ARCO: arte, amor y dolor

fiel a la cita, al llegar a mediados de febrero, se celebra en Madrid la feria de ARCO, y van ya 30 ediciones. Mientras tanto, la familia ha crecido a su alrededor y así, durante estos días, tendrán lugar otras cuatro ferias más: ArtMadrid, JustMadrid, DeArte y Flecha. Si a esto se le añade el alimón de exposiciones, inauguraciones, premios, fiestas y demás saraos que se programan para estas fechas, no resulta extraño que se hable de Madrid como la capital nacional, en este caso, del arte contemporáneo. ARCO se erige así en una atracción para todo tipo de faunas y situaciones, empezando por la agitación de “matrimonios y divorcios” entre artistas y galeristas, los primeros poniendo a prueba sus egos e inseguridades a través de sus obras expuestas, y los segundos poniendo en juego sus criterios e inversiones en los metros de stand pagados. Los compradores, ese preciado objeto de deseo encarnado por coleccionistas e instituciones, escasean y regatean, y ya se sabe que cuando el deseo anda corto se resquebrajan los amores y se dispara la ansiedad. La organización proveerá y, para algo más que para primeros auxilios, el Programa de Coleccionistas Internacionales, con 150 invitados very very VIP, tendrá en sus manos la dichosa misión de cubrir las expectativas de ventas. Además, este año el país invitado es Rusia y del frío se espera que lleguen sus magnates con los fajos de billetes apretados por la goma elástica. Para muestra, un botón: el inclasificable Roman Abramovich, que tanto puede presidir un equipo de fútbol inglés como montarle una galería de arte a su consorte más ociosa. También este año, abocados al vértigo de un nuevo cacharrito tecnológico para cada día, estarán disponibles unas aplicaciones especiales para los iphone y los ipad, con los que muchos visitantes complementarán sus uniformes de Armani y Prada, todo en una sutil, a la par que elegante, combinación de minimalismo y estridencias. Y es que, una feria como ARCO da mucho de sí para el estudio sociológico. Dentro de la tipología de visitantes, y más allá de las poses de gafapasta a la alemana, o de bohemia perroflauta a la Erasmus, nunca faltarán los despistados que atesoran papeles, folletos y todos los souvenirs habidos y por haber. No son, precisamente, los mejor recibidos por los expositores, por aquello de que saturan pasillos y stands, y ahuyentan o distraen a los compradores novatos que todavía no se hayan estrenado en los dos primeros días de zoco, reservados para invitados y profesionales. Y es que, más allá de la curiosidad, de cualquier supuesto glamour y del intercambio de tarjetas, toda feria, ya sea de turismo, moda, informática o de productos y servicios funerarios, tiene unos objetivos fundamentales: comercio y mercado. En este aspecto, ARCO ha ofrecido a lo largo de su existencia un perfil de gráfica bipolar. Las mercancías, las obras de arte como producto y “valor de cambio”, con su plusvalía en las, mayores o menores, transacciones económicas, viven encubiertas bajo el disfraz de un encuentro de “valor de uso” cultural, de un evento social que genera noticias y titulares entre poses de intelectualidad y frivolité. Los más puristas dirán que no se puede contemplar arte ni disfrutar de él, por tratarse de un escaparate expositivo de unas dimensiones agotadoras y porque, a la postre, reclama un tipo de liturgia más social que el de la íntima experiencia estética. Terreno abonado para actualizar el “síndrome de Stendhal” -novelista francés que, además de escribir “Rojo y negro” o “La cartuja de Parma”, tipificó las reacciones convulsas que provoca adentrarse en un bosque de obras de arte-, o el laberinto de vanidades donde cada persona que desfila por los pasillos lucha por una mirada de atención. Entre las bellas artes del capitalismo mercantil y la efervescencia del romanticismo obsesivo, ARCO siempre ofrecerá sorpresas por las que valdrá la pena la visita entre el miércoles 16 y el domingo 20. Aunque sólo fuera para redescubrir obras como la de Pedro G. Romero, quien a base de letras de molde nos lanzaba, hace más veinte años ya, a la paradoja: “La feria del arte da dólares <> La fiera del arte da dolores”. Entre una y otra opción, a 15 de febrero y a golpe de euros, siempre quedará el engendro de san Valentín, fenómeno pseudoferial para cupidos diabéticos, cursis de corazón rosa y debilidades consumistas de centro comercial. “Ay, el dolor del amor”.

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