UNA DE LAS definiciones más certeras de Fraga la dio recientemente Alfredo Conde al referirse a él como "un hombre de su tiempo". Lo que ocurre es que como vivió en muchos tiempos —república, dos dictaduras, guerras, transición, democracia...— fue muchos hombres distintos metidos en un mismo traje. Y solo a través de esa capacidad de adaptación infinita a cada época política vivida puede entenderse una figura tan compleja, controvertida y poderosa como la suya, que hoy, cuando se cumplen diez años de su muerte, todavía sobrevuela Galicia desde su nicho de Perbes.
Manuel Fraga Iribarne (Vilalba, 1922-Madrid, 2012) parece una contradicción en sí mismo. Fue ministro de Franco y a la vez imagen del aperturismo dentro del régimen, firme defensor de un Estado centralizado al tiempo que autonomista y galleguista, pasó de receloso de la Constitución a padre de la misma, o de propagandista del régimen a baluarte de la política seria, fue tan gentleman con unos como déspota con otros, tan capaz de dispararle a un faisán como de llorar al oír una gaita...
Hijo de gallego y vasca emigrados a Cuba, el mayor de doce hermanos se crió entre la dictadura de Primo de Rivera y la II República, siendo un alumno aplicadísimo en todos los estudios a los que se dedicó, mayoritariamente Derecho, Política y Economía. Al terminar la II Guerra Mundial ya era letrado del Estado por oposición y desde el año 1951 se sumó al Gobierno de Franco, donde acabaría de ministro de Información y Turismo dándole a la dictadura el barniz necesario para que pareciese otra cosa. Una mochila con la que tuvo que cargar toda la vida y que, posiblemente, fue la que años después le privó de uno de sus dos grandes sueños: presidir España. El otro, sin embargo, sí que lo consiguió: pasar a la historia.
El giro maestro de la Transición
La Transición que a España le costó años consolidar, Fraga la recorrió en diez minutos. A su vuelta como embajador en Londres, con el régimen ya agonizando, se apuntó el tanto de domesticar a una derecha echada al monte para convertirla en una alternativa política real. "Tuvo el mérito de transformar una derecha no democrática en una derecha moderna y liberal", admite Manuel Penella en la primera biografía autorizada, Manuel Fraga Iribarne y su tiempo.
Aunque a nivel interno ese tránsito del franquismo a la democracia se le atragantó más de lo que se dice, lo cierto es que Fraga supo convertir ese volantazo radical en un gran logro político que le sirvió para colgarse las etiquetas de "reformista" y de "demócrata", que ya lo acompañarían durante le resto de su carrera política, que no fue precisamente corta.
Pero al final, la realidad confirmó que ese papel fundamental que tuvo en la Transición —donde fue vicepresidente y ministro— y que muchos reconocieron no fue suficiente para lavar su pasado, porque en las urnas no pudo ni con Suárez primero ni con Felipe González después. Sí fue capaz de liderar la oposición tras desplazar a UCD del centroderecha, pero la Moncloa se le resistió siempre.
"Para el o ideal sería ser presidente do Goberno, pero cometeu unha serie de erros", analizaba ayer para El Progreso el historiador Ramón Villares. "O non á Otan, a súa posición coa Constitución, algunhas das súas amizades... Pero Fraga tiña moita máis capacidade de adaptación da que parece e, sobre todo, soubo facer da necesidade virtude", explica. Así que con las puertas cerradas en Madrid, decidió venir a Galicia. Otro tiempo. Otro escenario... Otro Fraga.
La Transición que a España le costó años digerir Fraga la recorrió en diez minutos: de ministro de Franco a democratizar la derecha
La Transición que a España le costó años digerir Fraga la recorrió en diez minutos: de ministro de Franco a democratizar la derecha
El desembarco en Galicia
En su segunda gran metamorfosis, la del desembarco en Galicia, Fraga hizo gala de esa capacidad única de ser un hombre de su tiempo. En 1981 ya empezó a preparar el terreno con aquella famosa campaña electoral del Galego coma ti, donde presentaba al candidato Albor y a AP como una fuerza con un tinte autonomista y galleguista. Y funcionó. Exactamente igual que unos años después, cuando en 1989, ya con el partido refundado como PP, renunció a su sueño madrileño para iniciar una exitosa aventura política en Galicia.
