Evasión culinaria

Somerset Maugham dice que adquirir el hábito de la lectura es construirse un refugio

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NO SIEMPRE, es cierto. De hecho, ni siquiera debería ser la norma general, sino algo excepcional, una salvedad, un alto. Pero hay veces en que nos hace falta evadirnos, qué duda cabe. Evadirnos, escapar, si no literalmente sí de espíritu, porque lo necesitamos. Necesitamos alejarnos un poco, aunque solo sea un momento, poner distancia y coger aire. Y, si fuese posible, incluso olvidar. O creernos que olvidamos.

Por desgracia no suelen faltar motivos ni problemas a los que desear perder de vista, pero esta temporada sobran. Y llega un momento en que la preocupación toca techo y pide un descanso, porque se insensibiliza por saturación.

Y entonces uno puede seguir el consejo de Somerset Maugham cuando dice que adquirir el hábito de la lectura es construirse un refugio contra casi todas las miserias de la vida, y abrir un libro y tirarse dentro. Por ejemplo, dentro de uno que explique que los huevos de serpiente están en su punto al decimoséptimo día de haber sido puestos, y que han de cocerse en agua en la que hayan cocido mondas de naranja, y comerse con brotes de acacia pérsica macerada en sangre de liebre; porque leer eso y no sentirse transportado parece difícil. O en un libro que sostenga que uno de los principales argumentos en contra del calvinismo es que Calvino, cuando estuvo en Armagnac, no probó ni una gota de aguardiente; porque leer eso ayuda a relativizar un poco más las cosas, que falta hace.

Curiosamente, ese libro, titulado La cocina cristiana de Occidente, hace un movimiento suicida al contar que los vikingos descubrieron que los mejores asados se hacían a fuego de libros. Y que por eso arrasaban con los códices en pergamino de las catedrales, y quemando textos canónigos grecolatinos asaban gansos, lechones, corderos y lo que surgiese.

Puede que haya quien encuentre tonto dedicar su tiempo a leer textos poco realistas, poco prácticos, demasiado envueltos en fantasías. Como este de Cunqueiro. Puede quien encuentre tonta la evasión. Puede que lo sea, no seré yo quien discuta demasiado al respecto, que discusiones ya hay bastantes. Pero estoy seguro de que, leer que en Bretaña había viejas brujas que adivinaban el color de los ojos de las amadas de los caballeros andantes solo por el eco del galopar de sus caballos al pasar por el camino, a mí, a veces, me ayuda a ser un poco más feliz.

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