Blues de Kerouac

"Y también por la calle Orizaba andaba alucinado Jack Kerouac, y se enamoró de una prostituta mexicana y lo contó torrencialmente en la novela 'Tristessa', y quiso hacer jazz con las palabras igual que lo hacía Charlie Parker con su saxofón, y concibió el libro 'México City Blues'..."

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DESDE LA ventana del Hotel Milán se veía el culo del Doríforo de Policleto, tan bien contorneado, y en la avenida Obregón vivían muchas esculturas clásicas, y estaba Cantinflas con los pantalones caídos, y en la plaza Río de Janeiro estaba el David de Miguel Ángel, y la Casa de la Bruja en ladrillo rojo, que parecía la cara de una bruja nariguda, y más allá estaba la Cibeles de Madrid, y toda la Colonia Roma estaba llena de edificios Art Nouveau, de buhardillas francesas, de palacios con delirios modernistas, de ventanas envueltas en volutas, y restaurantes como en el Trastevere de Roma, y bares bohemios con luces tibias, y estaba la casa de Ramón López Velarde, el poeta profundo que habló de su "suave patria" de olor a pan y muchachas en domingo, y por allí se desarrollaba Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, y en el café librería El Péndulo compré El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, donde hablaba con un desparpajo deslumbrante de las andanzas de los gais en Ciudad de México, y enfrente de la ventana tenía la Casa Lam, donde miraba obras vanguardistas en medio de un jardín o pedía tequilas exquisitos, y por la calle Orizaba andaba el gilipollas de William Burroughs que una vez jugó a Guillermo Tell con su mujer y la mató de un tiro. 

Y también por la calle Orizaba andaba alucinado Jack Kerouac, y se enamoró de una prostituta mexicana y lo contó torrencialmente en la novela Tristessa, y quiso hacer jazz con las palabras igual que lo hacía Charlie Parker con su saxofón , y concibió el libro México City Blues, y a mí me encantaba pensar en él mientras daba vueltas por la colonia Roma, y hojeaba en la cabeza mientras estaba en la cama los versos desbocados del libro: "El que se ha liberado de los conceptos arbitrarios/ del ser y el no ser/ el genio del elefante/ el destructor que da miedo a los entrenadores de elefantes", Kerouac se sentía como un elefante sin instructor, y a mí me exaltaba pensar en él mientras iba entre los delirios arquitectónicos, entre los caprichos afrancesados de los cachorros de Porfirio Díaz que ahora disfrutaban los escritores bohemios, entre gárgolas retorcidas, y monstruos jubilosos, y esquinas achaflanadas, y balcones bailarines, y galerías de arte, y antros misteriosos, y el Centro Gallego en un palacio donde di vueltas pero no tenía prensa de Galicia, y librerías de segunda mano donde me dejaban hurgar hasta el infinito, y me acordaba de los entusiasmos y los desenfrenos de Kerouac que siempre me ha desenfrenado interiormente, que mezclaba religión budista, pasión mexicana, telurismo, genialidad sin barreras, los ecos de los grandes escritores, los maestros antiguos, los desenfados del jazz: "Suave es la noche/ suave es la estrella del crepúsculo/ F, Scott Fitzgerald el héroe/ tierno es el maullido triste/ del gato en el baño/ el pequeño zorro gris/ que mordisquea las uvas/ tierno su prepucio/ tierno su cogote". 

El poema es un canto enloquecido dividido en más de doscientos coros como improvisaciones, tristes y espirituales como blues, desbocados y sin aristas como el jazz, y a mí me encantaba esa libertad infinita de las palabras, y la evocaba entre las fantasías de la colonia Roma, y me asomaba a las ventanas en óvalos, y caminaba mentalmente por las galerías con balaustradas, y entraba en los cuartos con iluminaciones pálidas, y soñaba con las mesitas redondas de madera que aprovechaban fantasiosamente los espacios como en París, y sentía que allí podían escribirse todos los poemas, y concebirse todas las locuras, y el aliento que me empujaba estaba en los versos de Jack Kerouac, el amigo invisible que iba conmigo, que rompía las palabras: "Resplandeciendo/ por guitarras/ como vacas españolas/ ortega y gassa/ monte de eleor/ fawt/ ta carror…" , y yo disfrutaba de la colonia Roma más viva que nunca, de los locales que hervían a todas horas pero sobre todo de noche, de las terrazas secretas entre los árboles, de las cafeterías que eran como atmósferas artísticas, y sentía un hervor de creación en torno a mí, e iba una y otra vez por la calle Orizaba arriba y abajo, o por la avenida Álvaro Obregón con sus fuentes y sus estatuas desnudas y sus exposiciones de fotos vanguardistas y sus asientos románticos bajo los árboles, y me importaba un pimiento la colonia Condesa que en teoría era la zona de la movida y la agitación, yo prefería ese hervor secreto de la colonia Roma, yo amaba esa reunión de fantasmas de todas las épocas, esas sombras de todas las novelas que hablan de la colonia Roma, como las de Carlos Fuentes, de Carlos Castán, de Ángeles Mastretta. 

"Glenn Miller y yo éramos héroes/ cuando se descubrió/ que yo era el muchacho/ más bello de mi generación/ y luego todos se pusieron a bailar/ y las estrellas lunares me besaron / y creí en la verdad y amé"

Y Kerouac mezclaba las noches de Brooklyn y las noches aztecas y las noches de Saragosa, y se iba en visiones: "Viejo buda de los viejos/ con sus mágicos interiores/ fusionados en un solo Maitri/ canciones delicadas y arrulladoras/ a las liras y guitarras/ de las mentes lapis/ lazuli de los viejos santos", y se lanzaba a los goces de la música contra todos los puritanos: "Glenn Miller y yo éramos héroes/ cuando se descubrió/ que yo era el muchacho/ más bello de mi generación/ y luego todos se pusieron a bailar/ y las estrellas lunares me besaron / y creí en la verdad y amé/ y no tenía camión/ ni responsabilidad alguna", y yo iba por la calle Orizaba mirando en trance hacia todas partes, y él iba mirando hacia ninguna: "Cámara México/ camino sobre la calle Orizaba/ mirando hacia ningún lado. Frente a mí/ veo una mansión bardeada/ con mucho césped, interiores estilo español/ ventanas lujosas e impresionantes", y alguna vez me quedaba mucho rato mirando desde una mesa de madera en el césped, tomando cerveza negra, y no había coca colas, y no había turistas en bermudas, y no había inseguridad apenas, podía estar allí sentado en la noche sin miedo en el corazón, pensando en todas las noches literarias de todas las épocas, y sentía junto a mí a Jack el loco, el bucanero de la literatura, el que levantó todo el polvo de las academias, el que habló de los subterráneos y los buscadores místicos en las montañas y los apasionados tristes de Ciudad de México, y me ponía en el oído interno sus versos: "Qué dulce vuelve la historia/ cuando sabes que Charlie Parker la cuenta/ perdóname Charlie Parker/ perdóname por no saber responderle a tus ojos/ Charlie Parker ora por mí/ ora por mí y por todos/ desde el nirvana de tu mente/ Charlie Parker aléjame de la perdición/ a mí, a todos".

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