Cuenta Villares que un ejemplo claro de lo bien que manejaba los gestos el de Vilalba fue una frase pronunciada en su investidura como presidente de la Xunta: "Toda a miña vida foi preparación para chegar aquí", espetó.
Comenzó así la exitosa travesía de 15 años de mayorías absolutas de Fraga. Ya no era el franquista ni el reformista, ahora era el autonomista. "El tiña un coñecemento bastante preciso da cultura máis rexionalista" y en ese sentido "tratou de vestir o santo da mellor forma posible", explica Villares para referirse a su estrategia de distinguir al PPdeG del Partido Popular de Génova, identificándolo más con una tierra que, pese a su nulo sentimiento nacionalista a nivel político, sí tenía muy arraigado su rol de nación cultural.
Para muchos, ese fue otro de los grandes éxitos políticos de Fraga. O el mayor, porque le dio tal amplitud de espacio electoral a los suyos que impidió la implantación de un nacionalismo de centroderecha como el catalán y el vasco.
Además, ese capítulo reveló, dándole la razón a José Luis Baltar, la existencia de un Fraga estratega político, una condición que muchos le negaban.
60 años de servicio público
Manuel Fraga entró en la Xunta en 1989 y salió tras perder las elecciones en 2005. Hasta entonces había arrasado en las urnas con una gestión con luces y sombras. Es cierto que recogió una Galicia en la que casi todo estaba por hacer y la modernizó, "en parte aproveitando a boa época dos fondos europeos", matizan. Pero dirigió esa modernización sin una planificación ni una estrategia clara, lo que desembocó en la proliferación de polígonos industriales desiertos, carreteras a ninguna parte y una piscina o un instituto por concello para satisfacer las demandas localistas, manejadas a su antojo por unos barones provinciales (Cacharro, Cuiña, Baltar....) que extendieron su política clientelar por todo el territorio con el aval de un Fraga que les dejaba hacer a cambio de votos.
Fue una época de debates antológicos con Beiras —alguno en inglés— en el Parlamento, de grandes romerías de pulpo y empanada en el Monte Faro y de retiros espirituales en monasterios con sus conselleiros. Y tiempos de una enorme proyección exterior de Galicia. Por una parte, a través del reinventado Xacobeo, pero por la otra a través del empeño personal de Fraga por impulsar una ambiciosa agenda internacional, especialmente con Latinoamérica. Él fue de los pocos en viajar en aquellos tiempos a la Cuba de Fidel o incluso a la Libia de Gadafi.
Tras su derrota en 2005, ya octogenario, el PP le buscó acomodo en el Senado, donde trabajó sin descanso y "enterrado en papeis" hasta septiembre de 2011, cuando se retiró con el récord de ser el político europeo en activo de mayor edad. Era capítulo final de 60 años de servicio público. "¡Y punto!", que diría el mismo.
Su gran logro gue darle al PPdeG el barniz galleguista que amplió la base electoral y anuló cualquier conato de nacionalismo de derechas
Su gran logro gue darle al PPdeG el barniz galleguista que amplió la base electoral y anuló cualquier conato de nacionalismo de derechas
Una personalidad arrolladora: trabajador, puntual y... gruñón
"Me levanto a las siete y me acuesto a las doce de la noche", explicaba Fraga en sus memorias Final en Fisterra. Eso computa 17 horas de trabajo diarias, el doble de la jornada estipulada. Dicen que lo hizo toda su vida. "Trabajar es vivir", afirmó cuando se desmayó en un debate en O Hórreo en 2004.
Lector enfermizo de la prensa, la quería a primera hora para pintarrajear y recortar todo aquello que era de interés y repartirlo entre sus conselleiros. Y pese a que a su lado uno no podía dormirse, algunos de sus colaboradores admiten que con él "se trabajaba bien". Lo dice por ejemplo Alfredo Sánchez Carro, secretario xeral de Presidencia y que lo acompañó durante muchos años y muchos actos.
