Un perro que deambulaba por Verín se encuentra con su familia diez años después

La protectora descubrió que tenía chip al infectarse una pata y dejarse atrapar, tras varios años huyendo de las personas que se le acercaban en la parroquia de Mandín

Diez años. Diez años, con sus 3.650 días y sus 3.650 noches, es lo que ha tardado este perro en reencontrarse con sus dueños. Una década de una vida, sí, de perros, pero que al menos podrá tener un epílogo al calor del hogar familiar. Ese mismo que le fue arrebatado hace dos lustros por algún desalmado que decidió robarlo para después dejarlo abandonado en la calle. 

El perro con su dueña. PRO ANIMALES VERÍN
El perro con su dueña. PRO ANIMALES VERÍN

La historia, al menos la última parte, transcurre en Mandín, una parroquia del municipio ourensano de Verín. Los vecinos llevaban años conviviendo con un perro negro, callejero, asustadizo, al que le daban de comer pero nunca llegó a dejarse coger. "A saber las calamidades que pasaría", cuentan desde la asociación Pro Animales Verín. 

Este perro oscuro, que escapaba hacia el monte cuando algún humano se acercaba demasiado, enfermó recientemente. Una herida en la pata con una infección grave lo debilitó. Y, cosas de la vida, esa debilidad fue decisiva para poder volver con su familia. 

La falta de fuerzas hizo que no hiciese, por una vez, su enésimo camino de huida ante la presencia humana demasiado cercana. Los miembros de la asociación animalista pudieron llevarlo a una clínica para curarle la herida y allí, sorpresa, descubrieron que el perro callejero, al que todos conocían en Mandín, tenía puesto chip. No era un perro de la calle. 

El hogar del animal estaba en Portugal. En una familia que lo buscó durante años en multitud de protectoras y perreras. Unas personas que, sin suerte, acudían corriendo cada vez que en los alrededores aparecía un perro oscuro sin dueño. Un perro que nunca era el suyo. Un miembro de la familia que, tantos años después, ya daban por muerto

Pero no. Perro negro no estaba muerto, ni mucho menos de parranda. Estaba sobreviviendo por los caminos de Mandín. Desconfiando de la gente a la que un día quiso, como el animal cariñoso que siempre fue. Con un cariño que volvió a envolver su corazón en un reencuentro que tardó diez años más de lo que debiera, pero que pudo darse. En una mezcla extraña de rabia y alegría. En unas lágrimas que simbolizaban al mismo tiempo los diez años que nunca pudieron ser, y los momentos que, por fin, ahora sí existirán. 

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