El planeta Tierra es un paseo en bicicleta

El aventurero argentino Favio Marcelo Giorgio Data para en Santiago en una vuelta al mundo por etapas que se remonta a 1999 ► Después de recorrer África de norte a sur en 29 meses, emprendió el Camino en memoria de una amiga suya fallecida hace dos años

Favio llegó a Santiago el día 28 con su amiga Viviana en el recuerdo. EP
photo_camera Favio llegó a Santiago el día 28 con su amiga Viviana en el recuerdo. EP

El argentino Favio Marcelo Giorgio Data es una persona que puede presentarse a una entrevista llevando consigo su casa. Es la ventaja de que solo pese 60 kilos y que sus cimientos sean las dos ruedas de una bicicleta que puede haber recorrido 50.000 kilómetros. La razón de esta itinerancia la explica el protagonista con una expresión, "la atracción de la sangre humana", a la que pueden buscársele múltiples significados, tan cambiantes como el propio camino: el contacto con la diversidad del ser humano, el sentido de la aventura, el autoconocimiento, la reflexión trascendental. Favio concuerda con que, quizás, todo ello se pueda resumir también bajo ese concepto tan absoluto como resbaladizo, anhelado y volátil, que es la felicidad. 

El argentino llegó a Santiago el 28 de abril. En sentido estricto, el origen de su viaje se halla en Madrid, de donde partió el día 11 para ascender hasta León y desembocar en el Camino Francés. Pero, a decir verdad, su odisea se remonta a diciembre de 1999, cuando este rosarino se lanzó a la carretera junto a un colega para, inspirado por los Diarios de motocicleta de su paisano Ernesto ‘Che’ Guevara, conocer Latinoamérica a golpe de pedal. Cerraría este primer círculo en Cuba, en la casa de Alberto Granado, compañero de periplo del revolucionario. Tras 15 meses, la semilla estaba sembrada. Y todos los caminos conducen al Camino. 

El Che no es la única figura premonitoria de los viajes de Favio. Viviana Sassaroli también lo es. Fue esta amiga quien, en 2006, le dio a conocer la ruta jacobea. Ahora, su llegada a Santiago es un sueño delegado, pues lo cumple en nombre de ella, fallecida hace dos años. Y en su nombre ha experimentado "la emoción" de completar el Camino, de reencontrase con peregrinos perdidos, de "ser ayudado y de devolver la ayuda". 

A sus 51 años, al rosarino nada ni nadie le espera al final del camino. Lo dice con sonrisa satisfecha

Según se escucha a Favio, da la impresión de que cuantos más kilómetros atraviesa, más pequeño se le hace el mundo. Cada pueblo que descubre, cada persona con la que se topa, es una conexión que le abre puertas, afirma. Si ha parado en Santiago es porque Rolo, el compatriota que lo aloja, tiene una amiga, Laura, que Favio conoció en Bolivia. Pero esta apertura no es una ventaja logística —que también—, sino sobre todo humana y filosófica. La senda, recalca, es reflexión. Lo confirmó en África, el segundo episodio de esta aventura que sufraga a base del alquiler de sus propiedades y de sus ahorros. "Me desprendí de la mirada occidental, uno descubre que no es nadie para juzgar a otro", apunta. "Lo principal es unirnos", concluye tras el recuento de sus encuentros nómadas, si bien subrayando que "al mundo le hacen bien las diferencias", en especial en tiempos de globalización rampante, lamenta. 

En África, los 29 meses invertidos desde enero de 2015 en unos 35.800 kilómetros y 33 países, desde Tánger hasta Ciudad del Cabo y de Ciudad del Cabo a El Cairo, le enseñaron a Favio que no hay que tomarse nada de forma personal, que nadie es el centro del mundo. También que la paciencia es la piedra angular de una existencia con menos preocupaciones. "Me gusta que la planificación no se cumpla ", dice sobre sus mapas de viaje, que apenas muestran destinos vagos hacia los que apuntar la brújula y en los que "Dios o el universo " tienen voz y voto, asegura. 

Pero esta lección puede aplicarse asimismo a circunstancias menos románticas. Porque las prevenciones del occidental temeroso pueden consumarse en ocasiones. Para Favio, se manifestaron en problemas de visado, policías deseosos de sacar tajada, bloqueos fronterizos en Liberia, la amenaza del ébola en Costa de Marfil, la del terrorismo de Boko Haram en Benín y Nigeria, o en dos convalecencias a causa de la malaria. Minucias. Suficientes para que su compañero se bajara harto en Angola, pero no para que él desistiese de su idea. "Yo disfruté", se limita a justificar. De hecho, estos incidentes hay que sacárselos con tenazas. Él se había decantado por elogiar la sonrisa y la solidaridad como señas de identidad del africano. Para acceder a ellas, solo hay que dejar que se sacudan la extrañeza de ver a un blanco pidiendo alojamiento en un lugar del que, a buen seguro, nunca había oído hablar antes. "Hasta el silencio es diálogo", aclara acerca de sus herramientas de comunicación. 

A sus 51 años, al rosarino nada ni nadie le espera al final del camino. Lo dice con sonrisa satisfecha. Aunque admite que a veces se echa en falta cierto sedentarismo emocional —una pareja, la familia—, está conforme con el camino escogido. Ecos de Cavafis. "A veces no sabemos lo que queremos", observa. Él, por el momento, sí lo sabe. Regresar a casa y pedalear con ella hasta Fisterra, el fin del continente europeo. Y, de ahí, volver el manillar y dirigirlo al Canal del Mediodía francés, al río Danubio, a Estambul y al extremo oriental de Asia para regresar por el norte hasta Escandinavia. En principio.

Comentarios