Boomerang

Se agudizan los sentidos cuando cruzan frente a nosotros los relojes vacíos de ternura y frases alentadoras. También se agudizan gracias al cambio climático (lluvia, sol, polvareda y viceversa), o gracias a los impuestos que suben como la espuma de una cerveza light agrietada por el desuso y a la falta de valores de ley. Se colapsa la especie humana por falta de esperanza y poderío para sobrellevar las injusticias: “Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción”. Se agudizan las malas perspectivas económicas, aunque esto no sea más que un aviso a navegantes, aquellos que creyeron que se podía vivir sin dar nada a cambio, malherir sin ser dañado, robar sin ser escamoteado. A día de hoy, cuando más se necesita, van cerrando lugares provechosos, de bien común y necesario, por motivos de crisis y/o beneficio propio: comedores para menesterosos, asilos de ancianos plenamente desamparados y manos que sí pueden dar sin tener que recibir nada a cambio. Por las callejuelas enlutadas ya se habla abiertamente sobre la extinción de la ética, la moral, las billeteras colmadas… No sabemos cómo se ha llegado a este punto de inflexión, sólo decir que lo que está sucediendo no es más ni menos que algo que ya pasó en varias ocasiones a lo largo y ancho de la historia del ser humano, un ser humano cargante, que no es consciente de su tiranía hasta que ésta se cruza en su camino y le hace empequeñecer: “Confieso que no me entusiasma el ideal de vida que nos presentan aquellos que creen que el estado normal del hombre es luchar sin fin para salir de apuros, que esa refriega en la que todos pisan, se dan codazos y se aplastan, típica de la sociedad actual, sea el destino más deseable de la humanidad”, aclaraba Stuart Mill. Quizás este sea el transcendental problema del hombre: pisar a sus semejantes sin tapujos, abofetear sin distinciones, destinar sus esfuerzos en hacer tropezar a los que le rodean, sin percatarse de que la inteligencia sin bondad es inteligencia fallida, que los golpes siempre vienen de vuelta, cual boomerang, y que por mucho que te esfuerces por vivir holgadamente a costa de fastidiar, existe algo llamado muerte que, más pronto que tarde, pondrá las cosas en su sitio, es decir, bajo tierra, como raíces que jamás brotarán. Apostar por los valores humanos es apostar por uno mismo, pudiera decirse que es una especie de tranquilidad propia y ajena. Y así no morir de sed teniendo agua, no morir de hambre teniendo tanto alimento, no ser tan farsante y recibir a cambio una mano tendida cuando los golpes son bajos.

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