Carlos Oroza, poeta: ''Yo también puedo ser un error''

El idilio que Carlos Oroza mantiene con Pontevedra se reaviva. "Es hermosísima esta ciudad. Para mí, la más bella de Galicia", dice. "Siempre me he sentido emuy a gusto aquí". El poeta presentará el jueves 27 de junio, en el Sexto Edificio del Museo Provincial, su libro 'Évame', la última pieza de ese gran poema que es su obra.

"¿Una leyenda? ¡Me horroriza eso!", tuerce el gesto Carlos Oroza (Viveiro, Lugo, 1933). "Por encima de todo hay que ser humilde. La humildad te da libertad". Y, sin embargo, el reconocimiento hacia el poeta y su obra es incontestable desde hace tiempo. Beat, maldito, outsider, contracultural, poeta total. Escribe Pere Gimferrer en el prólogo de su último libro: "Pocos tienen tanto derecho a ser llamados maestros". "Es un grande Pere Gimferrer", devuelve el cumplido Oroza, 80 años, sentado frente a un café en la Alameda de Pontevedra, un pitillo en las manos, la camisa abrochada hasta el último botón, el sol en la cara, hablar pausado y amable, tono bajo, pero verbo encendido cuando el tema lo requiere (la política, la poesía) y de nuevo la calma. Todo salpicado con versos sueltos que recita de memoria. "Pero yo soy un ciudadano, simplemente un ciudadano que escribe poesía". Se detiene un momento en su discurso y vuelve al tema en el que ha insistido desde que se ha sentado: Pontevedra. "Está hermosísima la ciudad". La historia de amor entre Oroza y la capital de la provincia es conocida. Aún no hace tanto, el autor, afincado en Vigo desde hace décadas, cogía el autobús para escapar dirección Norte. Venía a pasear por el centro histórico. A otra cosa, a presentar su último libro, 'Évame', volverá el jueves 27 de junio. Con esa excusa ofrecerá un recital en el Sexto Edificio del Museo Provincial (20.00 horas, entrada libre). "Es una ciudad muy culta Pontevedra. Aquí siempre me he sentido muy querido", fuma. "En cierto modo es un poco mía. Le dieron mi nombre a un instituto".

De hostelería.

Fíjate, de hostelería, siendo yo un tipo tan delgado, enjuto. Qué cosa tan curiosa.

¿Nunca se ha planteado trasladarse a Pontevedra?

En Vigo acabé por casualidad, por aquello de recitar en el Teatro Principal el poema '¡Prohibido el paso!' delante de todas las autoridades de la época [a mediados de los 70]. Tuve que acabar saliendo por una puerta falsa. Me ayudó a escapar a Vigo una mujer en su coche. Y allí me quedé. Pero la ciudad es hoy un desastre urbanísticamente, arquitectónicamente, en todos los sentidos. Se ha perdido. Ésta sin embargo no, es una ciudad ideal, más amable, distendida, pensada para el ciudadano, para pasear...Se trata de calidad de vida, no de 'nivel de vida', esa expresión tan progre. Esto último te lo dan los barcos y los camiones. No me interesa. A Pontevedra le queda muy bien el sol. Mejor que a ninguna otra. Yo estoy enamorado de esta ciudad. Me atrae profundamente desde siempre.

Le hace ilusión venir a presentar su nueva obra.

Estoy realmente contento de poder hacerlo aquí, sí. Este libro, 'Évame', es una transgresión del lenguaje. Nuestro lenguaje está falsificado, mal entonado. Yo no puntúo las cosas, las separo por espacios, porque la poesía es una respiración y cada verso un punto. Tardé mucho en hacerlo porque no encontraba el sentido emocional de las palabras. Acabé inventándolas.

'Évame' por ejemplo.

Es un canto a la mujer. El unisexo. No hay tal diferencia entre la mujer y el hombre. Nos separa un accidente. Somos exactamente lo mismo. El libro es un canto a la madre en el que yo suplico volverme mujer de vez en cuando para saber lo que siente ella. Por eso creé ese verbo: 'Oh eva évame eva'. Es una entrega, una rendición total hacia la mujer. Ahí está mi admiración hacia lo femenino, el origen de todo. La Tierra es en femenino o no es. Las diferencias establecidas se reducen a un problema gramatical.

