El paseíllo pontevedrés del gran Rafael Alberti

Noventa años después de aquella cita esta se mantiene como uno de los hechos más curiosos y singulares de la historia de la ciudad
Rafael Alberti en su regreso a la plaza de toros en 1993
photo_camera Rafael Alberti en su regreso a la plaza de toros en 1993

Nuestra ciudad está repleta de historia y de historias. De relatos que fueron poco a poco conformando una identidad común. En esa identidad la plaza de toros de Pontevedra también ha jugado un importante papel ya que sobre su arena y en sus tendidos se han sucedido infinidad de anécdotas. Quizás una de las más importantes, tanto por el hecho en sí, como por la calidad de su protagonista, sea la que tuvo lugar un verano de hace noventa años, cuando Rafael Alberti, el poeta que en aquellos años todavía no mecía al viento su cabellera blanca y que ya había logrado el Premio Nacional de Literatura por Marinero en tierra, realizó el paseíllo vestido de luces en la cuadrilla de Ignacio Sánchez Mejías.

"Me he enterado que Alberti anda con gitanos, banderilleros y otras gentes de mal vivir. ¡Está perdido!", comentó Juan Ramón Jiménez cuando llegó a sus oídos las amistades del poeta gaditano. Un poeta amante de los toros que siempre tuvo la ilusión de formar parte de ese mundo. Esa ilusión se cumplió en Pontevedra pero sólo duró unas horas ya que al término de la misma y sin haber puesto el pie fuera del callejón decidió que la fiereza del papel en blanco era más compatible con él que aquel "ciego rayo sin límite, que es un toro recién salido del chiquero", como él mismo lo definió, al recrear aquel episodio pontevedrés en la primera parte de sus memorias La arboleda perdida.

"Menos mal que aquel público gallego no era de esos que piden ‘hule’, como el andaluz o el madrileño, y pude pasar desapercibido"


Ignacio Sánchez Mejías también abandonó los ruedos tras la tarde pontevedresa, aunque años más tarde regresaría en los ruedos para encontrar allí la muerte. Él fue quien porfió en que Rafael Alberti se vistiese con un horroroso traje naranja y negro, un traje de luto que conservaba Sánchez Mejías de la muerte de Joselito, su cuñado. Una tentativa anterior casi lograr sacar a Alberti al ruedo en Badajoz, pero finalmente la insistencia de Sánchez Mejías logró que Alberti hiciera el paseíllo en Pontevedra, en presencia del gran cronista taurino José María Cossío y un público, llegado de toda Galicia y el norte de Portugal que llenaba los tendidos al filo de las cinco y media de aquel 3 de julio de 1927. La Banda de Música de Marín marcó el anuncio de ese paseíllo entre cuyos componentes iba el poeta, al que pocos reconocerían de aquella guisa. Fue el principio y final de la carrera taurina de Rafael Alberti: "Menos mal que aquel público gallego no era de esos que piden 'hule', como el andaluz o el madrileño, y pude pasar desapercibido, dentro del callejón, durante toda la lídia".

Para bien de la poesía el autor de Sobre los ángeles renunció a los riesgos del toreo para protagonizar aquel mismo año, tan sólo unos pocos meses después, una iniciativa financiada por el propio Sánchez Mejías, torero ilustrado, participando del mítico homenaje a Góngora que en Sevilla sirvió para conceder carta de identidad a la Generación del 27.En "Aquel momento luminoso" como lo definió hace pocas fechas Antonio Lucas en un especial de El Mundo sobre esa Edad de Plata, no duden que entre los Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Federico García Lorca o Gerardo Diego, Rafael Alberti relataría su gesta taurina pontevedresa.

Aquel paseíllo no cayó en el olvido y tuvo un emocionado recuerdo en 1993, cuando otro Sánchez Mejías, no torero pero sí cirujano, el pontevedrés doctor José Luis Barros Malvar, insistió para que Rafael Alberti regresase a aquel tiempo, al coso de su San Roque querido para pisar la arena de A Moureira, para fijar los pies en el centro del albero e instrumentar aquel pase que nunca se llegó a dar. Un pase que nunca salió de un callejón lleno de sonetos, de raspaduras de vidrio, de galopes, y cometas de oro. Poesías que encontraron un paño diferente al de la franela para ser dibujadas en el aire. Aquel día de verano de 1927 Alberti hizo de Pontevedra la posibilidad de cumplir una ilusión, pero como tantas veces la realidad eligió su propio camino dejando, en este caso, una historia que no se volvió a repetir en ningún otro lugar del mundo.

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