El sarcófago de Ramsés

Estuvo bien la ceremonia, que alejada de la pompa british se quedó en ritual castellano, aseado y con pinceladas de purpurina, que es el oropel de los pobres. Y bien Leticia sin “Z”. Leticia haciendo de Leticia es la mejor interpretación de sí misma. Bien, igualmente, la ausencia de simbología religiosa, omnipresencia atávica que demandaba punto final. Y que la primera recepción fuera a las víctimas del terrorismo, algo así como darle oxígeno a quien escala un ocho mil con la mochila cargada. Estupendo ese Froilán que promete jornadas de gloria ya adelantadas cuando se disparó en un pie, ese Froilán que pasa de normas y descorrió el cortinón, metáfora del futuro aperturismo real. Transparencia, claro, que es la pirrilera política actual, como si lo público fuese una cuestión de cristalería. Froilán superará a Alfonso de Hohenlohe y a lo mejor lo vemos mearse, mamado, en el Retiro, en El Campo del Moro oliándose a paraguazos con la prensa. Correcto el proceso en sí porque Mateo Morral ya murió y no hubo bomba, porque las manifestaciones se quedaron en la rebeldía femenil, transformista y pitopáusica de Verstrynge y porque la normalidad es novedad en esta España de derechas e izquierdas, en esta España de antagonistas habituada a que sus hijos se den de hostias y se pinten la cara de sangre. Y no estuvieron bien el ganchete ni el beso mejillero, estética afectiva trasnochada impropia de monarcas jóvenes recién huidos de la virginidad principesca. Lo suyo hubiera sido un pico y las manos enlazadas, tipo los Obama. Tampoco estuvo bien el uniforme de Felipe VI, porque España es “milica” después de civil y la civilidad es quien más gobierna. Y no va a estar bien el primer viaje. Al Vaticano. El primero tendría que serlo a un INEM, que es por donde sangra nuestra herida. Mal el rey Juan Carlos, autista gestual y afectivo, sordo a cualquier muestra de cariño, véase el beso de Doña Sofía que no correspondió (Lo del autismo ya lo adelantó David Rocasolano en el libro que iluminó el apagón informativo de la vida privada palaciega. David decía que al rey Juan Carlos solo le interesa una cosa, el rey Juan Carlos. A saber). Tampoco estuvo bien el grito de Posada proclamando. Eso lo bordó Alejandro Rodríguez de Valcárcel en la otra. Alejandro clamó y proclamó (Posada solo proclamó). A Alejandro lo oyeron hasta los franquistas amadrigados en el bunker; el grito de Posada, de flojo que fue, lo hubiera firmado un empollón del PREU estudiado en colegio de pago;fue, sí, un gritito de Muecín gastroenterítico por ingesta de ostras. Muy mejorable, ya digo. Feo Aznar sin bigote y feo el rictus de estar de vuelta de todo del abuelo autopatrono (del taxi) de la reina. Ambas expresiones emulaban, acaso sin querer, las de Ramses II y Tutankamón, tal que si ambos hubieran dejado aparcado el sarcófago en la Carrera de San Jerónimo. ¡Ah! Y los que rayaron la perfección fueron los tiraboleiros, los cortesanos provincianos agradecidos a la labor real, que amnésicos a elefantes y otros borbones os relegaron intencionadamente que aunque el rey arrimó el hombro y acertó en muchas cosas, la transición la hizo el pueblo. Los cortesanos provincianos son casi lacayos. A veces, si se aplican, incluso alcanzan al palafrenero, que era el que, a pie, tomaba de las riendas el caballo del monarca.     

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