar las noches de muchos vecinos que se habían acostumbrado a conciliar el sueño.

Esta versión renovada del botellón es, además, más multitudinaria y violenta, auspiciada por una juventud que ronda los 18, 19 o 20 años y que, debido a la pandemia, apenas llegó a disfrutar del ocio nocturno hasta ahora. Muchos son novatos en estas lides con ingentes ganas de salir y, a veces, cierto grado de inconsciencia en sus actos, tanto en la cantidad de alcohol ingerido como en la desobediencia a la autoridad, aunque quienes se enfrentaron a los agentes en los altercados del pasado jueves en Santiago, los del fin de semana en Ourense o los que llevaron a un policía al hospital en A Guarda fueron solo unos pocos, pero que hacen mucho ruido.

A las puertas de un nuevo jueves universitario, y con los antidisturbios preparando sus cascos y extensibles en Santiago por orden del alcalde Bugallo, no hay duda de que es necesario mantener el orden público, pero también cabe realizar un ejercicio de empatía con esos jóvenes a los que el covid arrebató su primer y segundo año universitario, razonando —desde la comprensión pero también desde la crítica— los motivos que los llevan al botellón y que han hecho de este una problemática social.

1. Es más barato

Es el ratio essendi del botellón. Que un joven pueda beber la mitad de una botella —o una entera si es de marca blanca— por 5 euros, lo mismo que cuesta una copa en un local, fue el origen de este fenómeno. Un factor, el de la diferencia de precio, que se acentúa aún más en este nuevo botellón de la desescalada, ya que muchos establecimientos han optado por subir sus tarifas o cobrar cantidades nada desdeñables por la entrada.

Claro que donde los jóvenes ven una ventaja para su normalmente modesta economía, hay un peligro para su salud: en los hospitales dan cuenta de cómo los fines de semana o días de marcha en ciudades universitarias acaban, casi siempre, con alguna intoxicación etílica en la sala de Urxencias.

2. Sin aforo, distancia ni hora

Los jóvenes que están desquitándose de un año y medio de confinamiento y restricciones no ven con buenos ojos que en los locales les hagan esperar por acceder debido a las restricciones de aforo y que, una vez dentro —y más si han pagado entrada—, se les insista en mantenerse distanciados de otros grupos y se les 'invite' a irse cuando el reloj marca la 1 y, en los casos más tardíos, las 3 de la mañana.

En el botellón nadie les impide interactuar con otros ni les exigen llevar mascarilla, y pueden alargar la fiesta hasta agotar existencias o escuchar la sirena de la Policía. De ahí que los hosteleros compostelanos pidan alargar horarios como antídoto antibotellón.

3. Pero sí hay música

Aunque pueda parecer un factor baladí, uno de los ingredientes que los jóvenes echaban en falta en los botellones de hace 15 o 20 años era la música. Pero la generación Z, junto a los vasos, hielos y botellas, suele portar altavoces de última generación para sus smartphones de los que brama música a un volumen que nada tiene que envidiar al de muchos pubs, para desgracia de los vecinos.

4. Es un plan seguro

Íntimamente relacionado con las restricciones de aforo está la incertidumbre por si será posible acceder o no a los establecimientos. Salvo que se tenga tíquet, entrar puede suponer una quimera. En cambio, ir al botellón es ir a lo 'seguro'.

5. Está prohibido

La razón principal para apartar a los jóvenes del botellón es que está prohibido por ley autonómica. También inciden en ello las ordenanzas municipales. Nadie quiere llegar a casa con una multa de 300 euros, pero también es cierto que eso ocurre en ocasiones muy contadas. Los botellones son tan concurridos que la Policía solo puede interceptar a pequeña parte de los asistentes. El resto, huye.

Por ello, hay quien piensa, como el alcalde compostelano, que la mano dura es la única receta contra estas manifestaciones que tienen la fiesta como única reivindicación, a diferencia de las protestas más duras del naval en los 90 o los derbis entre Celta y Dépor, últimas veces donde se vieron salvas disparadas al cielo de Galicia.

6. Y masificado

El covid sigue siendo una realidad y, aunque sea al aire libre, no son salubres aglomeraciones como la de 2.000 jóvenes en el citado botellón compostelano. Lo que ocurre es que la juventud lleva inherente una cierta inconsciencia ante el riesgo, así como una atracción por las multitudes. Sobre todo en el inicio del curso universitario, cuando son toda una tradición.

7. Altercados frecuentes

La masificación favorece los roces y que, por cualquier nimiedad, pueda desencadenarse una pelea, sin personal de seguridad como en los locales para mediar.

8. ¿Y cuando llueva?

En Santiago hay quien reza por que la noche del jueves sea pasada por agua para poder dormir. La lluvia actúa en Galicia como aguafiestas habitual contra los botellones.

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