A buena parte de ellos, por cierto, llegaba antes de tiempo. "Muchas veces llegábamos 20 o 30 minutos antes, cuando no estaban ni los alcaldes". Pero daban un paseo esperando, porque "asumía que el impuntual era él por llegar antes de tiempo", recuerda con humor. De hecho, tenía esa obsesión por el reloj por una razón más allá de su estancia en Londres y su admiración por Churchill: "Decía que con una agenda de ocho actos al día, si acumulaba un retraso de diez minutos en cada uno perdería más de una hora", un lujo al que Fraga no estaba dispuesto, explica Sánchez Carro. El propio fundador del PP no ocultaba su vicio por "comer muy deprisa". ¿Para qué perder el tiempo en la mesa? Dicen que incluso, hace hoy diez años, entró en el cementerio de Perbes cinco minutos antes. Genio y figura.
Por último, la imagen de Fraga va inevitablemente asociada a su fuerte carácter. De todos los tópicos sobre él, quizás este sea el más reconocido. Frases históricas como aquella de "¡la calle es mía!" siendo ministro de Gobernación o "¡que entren los antidisturbios!" ya al frente de la Xunta, contribuyeron a forjar la leyenda de un político gruñón y arisco, incluso maleducado en ocasiones.
Pero no para todos, otra prueba de que no hay un solo Fraga, sino mil. Sánchez Carro defiende su "extraordinario sentido del humor". "Tenía un carácter fuerte no dubitativo, pero no un mal carácter", asegura. Un extremo que corrobora Miguel Santalices, presidente del Parlamento. "Tiña unha cordialidade grande e un trato cercano", aseguró recordando la faceta más personal del fundador del Partido Popular. Otro colaborador cercano, el recientemente fallecido Dositeo Rodríguez, proyecta en su libro Mis años con Fraga. La política desde la cocina la imagen de un Fraga capaz de escuchar y que se deja aconsejar por los suyos.
Pero es otro escritor y excolaborador de Fraga, Alfredo Conde, quien quizás más se aproxime a la imagen real del de Vilalba con motivo de su última obra. "O Fraga sentado á mesa disposto a falar seducía; pero o colérico e déspota anoxaba a calquera". E incluso revela una faceta desconocida del carácter fraguiano: "A enorme tenrura que amosaba cos nenos". El escritor Manuel Penella va más allá al asegurar que esa personalidad fuerte es la esencia de su carisma y fue "parte fundamental para que pudiera cumplir su misión histórica".
Con ese fortísimo carácter, Fraga se ganó el apodo de león de Vilalba. Y aunque en la selva el rey es el león, en la jungla política no sobrevive el que más ruge, sino el que mejor se adapta a cada escenario. Y en eso el verdadero rey es el camaleón. En este caso el camaleón de Vilalba.
"Morir con una obra duradera"
"Me gustaría morir con alguna obra importante y duradera detrás, aunque no ignoro que a la postre todo es caduco, fugaz y pequeño". La frase es del propio Manuel Fraga, cuya obsesión por pasar a la historia lo llevó, por ejemplo, a proyectar la Cidade da Cultura en Santiago. Sin embargo, el vilalbés, que en noviembre cumpliría 100 años, permanecerá en la memoria colectiva de los gallegos por cosas mucho más cotidianas —y baratas—. De momento, ya tiene una canción de La Trinca, una serie televisiva sobre Palomares y un puñado de frases para el recuerdo. "¡Y no tengo nada más que decir!".
Lo prioritario es conseguir fondos para el inventariado. "Unos 100.000 euros bastarían" para empezar. La idea es "reabrir" la casa de Fraga al público o a investigadores interesados en su documentación, ya que sería un centro de estudios de Derecho Político. Leira también recuerda que hubo muchas promesas de las administraciones para apoyar la fundación y el proyecto pero todavía no se concretaron.
"Sin discriminación". El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, aclaró este viernes que ni hay ni habrá "ninguna discriminación, ni positiva ni negativa", con la Fundación Fraga. "De momento, por lo que sé, no hay ninguna partida específica para fundaciones de partidos políticos. En caso de que las haya, estarán dentro del contexto del resto de fundaciones o entidades similares. Pero no haremos ninguna cosa que no sea lo que venimos haciendo con anterioridad", zanjó el presidente en Ourense.