El Chelsea

El fútbol ya lo ha visto todo. Alguien imaginó que con la victoria de la selección griega en la Eurocopa de Portugal 2004 se habían acabado los cuentos de hadas. Pero aparecieron el Alcorcón, Caperucita, Garbancito, Homer Simpson y el Chelsea para reivindicar que en el deporte de once contra once en el que casi siempre ganan los alemanes, no siempre ganan los alemanes. El Chelsea mostró con generosidad cuál era el camino para presenciar un milagro al proclamarse campeón por generación espontánea. Es esa gran capacidad del balompié para sorprender el elemento principal al que se agarra el Pontevedra para tratar de superar su eliminatoria. El equipo granate tiene menos cualidades que su adversario. Y ni siquiera en el aspecto del juego en el que podía considerarse mejor, la guerra psicológica, el tempo del partido, ha dado muestras de una gran cualificación. Da lo mismo. El cuadro de Milo Abelleira fue al cuerpo a cuerpo contra uno de los mejores rivales de Tercera División y salió vivo. Hasta se puede decir que el que se fue vivo es el bloque catalán. La imagen ofrecida por el conjunto lerezano, a pesar del riesgo que asumió, y el hecho de que Grecia y el Chelsea ganasen grandes títulos alimenta la esperanza de un bloque que se ha ganado el derecho a soñar.

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