Atracción

Hay gente que tiene propensión a elegir novios feos y de pocas luces. Puede ser que alguna persona intuya en esa preferencia la imposibilidad del abandono o simplemente que se sienta más cómoda con la idea de una superioridad estética o intelectual en la relación. Para muchos otros, el enamoramiento comienza con una chispa que enciende la belleza o la atracción física y prende (o se extingue) al comprender que al ser humano que tienen delante también es sensible, ama viajar por todo el mundo o se conmueve con ‘El Último Tango en París’. Como afirmó en una entrevista el inigualable Alejandro Dolina, «evidentemente existe una segunda aduana, que aparece enseguida, a los diez minutos de conocer a un tipo», pero «si de entrada no aparece una mínima atracción, va a ser difícil remar contra la corriente de la fealdad propia recitando a Espronceda». «Uno busca el milagro de una chica que sea tan obtusa o esté tan loca -ironiza- como para ver lindo y atractivo a ese tipo flaco y viejo que es uno». Muchas personas acaban ingresando en un erotismo de segundo orden en el que uno no desea a la más bella del gallinero, sino a la que hay. Algunos, muy pocos, están en beligerancia con esa especie pulsión que invita a la mayoría a renunciar a las pasiones del amor en favor de un buen pasar con una dama que no sabe ni sorberse los mocos. No se conformen. Nunca.

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