Espacio Atlántico (2): del pulpo a las lágrimas de cocodrilo

Toda feria de arte que se precie de rigor y profesionalidad se valora, entre otros muchos factores, sobre todo por la cantidad, calidad e importe de sus operaciones comerciales. En el caso de esta segunda edición en Vigo de Espacio Atlántico, ni el mercado, ni mucho menos el arte, la cultura o la imaginación, han cotizado en un suelo de hormigón donde la conveniencia o no de moqueta ha llegado a ser uno de los temas de conversación con los que contemporizar la falta de clientes y ventas. A la espera de esta jornada dominical de clausura, las conclusiones apuntan a otros tipos de intereses y rentabilidades. De una parte, los ingresos directos que la empresa organizadora (la firma madrileña Scarpellini Proyectos) obtiene gracias a la política de feria subvencionada que han propiciado Xunta de Galicia y Autoridad Portuaria de Vigo como paganos del invento. Unos ingresos que bien ayudarían a desatascar las mermadas capacidades de gestión, compras y difusión que padecen los centros y museos -no sólo CGAC y MARCO-, y con ellos, también, las galerías y el resto del sector del arte contemporáneo en Galicia. Y de otra parte, como pretendido efecto boomerang, el rédito mediático que estas instituciones subvencionadoras pudieran obtener para las elecciones municipales de mayo 2011. Máxime, si la presidenta de la Autoridad Portuaria de Vigo, Corina Porro, es candidata del Partido Popular a la alcaldía, y dispone de la visita de refuerzo del presidente de la Xunta y de su conselleiro de cultura. No resulta entonces tan extraño el desmarque del actual Concello de Vigo (ni socialistas ni nacionalistas), a la hora de negarse a figurar como comparsas en una feria que corre el riesgo de lucir, mayoritariamente, el típico estilo “flequillo rubio PP”. Así las cosas, la feria en sí, con todas sus expectativas y promesas, con sus participantes, contenidos, públicos, etc., parece quedar como excusa de fondo para estos otros intereses, de calado tan poco estético como ético. Es la cruda deducción que se saca de unos organizadores que exigen pero no cumplen; de las presiones políticas a los expositores -“tienes que participar, hazlo por Galicia”- y de los criterios de improvisación de última hora; de un programa de coleccionistas invitados que se diluyen en su fugaz inexistencia –no hubo millonarios belgas, ni rusos, ni chinos, ni del resto de España, y tampoco los empresarios y fundaciones gallegas respondieron a la altura de las necesidades-; de unas actividades extras que han rozado los mínimos cuando no, directamente, el vacío o el ridículo –pretensiones de hacer “dibujo expandido” con humo de aviones que se quedarán, justamente, en castillos en el aire-; de una directora artística que, más allá de sus altas dosis de autoestima, se limita a decir que hay que comprar y, de paso, nos regala perlas como que “Galicia es una tierra propicia para presentar ‘The Lloratorio’ -la decepcionante e inclasificable propuesta de Rossy de Palma-, porque aquí se ha llorado y se llora mucho…”; en definitiva, un pulpo de chicle, una quimera de feria que ha puesto en evidencia que -más allá de la recurrente crisis económica-, los esfuerzos e ilusiones se escurren por las grietas que benefician a políticos locales y a algunos, pocos, privados ajenos. La repercusión para la frágil estructura de la comunidad artística gallega se reduce a la función de punto de encuentro y al estéril convencimiento de los ya convencidos. Escuchar, una vez más, que no existe mercado porque no hay coleccionismo, o viceversas similares, son letanías que vendrían a confirmar el tópico del ”llanto a la gallega”. Y para esa consumación, mejor nos iría con una ofrenda a Rosalía de Castro como performance y nos hubiéramos ahorrado muchas caras de pasmo. Se termina esta feria y se avecina un futuro incierto. Fuera pues las lágrimas de cocodrilo, toca implicar entusiasmos renovados para superar las promesas frustradas, ponerse manos a la obra para reconducir argumentos e ideas, y echarle un poco más de humor e ironía como señas de identidad del territorio. Menos sumisión político-institucional, menos concentración parcelaria de intereses cruzados, más trabajo y dedicación, y más colaboración entre las diferentes partes del sector. Sólo así será posible demostrar que aquí también se saben y se pueden llevar adelante proyectos con iniciativa y estilo propios, capaces de generar una ilusión y una sonrisa, y alejar la sempiterna mueca de la resignación.

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