Desde el burdel

«No digas a mi madre que soy periodista; cree que toco el piano en un burdel”. El viejo chiste, nacido para consumo interno de la tribu, ha adquirido con la crisis tanta actualidad que algunos programas radiofónicos y hasta un reciente libro de Juan Luis Cebrián llevan por título “El pianista en el burdel”, lo que asegura la pronta conversión de la frase en lugar común. Despidos en aumento que dejan las redacciones diezmadas, editores que parecían omnipotentes al borde de la bancarrota, periódicos que sólo se venden si con cada ejemplar regalan una caja de condones: ¿qué ocurre, por qué este seismo? Hay más causas que la evidente disminución de la publicidad: está la sustitución de la lectura, siempre necesitada de digestión, por la contemplación de imágenes, que nos sirven ya masticadas (y manipuladas, por tanto). Sometido a unos cambios tan veloces que necesariamente han de zarandearlo, el mundo se dispone a cerrar la era Gutenberg para entregarse a los soportes audiovisuales, que consume sin la menor exigencia. Los gerifaltes de la prensa se preguntan por qué el Gobierno ayuda a las televisiones privadas pero no a periódicos y revistas, por qué Zapatero no acepta entrevistarse con ellos, por qué incumple lo prometido. Les cuesta admitir que la opinión pública, esa gran barragana, tiene otros dueños: la televisión e Internet. Y que Zapatero sólo entrega dinero a quien le sirva para mantenerse en el poder. Ante semejante panorama, ¿qué camino tomar? ¿debe uno vestirse de ángel exterminador para denunciar las tropelías de tirios y troyanos o, por el contrario, prodigar elogios para salirse del punto de mira? “No te atormentes, yo te ayudaré a ver la luz”. Carla debería estar recomendada por la Organización Mundial de la Salud: un minuto entre sus brazos y ya te importa un carajo la prensa, la crisis y el cambio climático. Claro que al salir de su casa, mientras observas las veinte mil calles de Madrid alineadas ante ti, pasa Blesa con su BMW blindado de quinientos diez mil euros y te preguntas hasta cuándo soportará Caja Madrid el derroche de sus dirigentes; o cómo es posible que Ana Botella, por bajar las cifras de contaminación, haya cambiado de emplazamiento las estaciones medidoras: la que estaba en una plaza atestada se pasa a un parque y así. Botella, posible sucesora de Gallardón en la Alcaldía, ha estrenado con su Josemari casa grande en Marbella, pues el dúplex de doscientos treinta metros que poseían se les había quedado pequeño; ocupan mucho los cincuenta escoltas de su marido. “Denuncia que a una cuñada mía la tuvieron en Urgencias del Puerta de Hierro treinta y seis horas sin comer, que hay suciedad en muchos hospitales, que el personal está desmoralizado. Y que nada de eso ocurría hace algunos años”. Dichoso quiosquero, siempre queriendo que denuncie esto y lo otro, pero ¿acaso pagará mi comida cuando me echen del periódico? Pues entonces, nada de crítica: mejor cuento lo de Leticia, a la que un genealogista ha encontrado descendiente del Gran Capitán (el de las cuentas infladas: un verdadero precursor de la corrupción actual). Tan ufana está la princesa que ayer le pusieron delante un ejemplar de “Flash”, periódico portugués, y no se inmutó aunque en primera página se publicaba que el príncipe Felipe tiene un hijo de siete años, fruto de un coito con una tenista. En el bar se discute si los reyes deben reconocer a sus hijos, aunque, tercia de nuevo el quiosquero, “yo me conformaría con que reconociesen sus deudas”. El ambiente está espeso y decido marchar a Génova, donde me aseguran que lo de Rajoy con Camps y Fabra va camino de convertirse en algo más serio que una simple declaración de amor. Me digo que cada quien es libre de elegir sus compañías, pero que las de Mariano le llevarán a la ruina. Y encima Mayor asegura que “Camps es el más honorable de todos los españoles”. Lo que faltaba: que nos insulten. Pedro Jota está dichoso porque el Gobierno ha recurrido la sentencia de la Audiencia Nacional que declaraba de dominio público la piscina adjunta a su chalé de Mallorca; ha sido un empeño personal de Zapatero, decidido a modificar la Ley de Costas para que el importante periodista no pueda ser molestado otra vez. “Los socialistas defienden mejor que nadie la propiedad privada”, decía Galbraith; algunos socialistas desde luego. Claro que la soltura con que Zapatero maneja el dinero público no debería sorprendernos: si husmeáis entre los papeles de Presidencia, descubriréis que en el desplazamiento a Londres para acudir a la cumbre del G-20 acompañaron al Presidente cuarenta personas que fueron alojadas en el Carlton Tower a razón de seiscientos treinta euros por habitación y noche. Y eso que en la reunión no dijo una palabra, que si llega a hablar. “¿Qué lista vas a votar?”, me pregunta Carla mientras elimino un granito de su pelvis. Me gustaría votar a Kaká, le digo, que al menos mete goles. “¿A Kaká el futbolista? ¿por qué no hablas con Florentino y me lo presentáis?” Así de ilusionada anda la gente con el nuevo Real Madrid: saben que están en crisis, pero creen que el futuro les pertenece. Vender humo es rentable a corto plazo; lo practica también Zapatero, que define la bajada del paro en veinticinco mil personas como “un cambio de tendencia”. No es verdad, claro, pero le favorecerá para las elecciones: esos empleos son debidos a trabajos temporales, útiles ahora para llevar dinero a muchas casas que lo necesitan, pero que se agotan en si mismos; digamos que es un alivio pero no una tendencia, y mucho menos “el principio del fin de la crisis”, como afirmó el pintoresco Sebastián. Hay las inevitables tormentas de la Feria del Libro y por el Retiro corren compradores y autores, muchos de éstos con una dedicatoria a medio escribir. Yo lo contemplo todo desde este burdel donde he solicitado tocar el piano; lo tengo difícil, pues compito con más de doscientos periodistas.

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