Cenizas

Apesar de nuestros esfuerzos por disfrazar de sonrisas los aspectos más insustanciales de la vida, comparto lo que me dijo hace poco un amigo con la mirada perdida en sus nostalgias: el amor y el desamor son las únicas cosas capaces de cambiarte la vida completamente. Como cualquier otra pasión, el amor está hecho para masoquistas dispuestos a saber llorar las terquedades del corazón y, como canta Sabina, a remover esa cajita de cenizas que el placer deja tras de sí. «Y no hay lágrimas que valgan para volver a meternos en el coche donde aquella noche en pleno Carnaval te empecé a desnudar». Exponerse a iluminar el lado oscuro del corazón es asumir la certeza que aceptó con honestidad el gran Mario Benedetti: «La culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo». ¿Cómo se aprende a renunciar a lo único que nos permite escapar de nuestros lóbregos cuarteles de invierno? Al igual que admite Henry Miller en ‘Trópico de Capricornio’, fue tras conocerla a ella cuando entendí lo poco que me interesaba el resto de la vida. No es por cansancio que lo digo, sino porque, como Borges, no he logrado entender de qué sirven sin esa fugaz esperanza de vivir «la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre». «El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo».

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