"No hay una receta, pero educar no es usar la autoridad, sino el respeto mutuo"

María Soto es la creadora de la fundación Educa Bonito, la primera entidad exclusivamente de Disciplina Positiva en España, que busca expandir esta forma de relacionarse con la infancia entre quienes quieran "compartir una educación sin gritos, amenazas ni castigos"
La educadora María Soto (A Coruña, 1982). AEP
photo_camera La educadora María Soto (A Coruña, 1982). AEP

¿En qué se diferencia la disciplina positiva de la tradicional? 

Es una metodología práctica que viene de la psicología adleriana. Si el conductismo condiciona el comportamiento con castigos y premios, la psicología adleriana pone a las personas en un nivel horizontal: los adultos, en vez de enseñar a los niños a obedecer desde la autoridad, aprenden herramientas para utilizar los potenciales humanos de la infancia para que estos crezcan responsabilizándose de su propia libertad. La base es el cambio total de la mirada: el conductismo mira a los niños como seres incompletos e inferiores, mientras que la psicología adleriana los mira como seres completos y en desarrollo que necesitan experiencias vitales que les ayuden a fortalecer las habilidades que ya tienen, como la empatía. Es igual que con los músculos: ya nacen con todos y lo único que hay que hacer es ejercitarlos. Así, en vez de anular en nombre de la obediencia los potenciales humanos de la infancia, que son básicamente la curiosidad y la necesidad de superación, crecimiento y descubrimiento, hay que observar estos en cada niño y acompañarle. Lo que pasa es que se entiende que ponerse a la altura del niño es permisividad o libertinaje, pero es todo lo contrario. La psicología adleriana ayuda a establecer límites de manera respetuosa, de forma que el niño quiera aprender de nosotros en lugar de que se aleje por faltarle al respeto. 

Parece que quien debe adaptarse a ella es entonces el adulto. 

La disciplina positiva consiste en tratar al ser humano como hay que tratarlo para que crezca de manera natural y no a base de imposición. El sistema de vida que tenemos obliga a enseñar en la inmediatez, y eso no está a favor de las necesidades humanas. "Hazlo porque te lo digo y punto, y si no te grito". Si lleváramos un ritmo de vida acorde, esto no haría falta. A un niño no hace falta enseñarle a disculparse; si causa un daño y le das espacio para que se dé cuenta, se disculpa por sí solo, porque está en la naturaleza humana. La neurociencia ha corroborado que el cerebro funciona de tal manera que no entiende los imperativos –"¡recoge!" "¡no corras!"–, solo los aprende a asumir a base de miedo. Por eso, un cambio en la comunicación ya lo cambia todo. Es una evidencia científica, no una moda. Estábamos educando como si domesticáramos perros. 

¿Cómo reciben los niños este cambio de modelo? 

Si los padres empiezan a escuchar al niño o a tenerlo en cuenta en vez de imponerle o gritarle, el cambio en él es muy rápido, porque es algo que está deseando. La disciplina positiva conecta con sus necesidades naturales. La neurociencia también explica que cuando se vive en el miedo, el estrés y la prisa, la parte creativa del cerebro se apaga literalmente. Entonces, para acompañar a la infancia hay que tener muchísima tranquilidad. Se usa el "aquí mando yo" porque tenemos bloqueada la imaginación. El ritmo de vida arrasa la capacidad de conexión con el niño. 

El cerebro no entiende los imperativos. Es una evidencia científica. Estábamos educando como si domesticáramos perros 

¿La responsabilidad que han mostrado en la pandemia es señal de que se puede razonar con ellos más de lo que dicen los prejuicios? 

Han demostrado que tienen un lugar importante en la sociedad. Antes tenían una labor en la familia, no se les trataba como seres inferiores que solo juegan. Y por ello actuaban con responsabilidad y tenían consciencia de que sus actos tienen consecuencias. Los niños están deseando ser significantes, útiles, como por ejemplo sabiendo que si se ponen la mascarilla salvan vidas. En contra de lo que dice el conductismo, la pertenencia a la sociedad está basada en una utilidad, una aportación; no en el individualismo y el egoísmo. 

¿Cómo se evita esa permisividad? 

