De Torre del Bierzo a Angrois

"El tren no corría, volaba”. Esta frase condensa el testimonio de dos supervivientes, Elisa y Carmen Fernández, que se vendían bocadillos en el correo que iba de Madrid a Galicia. Sobrevivieron a la más terrible catástrofe de la historia ferroviaria española, la del túnel número 20, en la localidad leonesa de Torre del Bierzo. Fue el 3 de enero de 1944, en una España que sufría la horrible e interminable posguerra.

El terrible y todavía no debidamente conocido siniestro ocurrió cinco meses antes del desembarco de Normandía. Data de un tiempo muy lejano, de trenes a vapor en un país de miseria, de terror y de una férrea censura franquista que ocultó las gigantescas dimensiones de la tragedia. Pero la España de la alta velocidad regresó un poco el pasado miércoles a ese día infausto de 1944 por la vía que lo iguala todo, la de la muerte, del dolor y de la impotente consternación.

Nadie sabe cuánta gente murió en Torre del Bierzo. La cifra oficial es muy similar a la de los 79 fallecidos de esta semana por la tragedia de Angrois. Pero la real de 1944 es de varios cientos de personas. Los vecinos de la comarca berciana hablan de enormes montañas de cadáveres que se acumulaban en la escuela.

Los reportajes televisivos de los últimos años muestran que el dolor sigue latente en Torre del Bierzo. Contienen historias espeluznantes, como la de una familia que tiró por los aires a un bebé, cuando el tren descontrolado se dirigía a un más que previsible impacto, que se acabó produciendo primero contra una locomotora de maniobras y después contra un tren de mercancías. Según ese relato el niño se habría salvado, mientras sus padres morían.
Los trenes de la muerte de Torre del Bierzo y de Angrois habían salido de Madrid y se dirigían a A Coruña, aunque el segundo debía seguir ruta hacia Ferrol. Tomaron caminos distintos, el primero por Palencia y el segundo, por Zamora, a través de un trazado inaugurado en la década de 1950. Eran dos trenes desbocados. El de 1944 presentaba el desastroso estado de la España de la posguerra. Ya antes de subir el puerto del Manzanal los maquinistas notaron que los frenos no funcionaban, pero, según la reconstrucción que efectuó de la Televisión de Castilla y León, les obligaron a seguir, después de intentar arreglar las zapatas en León. Según Renfe, el tren de la muerte de 2013 estaba en buenas condiciones y la catástrofe se produjo por un fallo humano, porque el maquinista, el monfortino Garzón, no habría frenado a tiempo y llegó a la curva de A Grandeira a una velocidad muy superior a la permitida.

En ambos casos los vecinos de la zona se volcaron en ayudar a las víctimas. Pero en 1944 la censura lo tapó casi todo. En 2013 la tragedia se vio en directo y hasta hay un vídeo del impacto.

Resultan dos tiempos tan lejanos como el vetusto ferrocarril del Bierzo de 1944 lo está del ultramoderno y supersónico tramo de hoy de Santiago a Ourense. Ahora toda la presión de las autoridades se centra sobre el maquinista Garzón mientras permanece la gran incógnita de los motivos por los que no frenó a tiempo. Es la duda de si se despistó o si hubo algún fallo en la máquina, que el Gobierno descarta.

Pero hay mucho más que aclarar, empezando por si es adecuada esa combinación provisional de tramos de alta velocidad con otros del lento pasado ferroviario gallego y siguiendo por lo idóneo de esa entrada a Santiago entre las casas y por la inexistencia en esa zona de un sistema automático de seguridad para prevenir el posible fallo humano.
La catástrofe de Angrois es tan terrible que duele escribir de ella. Tras un siglo a la espera de un tren rápido en Galicia, cuando lo hubo, se estrelló por exceso de velocidad.

El bálsamo de la Galicia solidaria

La ejemplar reacción de los vecinos de Angrois y de todo el personal que trabajó en el dispositivo de emergencias constituye uno de los pocos elementos que reconforta tras la tragedia. Es una nueva demostración de lo mejor de la sociedad gallega, de la fortaleza de la solidaridad horizontal de este país, pese a su muy mejorable estructuración. Aunque quizá exista precisamente para compensar esas deficiencias.

Calma política a la espera de la previsible tempestad

La enorme magnitud de la catástrofe ferroviaria de Angrois y la solidaria reacción de los vecinos y personas implicadas en el dispositivo de emergencia contribuyeron a generar el, por otra parte, obligado clima de paz y tranquilidad política que reinó estos días Galicia. Es un ambiente que contrasta con el que hubo ya desde los primeros momentos en las otras dos grandes catástrofes que los gallegos hemos sufrido durante este siglo, la del Prestige del 2002 y la de los incendios del 2006. Pero la de esta semana ha sido mucho peor y no es comparable, porque en ella ha habido 79 muertos, además de las otras diferencias que se puedan establecer entre hechos de naturaleza muy dispar.

La tragedia del 2013 se produjo en una noche muy señalada, la de la víspera del día de Galicia, lo que quizá haya contribuido a que el dispositivo de seguridad reaccionase con eficacia, ya que había uno preparado para cubrir las posibles contingencias de los fuegos artificiales del Apóstol. La gravedad del siniestro de Angrois superó cualquier previsión que pudiese haber para una noche normal del 24 de julio, pero, por lo que se ha visto, parece haber permitido tener una base para comenzar a trabajar. Aunque a lo largo de la terrible noche se pudo temer que el dispositivo se fuese a ver sobrepasado por la dimensión de la catástrofe, los datos disponibles indican que resistió, lo que no impide que ya hayan aparecido algunas críticas, como por ejemplo por la no utilización del hospital de Conxo o a raíz de las quejas de los naturalmente desesperados familiares que reclamaban tener cuanto antes información sobre lo que les había sucedido a sus seres queridos.

Por ahora en la Xunta se percibe satisfacción por cómo se respondió a la catástrofe e incluso en la oposición se escuchan en privado diagnósticos en los que se hace una valoración no negativa de esa reacción oficial, mientras se apunta a que por lo general un desastre como el del miércoles puede ser una prueba de la que el partido gobernante salga bien parado si lo gestiona razonablemente.

No resulta muy aventurado esperar que en una Galicia que no es un país precisamente de grandes consensos ni de grandes unidades políticas o sociales, en algún momento la tregua se vaya a terminar. Probablemente el punto de corte se produzca a partir del funeral o del acto civil en recuerdo de las víctimas, cuya fecha y características está todavía pendiente de la negociación entre los partidos políticos. Otro factor a tener en cuenta es el de los avances en la investigación, a partir de que se produzca la puesta a disposición judicial del maquinista Garzón, prevista para hoy.

Y es que hay mucho que aclarar y se vislumbran varios frentes de batalla. Uno es el de las primeras reacciones, en las que se insinuaba la posibilidad de que se hubiese producido un atentado, como ocurrió con las declaraciones del diputado del PP en el Congreso Celso Delgado. Pero el fundamental será el de la seguridad ferroviaria y las complicadas características de la actual red de Renfe en Galicia, por la combinación de tramos nuevos y viejos.

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