El Estado de la cuestión

La frase más recordada en tres décadas de debates sobre el estado de la nación fue aquella de Aznar: “Váyase, señor González”. Eso basta para hacernos una idea cabal de la elocuencia que han venido mostrando nuestros líderes. Eso es lo más a lo que ha llegado ninguno. Horas y horas de discursos durante años y años para que nos quede un váyase como recuerdo. La perla de este último debate la ha puesto Rubalcaba: “¿En qué país vive usted, señor Rajoy?”, preguntó, y todos en la bancada socialista aplaudían y vitoreaban puestos en pie, como si tuvieran delante a Aristóteles pronunciando un silogismo bestial, o a Ricky Martin sacándose la camiseta, que viene a ser lo mismo. 
Y para eso se pasan semanas preparando un debate y tienen cada uno a un equipo de asesores discurriendo frases lapidarias y sentencias ingeniosas que resultan no ser una cosa ni la otra. Si en lugar de enchufar como asesores a los sobrinos de sus colegas bajaran a una taberna, cualquiera elegido al azar los asesoraría mejor. Los que escriben los discursos de los líderes son unos zoquetes bien alimentados, ocurrentes como un rodaballo; sutiles como una manada de lobos persiguiendo a un cervatillo a través de un campo de mimosas. Si me contrataran a mí, por dos duros podría escribirles discursos grandiosos. Se quejaba alguna gente malintencionada de que ni Rajoy ni Rubalcaba se ocupaban de la economía doméstica. Pues claro, muchacho. De la economía doméstica ya se ocupan usted y su familia. En mi casa, valga el ejemplo, hubo un debate hace poco. Lo cuento: yo preparé una sopa cuya receta no tengo reparo en compartir generosamente con usted. 
SOPA DE FIDEOS. Preparación: Hiérvase medio litro de agua. Añádanse los fideos (un fideo por comensal). Ya está. Emplátese. Sorprenda a sus invitados. Trucos y consejos: No coja el agua del río. Puede venir con un alcalde nadando que le peatonalizará el hogar. Mi señora tomó la palabra para calificar la sopa de engendro culinario indigno de ser ingerido por un mamífero decente, dadas las ausencias de aroma, color, sustancia y sabor que presentaba el supuesto alimento. A su juicio, que parecía Chicote, aquello era “agua hervida, una sopa boba carente de personalidad y lo que es peor, carente de ingredientes”. Yo contesté que los recortes eran necesarios, pues durante su etapa de gobierno, que duró toda la semana anterior, ella nos tuvo comiendo por encima de nuestras posibilidades y se gastó todo el presupuesto en sanidad, educación y otras necedades, hasta dejar la despensa vacía. Añadí que estábamos superando la crisis, que pronto llegarían tiempos mejores y que las cifras macroeconómicas estaban mejorando gracias al esfuerzo de todos. Aproveché para anunciar medidas de impacto, como una tarifa plana a todos los miembros de la familia que trajeran la comida de fuera o que contrataran a un trabajador por tiempo indefinido. 
Acabado el debate tras los habituales turnos de réplica y contrarréplica, nuestros dos hijos fueron encuestados. El 100% opinó que el debate lo ganó mami y que la sopa era una porquería; acto seguido, ambos anunciaron que estando próximo el advenimiento del carnaval, no contáramos con su presencia al menos hasta que ardiera Ravachol. 
Le dijo Fraga a González en el primero de los debates, en 1983, que su disertación había tenido mucho metraje y poco mensaje. Fraga lo dijo durante un discurso igualmente largo, tedioso y vacío. Desde entonces, todos, sin excepción, nos han ofrecido exactamente lo mismo. Lo peor es que nos endosan esas intervenciones con pasión de cantaor, en plan encendido, como si la cosa fuera con ellos, y curiosamente como si alguien estuviera escuchándolos. El último debate entre Aznar y González, en 1995, fue seguido por más de dos millones de personas; la intervención de Rajoy del otro día la vieron 75.000 aguerridos mohicanos, probablemente drogadictos todos ellos. No se entienden esos esfuerzos de los líderes por aparentar una elocuencia de la que carecen y largar discursos de más de una hora que no le interesan a nadie. Ya no seguimos esos debates, más que nada porque a estas alturas no va a venir un político a contarnos cuál es el estado de la nación, como si lleváramos quince años viviendo en Nueva Zelanda. 
Usted mismo podría explicarles a Rajoy, a Rubalcaba o a cualquiera de los otros cuál es el estado de la nación. Pero no se esfuerce, muchacho, no se fían de usted. No les interesa su opinión, cargada de verdades demasiado dolorosas para ser escuchadas por un dirigente. Para eso tienen asesores, para no enterarse de nada. Sería mucho pedirles que dirigieran sus miradas un poco más allá, hacia el sufrimiento de sus administrados. A fin de cuentas ellos a duras penas vienen sabiendo por los juzgados o por la prensa cuál es el estado de sus partidos, pero sobre eso prefieren no debatir.

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