Fran Rico o el arte de la omnipresencia

Hay muchos tipos de obligaciones. Hay, por ejemplo, obligaciones laborales. Y también hay obligaciones del alma y el cuerpo. A veces entran en contradicción y uno debe elegir entre unas y otras. Como debía haberle ocurrido ayer a Fran Rico.

Pero no.

Fran Rico eligió la omnipresencia. Nada nuevo. Es a lo que se dedica en el centro del campo del Granada Club de Fútbol, a estar en todas partes al mismo tiempo, así que no le costó demasiado. La costumbre. Recibía la Raia de Ouro, sí, y al mismo tiempo, pese a estar lesionado, tenía que cumplir con su equipo, que se la jugaba en Sevilla. Los tiempos no encajaban. No le quedó otra que hacer un poquito de magia.

Durante la semana ya había avisado al Concello de Sanxenxo de que le sería imposible estar presencialmente en la carpa de Portonovo. Como compensación, su club iba a realizar un vídeo para que fuese proyectado ante los asistentes. En él se pudo ver al jugador de Portonovo marcando un gol con la camiseta del Granada. Después, las palabras, el cariño. Fran Rico se dirigió a todos aquellos que se personaron en la carpa, que no fueron pocos aunque el sol jugase al escondite. Dio las gracias por la Raia de Ouro y recordó lo primordial, lo básico: en Portonovo están sus amigos, es el lugar al que siempre quiere volver. Reconoció que no era lo mismo estar en persona que hablar por vídeo, pero ya se sabe que aquellos que gozan del don de la omnipresencia tiran hacia la modestia.

De ocupar su vacío, de que no se notara, se ocupó su familia. Sobre todo Susi, su hermana, quien subió al escenario a recoger el galardón; y también su madre y su tía Amparo, que recibieron emocionadas el cariño de la gente.

No se quedó ahí la magia de Fran Rico. Se trataba de un acto emotivo, bonito, y no era lo mismo seguirlo en directo que en diferido. Estar a cientos de kilómetros pero con el corazón en Portonovo implicaba un truco final: el jugador del Granada pudo ver todo lo que pasaba en la carpa a través del skype gracias al móvil de un familiar. La repetición de la jugada quedaba para el día después.

Hasta ahí llegaron los malabarismos: Fran Rico no pudo jugar en Sevilla. Lesionado, no se calzó las botas. A su equipo le cayeron cuatro, uno detrás de otro. La magia, toda, omnipresente, se había gastado en Portonovo.

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