En disciplina positiva se habla de amabilidad y firmeza, pero realmente todo viene de la seguridad y la capacidad. La amabilidad y la firmeza no sirven para que nos obedezcan sin gritar; sirven para establecer una relación de confianza, que nos hagamos caso mutuamente. Si uno es una persona segura de sí misma, que no duda, y cuando le propone algo al niño no le hace perder su sensación de capacidad –no le ningunea, no le humilla, no le corrige todo el rato...–, lo está respetando. Pero al mismo tiempo hay que marcarle límites. Si le digo "habíamos quedado en irnos del parque" y se enfada, le puedes decir "es normal que te enfades; pero nos vamos". Lo que pasa es que la gente se enfada sobre el enfado del niño. Si se mantiene la calma y la amabilidad, y esto se repite, el niño capta que eres una persona segura, que no le cambia el humor y grita de repente, y que le dejas vivir sus procesos. Y se va a dar cuenta de que no pasa nada por irse del parque, porque va a volver otro día. 

Lidiar con las rabietas estará en la sección de preguntas frecuentes. 

Para equilibrar nuestras emociones y poder afrontar sus desbordes emocionales es clave asumir que son cosas que van a pasar naturalmente, porque el niño si se estresa lo va a expresar de esa manera, y que se trata de algo momentáneo y cuanto más calmado estés, más rápido se va a calmar él. Si intentamos que no tengan rabietas, o que paren en cuanto tengan una, los estamos anulando y evitando una oportunidad de aprendizaje. Él está practicando sus mecanismos de filtro, que todavía no tiene. Es algo normal. Si juzgamos la situación como un marrón, vamos a saltar nosotros también. Pero junto con este autocuidado mental también está el autocuidado físico: por muy equilibrado que estés mentalmente, si duermes cuatro horas al día, a la mínima que el niño te cree tensión, el cuerpo no lo va a aguantar. 

Pero ante ellas los padres también sufren mucha presión ambiental. 

Nos estamos quedando sin compasión. Si estamos en un bar y aparece un gatito herido y maullando, no te enfadas si te acercas a ayudar y araña; lo comprendes y tratas de parecer aún más inofensivo. La gente estaría apenada por el gatito pese a que hiciera ruido, pero en cambio, cuando un bebé está nervioso, grita o llora, nos molesta. Si lo hace es porque le pasa algo malo. Además, ver que tu hijo se siente mal y está montando un pollo tremendo no es agradable. En vez de meter presión a los padres, hay que ofrecerles ayuda. 

Se pierde la idea de que educar a un niño es una tarea colectiva. 

El conductismo es la base del capitalismo: se buscaba un individuo individualista y que rivalizara. La mentira de la lucha del más fuerte. La psicología adleriana va con la naturaleza humana y busca el sentido de la comunidad entre seres que cooperan. El conductismo nos hizo mucho daño, nos separó compitiendo unos con otros cuando la sociedad es una gran tribu en la que estamos pensados para convivir en pertenencia con los demás, y que el individuo se desarrolle dentro de un grupo. 

Nos estamos quedando sin compasión. Si hay un niño con una rabieta, no hay que meter presión a los padres, sino ofrecer ayuda

¿La disciplina positiva puede terminar convirtiéndose en un conductismo pero con buenas maneras? 

Justo. Muchos se acercan para saber cómo hacer para que sus hijos obedezcan sin gritarles. Se forman solo en sus herramientas. Y tiene un trasfondo mucho más profundo, porque es una corriente filosófica y psicológica. Un niño no es un plato de comida; no hay una receta para educar. Se trata de no tener que usar la autoridad, sino el respeto mutuo. La generación a la que les toca ser padres debe acompañar a sus hijos en su labor, que es romper el paradigma anterior y crear una realidad nueva. Eso se hace desde una humildad muy grande, no desde la prepotencia de decir "te voy a enseñar a vivir, hijo". Es reaprender a su lado. 

¿Es igual aplicarlo a dos niños en casa que a veinte en clase? 

En un aula es más fácil aplicarla y los cambios se notan rápido, porque la psicología adleriana se basa en el principio de pertenencia. Al haber más niños y un solo adulto que guía, hay más sensación de igualdad. Luego, también hay herramientas específicas para dirigir la atención en clase o para la resolución de conflictos.

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