Con zapatos nuevos

Cuando Pedro (Director) y Adrián (Redactor Jefe) me citaron para hacerme una propuesta que no podía rechazar (amenazaron con dejarla cabeza de un caballo entre mis sábanas) lo primero que pensé es que se habían vuelto locos:-“¿Os dais cuenta que en el “Diario” relaté una cópula entre hombre y gallina? Qué foto le pondríais a eso ¿eh?”. Pero insistieron y aquí estoy, ascendido y acojonado porque una “última” con infografía es siempre cosa de mucha enjundia y aún más grave responsabilidad. Con ocasión del estreno pensé pedirle prestado a Pedro “Jota” el corpiño rojo sobre el que Exuperancia le hizo sus cosas, pero luego deseché la idea porque yo soy de dejarme mear solo los viernes, que es el día de mamarse razonable y moderadamente. Lo de razonable y moderadamente, fórmula que utilizaba el Código Civil para referirse a la corrección paterna sobre los hijos, pasado el tiempo se ha revelado muy útil pero en sentido contrario: son hoy los hijos los que reprenden razonable y moderadamente (a veces irrazonable e inmoderadamente) a sus padres si no le compran el último Smartphone: -“Papá, acabo de cumplir los dieciocho años ¿dónde quieres que te pegue la primera hostia?”. Hablando de padres, me comentaba el otro día un contertulio que si le ponían un sombrero de dormir de esos de Papá Noel a Cañete, Cañete le recordaba a Papá Pitufo, porque además el prospecto electoral iba en azul; hombre, no sé yo; lo que sí sé es que Arias debería aplicarse un poco al Pilates o a los abdominales, porque de tanto promocionar productos españoles y darse a la ingesta de yogures extemporáneos a la fecha de consumo preferente, su perímetro abdominal comienza a asemejarse al de Cascos, y Cascos comenzó su declive político el día que perdió la visión vertical de su propia bragueta. Claro que en esto de cánones físicos yo apelo a la fisiocracia y dejo que cada uno haga de su capa un sayo, no como Elena Valenciano, que dijo en twitter que no había visto un hombre más feo que Rivéry. Luego rectificó porque “Scarface” Rivéry amenazaba con recordarle su pasado de telefonista en Ferraz: -“Sí, digamé, no, Felipe no se encuentra en este momento en su despacho. No, Don Alfonso tampoco”. Valenciano tenía pensado argüir que a mucha honra -lo de la telefonía-, pero no fue necesario y eso le vino bien para seguir con la campaña electoral, que luego no dio al Psoe los frutos apetecidos como tampoco se los dio al PP, pero lo del PP era visto porque el primer error de Cañete es no haberse hecho llamar en campaña Miguel Arias. A secas. Y es que Cañete remite, ambivalentemente, a un portero de fútbol retirado lo mismo que a una bajante de pluviales exigua y cochambrosa: -“¡Oes ti, tráeme o cañete!”. Demasiado castizo para servir al márquetin electoral. Hablando de porteros de fútbol y de Rivéry quisiera referirme al tratamiento alternativo de Diego Costa para curar su asunto fibrilar. Los que tenemos experiencia en Champions League, y yo la tengo porque ascendí con el San Andrés de Placeres de tercera a segunda regional en el ochenta y tres -o sea, Copa de Europa enxebre y pobretona, pero Copa de Europa al fin-, sabemos que una rotura fibrilar no baja de los veinte a treinta días para su curación. Quiero decir que lo de Diego Costa era visto. La única vez -y la última- en la historia de la humanidad que una sustancia específicamente pensada para una utilidad sirvió a otra distinta de modo fructífero fue la mantequilla que Marlon Brando le untó a María Schneider en “El último tango en París”. Pero placenta de yegua, por dios del cielo, placenta de yegua para curar una rotura fibrilar, a quién se le ocurre. Yo tenía claro que a lo más que llegaría Diego Costa sería a relinchar desde la grada (o a piafar) ante un error arbitral. Nunca a vestirse de corto. Al final todo es fútbol y el fútbol atenúa. Por ejemplo, si Messi le birla unos cuantos millones al fisco va a declarar al juzgado y le aplauden; y si le renuevan el contrato y pasa a cobrar veinte millones, a todo el mundo le parece cojonudamente. Y saben qué, que yo no encuentro mucha diferencia entre esto y el tema de los sueldos y las indemnizaciones de los ejecutivos bancarios. Bueno, si veo una: que estos últimos no la meten en la portería. Todo lo más (nos) la meten doblada. Voy terminando que para domingo de ramos periodístico ya va bien. Leo en un periódico que al crimen de Isabel Carrasco le llaman magnicidio. A mí me enseñaron en EGB que magnicidio fue el del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, que desencadenó la primera guerra mundial. Por eso me sorprende que a un crimen de infantería, vengativo y femenil, se le dé tal consideración. Yo ya hice mi calificación: asesinato con las agravantes de premeditación, alevosía y el despoblado que implicaba la solitud de la pasarela. O sea, trena. Mucha trena.

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