Conciencias temblorosas

ante el efecto devastador del terremoto de Japón caben dos reflexiones iniciales. Una, la fuerza de la naturaleza es tan multiplicadora que la civilización no está a salvo de la destrucción en este nuevo milenio. Y dos, el comportamiento del pueblo japonés es tan digno, que encaja con ejemplar sumisión y espíritu de superación este castigo desproporcionado de seísmos y tsunamis del mismo modo que se sobrepuso a las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Poner palabras a lo que hemos visto en televisión es de una osadía temerosa. Pero contemplar fríamente esas imágenes de telerrealidad catastrófica recuerda demasiado a los efectos especiales por ordenador, a la ciencia-ficción épica con la que el cine nos sobrecoge en su fábrica de pesadillas. Lo peor es que no estamos ante un mal sueño cinematográfico. Estamos ante la insignificancia del ser humano a pesar de su inteligencia superior dentro de la representación universal. La grandeza del planeta es superior a la huella complementaria del hombre cuando el enfado natural zarandea el destino de la Humanidad. Ni en Oriente ni en Occidente estamos a salvo de la sacudida global. Y sólo las desigualdades de la pobreza y las guerras entre semejantes se pueden equiparar a lo poco que vale la vida en situaciones límites como el terremoto de Japón. El reparto de la riqueza y la maldad de los hombres son terribles condenas para la existencia de la civilización actual. Pero las placas tectónicas tampoco entienden de geografía o geopolítica, por mucho que los seísmos no castiguen la vieja Europa como se ceban con el sufrido pueblo japonés. Y como si la tragedia natural no fuera suficiente, los guionistas del presente han introducido el factor nuclear como elemento de tensión y debate en medio del desastre. Sólo pensar que centrales como Fukushima han sufrido un terremoto de esta magnitud debería ser suficiente para comprender que la energía nuclear es únicamente vulnerable ante el extremo de la fatalidad. Pese al peligro nuclear desatado en Japón por el terremoto y el tsunami es evidente que el manejo nipón nos hace pensar que, en efecto, se hace verdad la leyenda emprendedora del sol naciente dado su particular 11-M. Como siempre, el provecho político e ideológico ha reproducido como una réplica sísmica el debate sobre la energía nuclear lejos del epicentro. Pero ese oportunista planteamiento al calor de una tragedia puede llevar al engaño. Cuando en España sufrimos el 11-M que determinó el giro del rumbo de todo un país, el ciudadano no se cercioró del padecimiento moral y económico al que se sometía bajo aquel impacto emocional. Con todo, igual que tras el 11-S o el 11-M, la vida sigue su curso como si el seísmo japonés fuera un receso en el paraíso o un paseo, con vuelta, por el infierno. Sin embargo, estamos ante otro aviso para navegantes de la bitácora del destino, ante la advertencia contra la soberbia de esta civilización que coquetea con la destrucción. Desde esa agitación temblorosa de las conciencias debemos prevenir el futuro para salvaguardar el bienestar humano. No lo olvidemos: la vida puede durar lo que dura un temblor de 9 grados. Pero lo que provocó la fuga radiactiva, tengámoslo claro, fue el terremoto seguido de un tsunami devastador, y no la energía nuclear que nos abarata el recibo de la luz.

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