El verano en que Suárez se hizo socio del Pontevedra

Parece una historia de ciencia ficción, de esas que se cuentan de padres a hijos, a modo de leyenda, en las que no se sabe cuánto de imaginación se ha puesto encima de la mesa. Algo así como esa portada del Pravda en la que salía Cholo, el mito viviente del Pontevedra, de la que todo el mundo habla pero que nadie ha visto. Pero esta historia no es falsa. Ni inventada. Es cierta, y ocurrió un verano, el de 1980, el último de Adolfo Suárez como presidente, entre O Grove y Sanxenxo, con Pontevedra como telón de fondo.

Suárez pasó más de 20 días de aquel mes de agosto en la finca Atlántida, la mansión de Raymundo Vázquez en A Lanzada. La casa, aparte de los obvios atractivos de la costa de O Grove, reunía muy buenas condiciones de seguridad, según cuentan personas que visitaron al presidente ese verano, y eso era una razón de peso en los años de plomo en los que el terrorismo asolaba al país.

Al poco de llegar, su mujer Amparo Illana, empezó a quejarse de unos dolores de espalda que no remitieron con el paso de los días. Fue entonces cuando llamaron a su casa al doctor Miguel Domínguez Rodríguez. El médico se presentó en A Lanzada con su hijo, Miguel Domínguez Vaz, que por aquel entonces era el médico del Pontevedra y que solo unos meses después se haría con la Presidencia del club.

«Mi padre vio a la mujer del presidente y después estuvimos hablando los tres. Creo que más adelante se aficionó por el golf, pero por aquel entonces Suárez era un apasionado del tenis», cuenta Miguel Domínguez Vaz.

Suárez conectó con los Domínguez, que poseían un chalé en Areas (Sanxenxo), uno de los pocos que podía presumir de una pista de tenis. Parece una metáfora de lo que fue la labor de gobierno del presidente, meteórica, sin pausa, inmediata, pero en un visto y no visto, Suárez empezó a visitar la finca de Areas casi a diario. Allí jugaba al tenis e incluso asistió a varias comidas acompañado de toda su familia, con el típico menú veraniego a base de sardinas, churrasco o paella, aunque en alguna ocasión también cayó, según recoge el Diario de Pontevedra de la época, una buena mariscada con una ternera asada al espeto.

Fue en una de aquellas sobremesas cuando Miguel Domínguez comentó que se estaba impulsando una campaña de captación de socios para reflotar al Pontevedra, que no pasaba por su mejor momento, lejos ya de los tiempos del Hai que roelo, y que esa misma temporada descendería a Tercera División.

«Nos dijo: ‘Pues me hago yo socio del Pontevedra. Quiero colaborar’», cuenta Miguel Domínguez. Podría haber sido el típico comentario para quedar bien, de un hombre que se manejaba a la perfección en las distancias cortas, o incluso podía haber pedido que le pasaran la factura a La Moncloa, donde quizás pagaría él de su bolsillo o quizás se cargaría como gasto del Gobierno. Pero no. Lo que hizo Suárez fue sacar su cartera y pagar allí mismo un año como socio del Pontevedra en tribuna.

Como es lógico, no fue a ningún partido de aquella temporada y cuando acabó el año ya ni siquiera era presidente del Ejecutivo, pero antes aún tuvo tiempo de un nuevo encuentro con Miguel Domínguez, en un mitin electoral celebrado en el Hotel Comercio, de Lalín, a donde el médico se acercó a saludarle.

«Mi mujer estaba embarazada de mi hijo David y en uno de aquellos encuentros en Areas nos había preguntado que cuándo salía de cuentas. Le dijimos que en septiembre y nos respondió: ‘Ya verás cómo nace el mismo día que yo, el 25’. Cuando nos vimos en Lalín, me preguntó: ‘¿Qué? ¿Cuándo nació el niño?’. Y resultó que sí, que había nacido el 25», rememora el doctor pontevedrés.

La seguridad

Asistiendo a cualquier despliegue de seguridad actual por la presencia de un presidente del Gobierno parece extraña la poca vigilancia que hubo aquel verano. «No fue nada parecido a lo que pasaría hoy», asegura Miguel Domínguez. Unos escoltas se apostaban a la entrada de la finca de Areas cuando Suárez estaba en el interior. Allí pedían los carnés de identidad a la gente que entraba, incluso a los miembros de la familia propietaria de la casa, pero no cacheaban a nadie.

Aquello era muy diferente si se veía con los ojos de un niño, como era en aquel entonces Rafael Domínguez Artime, sobrino de Miguel Domínguez, que aún hoy rememora el revuelo montado en la finca de Areas: «Había mucha gente alrededor y cierto nerviosismo».

«Lo único que puedo decir de él es bueno», se sincera Miguel Domínuez. «Era increíble en el trato personal. Tú no hablabas con el presidente del Gobierno, parecía un amigo tuyo de toda la vida. Era entrañable. Todo lo que se está diciendo estos días en ese sentido es cierto. Ese magnetismo personal... Se acordaba de tu nombre. Tenía un don de gentes fuera de lo normal. Venía con toda la tranquilidad y jugaba al tenis con uno o con otro hasta que se marchaba al anochecer».

El Suárez tenista es recordado como un buen jugador, que subía a la red, valiente (otra vez la metáfora de su vida personal), que no se quedaba en el fondo de la pista. Uno de aquellos partidos lo jugó con Rafael Domínguez Vaz, hermano de Miguel, un buen jugador, que venció al presidente del Gobierno por 6-2 y 6-3. Suárez, orgulloso, le retó a una revancha que debería celebrarse en el Palacio de La Moncloa. A esas alturas no habría hecho falta ningún ‘puedo prometer y prometo’ para asegurarse de que hablaba en serio porque esa promesa, que habría sonado falsa en boca de muchos otros políticos, tanto de ahora como de entonces, se cumplió poco después, cuando Rafael, presidente de la Federación de Clínicas se acercó a Madrid. Suárez lo recibió en palacio dispuesto a jugar esa revancha. Le enseñaba las instalaciones y charlaba con él cuando sonó el teléfono: había habido un atentado. Aquel partido nunca se jugó.

Las declaraciones de 1980: «Mis vacaciones aquí están siendo muy buenas»

La prensa hizo un seguimiento intenso de la estancia de Suárez en A Lanzada. El 6 de agosto Diario de Pontevedra publicaba unas declaraciones suyas en las que afirmaba: «Mis vacaciones están siendo muy buenas». Acababa de llegar al muelle de Pedras Negras, en San Vicente do Mar, tras hacer una excursión marítima en el yate que un industrial de Vilagarcía había puesto a su disposición.

En la crónica se daba cuenta de la actividad del presidente, que aún no había tenido ningún contacto político, algo que cambiaría en los días posteriores, con visitas de Leopoldo Calvo- Sotelo o Pío Cabanillas, o con un viaje a Portugal, y se alababa su «excelente buen humor», que demostró charlando con aquellos que se acercaron a saludarlo. Se hablaba de su afición al tenis, al mus y a la natación y, algunas jornadas más tarde, se daba cuenta de una salida de pesca en la que capturó la sorprendente cifra de 14 tiburones.

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