Añorando a Andrei Tarkovsky y a su arte

La reciente publicación de los escritos de juventud del cineasta Andrei Tarkovsky viene a engrosar la bibliografía disponible, pero también a recordarnos el arrinconamiento con el que la estupidez ha sometido paulatinamente al cine de autor

EL SOL ESTÁ lagrimando chiribitas. Puedo verlas desde mi ventana. Copos de ceniza mortuoria amansan el cielo de la tarde. En un primer momento pienso que quizá formen parte de la lluvia premonitoria de aquel incendio del Reichstag -del que se nutrió espuriamente la ascensión de Hitler-, o simplemente provengan de la quema de rastrojos de un vecino. Poco después caigo en la cuenta de que esa niebla artificial viaja silenciosamente desde el paisaje desolado de ‘Sacrificio’, la última película rodada por Andrei Tarkovsky. Aquella casa de campo ardiendo, con una combustión beatífica, expurgadora, silenciosa y mórbida, es un trasunto del granero en llamas que contempla una indolente Margarita Terejova en ‘El espejo’. La larva de esa película, cuarta en el exiguo haber de Tarkovsky, es el relato titulado ‘Vivo con tu fotografía’, escrito en el verano de 1962, año en el que además rodaría ‘La infancia de Iván’, su primer largometraje. Ese y otros relatos conforman el libro que, bajo el título ‘Escritos de juventud’, y con un brillante estudio introductorio a cargo de José Manuel Mouriño, ha publicado Abada Editores en 2015. El tenor de esas obras de juventud ocupa un terreno fronterizo en el que cohabitan esbozos de guiones cinematográficos, anécdotas autobiográficas y la observación pormenorizada de los detalles cotidianos y del paisaje, tanto el de la Naturaleza como el del alma.

No es el valor literario en sí el que puede rescatarse allí de un cineasta que, como señala con acierto Mouriño, propuso "liberar a su cine" de la "férrea tutela" de las palabras, probablemente porque sus líneas, en un proceso inverso, también deberían liberarse de la tutela de las imágenes. Andrei heredó de su padre la preciosa facultad de soñar la realidad con los ojos de la poesía. Su visión poética, empero, no discurre con comodidad por los cauces del relato escrito, sino en ese terreno híbrido de sus películas en el que la palabra emerge de cuando en cuando entre el silencio para adquirir un sentido cuasi proverbial. No es por tanto su creación la de un contador de historias al uso, sino más bien la de alguien que, como uno de sus personajes de ‘La primera nevada’, "había adquirido el temperamento de un bloque de granito, la calma y la independencia propias de los seres acostumbrados a la soledad, prendados de los árboles, el agua, el aire puro de los pinos y el silencio". Como ocurre con la de todos los grandes creadores, la obra de Tarkovsky nos exige participar de ella, sumergirnos en sus llamas porque, contemplada desde fuera, podría evaporarse en un suspiro de incertidumbre. Debemos caer en la trampa de aquel Víctor Echave de la novela ‘El pasajero de ultramar’ de José María Guelbenzu: "El ejercicio de la inteligencia es a menudo una tortura para quien trata de evadirse de ella por medio de ella".

Si los escritos de juventud suponen un amable camino de aproximación al mundo de Tarkovsky, sus polaroids son una lúcida cristalización, una captura susceptible de generar un desarrollo fílmico, aunque quizá sólo en la mente del espectador. El volumen ‘Fidelidad a una obsesión. La obra fotográfica de Andrei Tarkovski’ (Maia Ediciones 2009) recoge las fotografías de la exposición que tuvo lugar en la fundación Seoane de A Coruña, y de la que eran comisarios el propio Mouriño y Alberto Ruíz de Samaniego. Todas esas imágenes, tan cotidianas como intangibles, son, por contraposición, una prueba manifiesta de la banalización a la que se ve abocada hoy día la fotografía, tanto por un uso abusivo de efectos prediseñados como por su publicación desmedida y sin criterio en internet. Con muy pocos elementos —su propia vida— Tarkovsky fue capaz de recrear nostalgia, belleza, inquietud y misterio gracias a una expresión artística orgánica y exenta de pretenciosidad. Similares atributos podrían calificar ‘Tarkovsky quartet’, una de las grabaciones con las que el pianista francés François Couturier, también en 2009 (ECM), homenajeó al cineasta. La fotografía de la portada pertenece a la citada exposición. Al observarla con detenimiento advertiremos que de un momento a otro podría aparecer ese personaje desconocido —capaz de causarnos un daño irreparable, traernos noticias desestabilizadoras o seducirnos con historias exóticas—, que abre ‘El espejo’ proclamando que Chejov lo inventó todo.

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