"La poesía es una respiración". Sigue usted reivindicando la oralidad por encima de todo.

Exactamente. La palabra. La escritura no es más que un signo y, si no se pronuncia, no es palabra. Todas las culturas son originariamente orales. La cultura gallega es fundamentalmente oral. Nadie lo negará.

Esa afirmación parece liberar a la poesía de una cierta carga...

¡Cursi! No me gusta. Nada. Por eso casi nunca me gusta la poesía, porque los poetas han sido muy cursis toda la vida. Sin embargo me gusta Whitman: "Me contradigo porque contengo multitudes". Eso es un verso ancho. Volvemos a la oralidad. Yo escribo en voz alta. Porque así es más fácil que surja el otro yo. Todos somos varios. Debe reflejarse esa complejidad.

No cualquiera puede ser poeta.

No. Hacen versos. Endecasílabos. Hacen rima. Redactan. Pero no es eso. Es el ritmo. El ritmo interior. La prueba definitiva es que no resiste la voz alta. Y si la poesía no resiste la voz alta es que está mal escrita. La rima es una cosa ridícula, escolástica. Sonetos... A mí no me gusta eso. Ya digo: el verso debe ser ancho.

Su último recital en Vigo fue multitudinario.

Había muchísima gente. Vigo me ha dado una razón para existir. Me quedé muy sorprendido por la cantidad de asistentes y por el silencio sepulcral con el que escuchaban. Fue una cosa muy bonita. El auténtico protagonista en aquella presentación fue el público. Yo fui un pretexto.

¿Le emociona encontrarse de frente con el cariño del público?

Muchísimo. Pero siempre lo he sentido. He tratado de corresponderle con nobleza y con dignidad, sabiendo que el éxito siempre es pasajero. Siempre he notado la complicidad con el público y le he hablado directamente, la multitud como a una sola persona. Incluso aquel día en el Teatro Principal de Pontevedra, la gente joven, el público, me aplaudió y me apoyó. Se molestaron los otros. Era una época represiva, terrible. Este país es un país trágico. Y se repite la historia.

¿Lo cree así?

Vivimos una inquisición moral. Padres que asesinan a sus hijos. Hijos que asesinan a los padres. Es una descomposición moral. Todos esos asesinatos de mujeres... Yo no entiendo ya nada de esto. Me niego a entenderlo. Esa cantidad de crímenes que aparecen cada día en la prensa es horrible.

¿Siente nostalgia de algún tiempo pasado?

¡No! En absoluto. El tiempo pasado fue un espanto. Pero actualmente se percibe más miseria moral. En todos los sentidos. Esa batalla que, sin librar siquiera, están pagando los más pobres, los humildes. Es despreciable. Como lo es ese lenguaje que manejan los poderosos. Y los políticos. Han estropeado el lenguaje. Les escucho y en la mayoría de las ocasiones no sé ni lo que quieren decir. Redactan. No escriben. No crean. Su discurso es absurdo, un sinfín de lugares comunes y obviedades. Palabrería sin sentido. La suya es la mediocridad más infinita. Y yo no soy dogmático. Soy neutral. Aunque desprecio a los políticos y a los inquisidores (hace una pausa). En fin, yo también puedo ser un error.

Pere Gimferrer le llama a usted maestro en el prólogo de 'Évame'. ¿Cuáles han sido los suyos?

¿Maestros? Eso es muy relativo. Están bien para dar clase a los niños y para la gente con diarrea mental. Son como domesticadores. A mí lo que me gusta es la gran poesía y punto. La poesía que anuncia el futuro, la del visionario, la que parece avanzar lo que está por venir, la que entiende la gente joven.

El público con el que siempre ha conectado inmediatamente, el más joven.

Porque tienen el espíritu puro y la mente más limpia. Son más libres.

¿Debe estar la poesía apegada a la realidad o sobrepasarla?

Debe observarla.

 

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