Escribir

Siempre que alguien me pregunta por qué empecé a escribir le contesto que, como muchos otros jóvenes, para ligar más, pero para ligar irónicamente (a falta de talento para ser músico, buenas son las letras). En realidad, comencé a plasmar pensamientos sobre papel para tener compañía. Casi siempre escribo sobre historias del pasado y, cuando lo hago, habito otra vez en ese pasado. En no pocas ocasiones hablo sobre personas que para el que lee no son más que personajes anónimos, pero que para mí han existido. Cuento mi versión de aquella historia común que hemos vivido y, como expresó el genial escritor italiano Erri De Luca, esa «es mi manera de hacer que la vida acaezca una segunda vez». «Son historias vividas, olvidadas y después recordadas» -dijo el autor napolitano-, sin esa pátina de verdad con la que el dolor impide aliviarse a la nostalgia. Soy de esos que, como reveló Henry Miller en ‘Trópico de Capricornio’, solo encuentra cierto sosiego en el intento de exteriorizarse. Mi placer reside en contar historias y transmitir experiencias. Y a aquellos que piensan que el ejercicio del recuerdo y las ideas es puro ornamento estéril, De Luca les respondería que «la literatura no es un decorado, sino el suelo donde nos apoyamos: ponemos los pies encima de la cabeza de los cuentos de nuestros padres».

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