El cuerno azul de Boris Pasternak

"...nos parecía que ahora vivía un pintor, seguramente ese hombre sabría de Pasternak, dijiste, pensamos en escribirle una carta diciendo que habíamos estado allí, y alguien se la traduciría, (...) Pasternak estaría allí cuando se había asqueado de aquella peste soviética, de los himnos en alabanza del Gran Gorila"

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STALIN LE preguntó un día a Pasternak si Ossip Mandelstam era un gran poeta, en Georgia se considera muy peligroso desde hace siglos hacer daño a un poeta y el Gorila era a pesar de todo georgiano y tenía los miedos ancestrales de su tierra. Pasternak le dijo que Mandelstam era un gran poeta y el Gorila no quiso matarlo, a pesar de que había escrito un poema señalándolo directamente como un bestia, aunque provocó su muerte al mandarlo en las condiciones más duras a Siberia, pero el propio Pasternak siempre estuvo a salvo, a pesar de su independencia artística total, a pesar de que no entraba en absoluto en las rigideces muertas de la escolástica soviética, tal vez porque el Gorila sabía con toda seguridad que era un gran poeta incontestable, que todas las furias del universo se volverían contra él si le hacía daño, tal vez también porque Pasternak era tan amigo de Georgia y publicó una antología de poetas georgianos, tal vez porque en el fondo la Soberana Bestia estaba muy sola en su cuadrícula y necesitaba la compañía lejana de un poeta que conectaba de verdad con la vida, tú y yo pasamos en el autobús por Goris, donde nació el infame, y lo maldijimos, y en Tiflis miramos la colina que domina la ciudad, en cuya iglesia está enterrada la madre del Seminarista Infame, una mujer que de todos modos había creado vida y no sabía de la cárcel de plomo en que el tipo encerraría a todos, y pensamos en subir, no solo por ella, sino por ver Tiflis desde lo alto, pero el funicular estaba estropeado ¿te acuerdas?

Y yo admiro tanto a Pasternak como a Rilke por su inmenso Doctor Zhivago, por La niñez de Luvers, donde arrincona la vida con una sensibilidad portentosa equiparable a la de Proust, por Mi hermana la vida, donde dice que no quiere hacer trampas como no las hace Chopin con la música, que quiere escuchar sin retóricas la vida tan próxima a él, por la Correspondencia con Rilke en aquel verano glorioso de 1926 en que Rilke se moría, por su sentido místico de la naturaleza, por sus simbolismos, por su latir secreto, por su ir más allá de las ideologías, por su panteísmo, por su sentido del amor extendido, "se amaban porque todo a su alrededor así lo quería, el mundo, el aire, las cosas", había escrito sobre Zhivago y Lara, y sabía que había estado en Tiflis con sus amigos simbolistas del Cuerno Azul, con Titsian Tabidze que decía: "Yo no escribo poemas, la poesía me escribe a mí,/ este poema camina junto a mi vida,/ un poema es un deslizamiento de tierra que me arrastra hacia lo lejos,/ y me entierra vivo", con Paolo Iashvili, que escribió : "Golondrinas de plata se sientan en silencio/ en las redes azules contra el cielo,/ la luna cae fría, fríamente/ en las ramas que yacen en el secreto", que se pegó un tiro cuando los sicarios de Stalin ejecutaron a Tabidze como "enemigo del pueblo", y que había ido a Kutaísi, donde se reunían a veces los poetas del Cuerno, donde antaño se escondía el Vellocino de Oro, nosotros pasamos por allí en autobús, cruzamos el río Rioni, pasamos junto al Monasterio de las Flores Verdes, ¿te acuerdas? Y un día en Tiflis tú descubriste el Museo de los Escritores, entramos y nadie sabía inglés, llamaron a una chica que se llamaba Nino, le pregunté por Pushkin, por Pasternak, por Knut Hamsun, nos llevó por una infinidad de pasillos que daban a oficinas y salas cerradas, llenas de fotos de escritores y textos, el museo era inmenso pero no se ofrecía al público, y nos explicó donde estaba el hotel London en el cual se había alojado Knut Hamsun, un escritor que había sentido el misterio de la naturaleza de una forma equivalente a Pasternak, que en ‘Pan’ tiene intuiciones similares a las del niño protagonista en El doctor Zhivago, pero como vio que no entendíamos nos llevó allí mismo, en la puerta había una placa en georgiano y en inglés, nos quedamos encandilados mirando, hiciste fotos, habló con un tipo para que nos permitiera pasar, las escaleras estaban deshechas pero quedaban restos de una belleza increíble, había un cuadro portentoso en un descansillo que habíamos visto en una foto, el pasamanos tenía reproducciones de manos y curvas exquisitas, se veían vidrieras de colores y un espejo que creaba unas perspectivas raras, y aquello producía una especie de dolor agudo, nos imaginábamos la época en que estuvo Knut Hamsun, la grandeza que tuvo aquello, lo bien que tuvo que encontrarse en aquel hotel, antes de que llegara a Tiflis Pasternak.

Y otro día fuimos a ver la casa de Paolo Iashvilli, el líder del Cuerno Azul, donde había invitado a Pasternak, resultó que estaba muy cerca de nuestro albergue, detrás de la avenida Rustavelli, en el barrio que trepaba por la falda de la Montaña Sagrada, salimos después de comer, estaba lloviendo y no teníamos paraguas, la calle era adoquinada y con edificios elegantes borrosos, las placas estaban en georgiano y en ruso, encontramos el número y reconocimos el nombre de Iashvilli, de modo que allí había vivido Pasternak, escapando de los agobios del estalinismo, la casa tenía restos de molduras pero estaba muy cambiada, jugamos a adivinar en qué ventana se asomaría Pasternak, concluimos que debía de ser una del segundo piso, concentramos nuestras miradas en ella, llovía, nos resguardamos en el portal de enfrente, observamos con avidez lo que se veía de las salas, nos pareció que ahora vivía un pintor, se veían telas apoyadas, seguramente ese hombre sabría de Pasternak, dijiste, pensamos en escribirle una carta diciendo que habíamos estado allí, y alguien se la traduciría, como siempre yo me demoraba, me fijaba en una mancha en la pared, en un detalle de los hierros, en la envergadura de la puerta, Pasternak estaría allí cuando se había asqueado de aquella peste soviética, de los himnos en alabanza del Gran Gorila, cuando decidió que solo valía la pena traducir a los clásicos extranjeros, pero tal vez llevaba los poemas de La vastedad de la tierra o Los trenes matutinos, Pasternak tenía un cuerno azul que deslumbraba a la Gran Rata y por eso no se atrevió a tocarlo, y se salvó porque era un gran poeta, como todos los poetas se salvan de una forma u otra, y como se salva siempre la poesía a pesar de todas las escolásticas, y como entran inevitablemente en los salones de robots metálicos los seres torrenciales con cuernos azules.

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