De Paloma en Paloma

Otra vez las tapas de entresijos y gallinejas, los viejos ridículos vestidos de Don Hilarión, las castas y susanas meneando sus ancas al compás de un organillero con bigote postizo: ha regresado a su cita anual todo el cartón-piedra que acompaña como una maldición a las fiestas de La Paloma, esa Virgen-zarzuela que sale en pueblerina procesión por las calles del barrio mientras en otros puntos de la urbe miles de madrileños vacían sus vejigas en las piscinas públicas y los viejos progres, ya artríticos, se cuentan las excelencias del Priligy, fármaco reciente que pospone la eyaculación precoz y que, combinado con la dosis justa de viagra, puede disfrazar de milagro sexual el último estertor. “Muramos haciendo el amor”, clamaban los futuristas antes de anunciar el fascismo como salvación del mundo. “Muramos haciendo el amor y que se joda el universo”, clama el anciano que adoró al dios-revolución y hoy babea al contemplar los muslos de las jovencitas en su caminar hacia la oficina del paro. Virgen de la Paloma, un Madrid desierto e inclemente sólo apto para pobres. Hasta la hierba que sostiene mi cabeza en la pradera de las Vistillas llega el sordo latir de la ciudad. Carla, que aprovecha la ocasión para dorar gran parte de su epidermis, me confía que “el sexo sin amor es una experiencia coja; de las experiencias cojas, tal vez la mejor”. Por la ventana de una vieja casa sale la voz altisonante de un televisor: “El Gobierno ha aprobado la TDT de pago, urgente necesidad social”. Está bien, me digo, que Zapatero legisle para favorecer a sus amigos: la citada TDT nada tiene de necesidad, y a corto plazo nos hará comprar de nuevo descodificadores, pero es urgente para que Roures y demás gente de La Sexta amorticen lo que han gastado en comprar derechos deportivos; por lograr gabelas de ese tipo juegan al baloncesto y toman café con el Presidente. Sorprende, eso sí, que en ese Consejo de Ministros haya participado Carmen Chacón, casada con uno de los beneficiados, pues la dignidad de una ministra aconseja no participar en deliberaciones que afecten a sus intereses particulares. ¿Ha dicho dignidad? Qué tontería. Los de Prisa echan humo, claro, pues la TDT de pago ha devaluado Digital +, que es su último cartucho para escapar de la sima económica en que han caído; discuten estos días si disparar frontalmente contra Zapatero desde El País, la SER y Cuatro, o sólo distanciarse de él y lanzarle ataques puntuales. Los viejos dinosaurios de esa empresa, pagados cual banqueros neoyorquinos, se creían el sostén de la democracia, pero ahora ésta les pone en mitad del arroyo; es el premio a quienes transigieron con tanto por mantener el favor de La Moncloa. En fin, paisanos: hemos llegado a una democracia sin preguntas, sin periodistas, con marionetas en lugar de ciudadanos; basta con un figurante que lea una declaración y con un pueblo que escoja cada cuatro años entre lo malo y lo peor. Vaya burla. Carla, tan hermosa y tan ingenua, me dice que “vivimos una época interesante”. Y le recuerdo una maldición china: “ojalá que vivas tiempos interesantes”. ¿A qué llama interesante la gente joven? ¿a que los escoltas de Zapatero requisen en Lanzarote fotografías del Presidente sacadas por un reportero y registren después la habitación de otra periodista, corresponsal del mismo periódico? ¿a que nuestro Ministerio de Exteriores subvencione con 28.810 euros el movimiento homosexual de Zimbabwe? (Juro que ambas noticias son reales y han ocurrido esta semana). Me dice el quiosquero que los diarios de Mallorca llegan con señales de resaca: “hay movida en la familia Real, pues las imágenes de un esposado Pepote Ballester, antiguo medallista olímpico de vela y hoy dirigente del PP balear, les han afectado: es íntimo de Felipe, Cristina y Urdangarín. Y hablando de éste, corre por Palma el rumor de que se ha comprado tres pisos en el centro de aquella ciudad.” Dichoso quiosquero, siempre presa de sus lecturas disolventes. Admito que algo nuevo ocurre este verano: alejadas del primer plano la Reina y las Infantas, entregado el Rey a sus asuntos patriótico-empresariales (“es un experto en el mercado de hidrocarburos”, dicen de Juan Carlos sus interlocutores extranjeros), ¿son Felipe y Leticia, más sus hijas, la nueva Familia Real?. “Convendrás en que mostrar esposados a Ballester y demás acusados del PP tiene mucho de sadismo”, insiste Carla, que ayer anduvo de copas con un gerifalte de la derecha. No entiendo qué pasa con esa historia de las esposas: ¿por qué hay que tratar mejor a un político de mano larga que a un delincuente común? Si hay que suprimir las esposas, hagámoslo en buena hora; mas a todos, no sólo a los señoritos. Abundan en la verbena los tipos descamisados, desnudos de cintura hacia arriba, y las jóvenes que lucen atuendo playero. Es la libertad indumentaria, lo sé, pero ¿y el olor que te invade cuando alguien te pone una axila ante las narices? Todo está como desvirtuado: el vestir, la fiesta y desde luego la libertad, ya convertida en un remedo de si misma; también Chacón, la ministra que iba a revolucionar Defensa y que esta semana ha dado un paso más en la privatización de su ministerio al contratar con empresas la vigilancia de polvorines y explosivos. Incluso la próxima Ley de Libertad Religiosa, que impone la supresión de símbolos pero no elimina los crucifijos en la tomas de posesión que requieran la presencia del Rey. ¿Por qué esa excepción? Porque Juan Carlos se ha negado en redondo a que se eliminen los crucifijos en su presencia y el Gobierno, tan socialista, se ha sometido a la regia voluntad. En la noche contemplamos Carla y yo las Perseidas, lluvia de estrellas “fugaces” producidas por una nube de partículas de polvo que entran en la atmósfera terrestre: por San Lorenzo iluminan el cielo y nos hacen soñar con otros mundos. Ojalá que iluminen también el futuro, tan negro.

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