"Había que exterminarnos"

Y se hizo de manera implacable. De hecho, las dictaduras argentinas y chilenas fueron célebres por sus intrincados métodos de tortura. ¿A usted cómo la torturaron?
—La tortura física era a lo primero que se le sometía a un detenido. Pero tortura es cada segundo que pasa uno dentro del campo de concentración. Sin alimentación, sin saber si es de día y de noche. Es una tortura para las familias, que ven como te llevan con los ojos vendados y las manos atadas atrás. Y durante meses sin saber si estábamos vivos o muertos. Cada segundo dentro de un campo es tortura.
[En la declaración judicial contra uno de los represores, hace un año y medio, Eloy reveló haber sido sometida a sesiones de picana eléctrica, golpes y amenazas. En ese estremecedor testimonio cuenta haber compartido calabozo con una mujer crucificada. Fue maltratada junto a sus compañeros por el sacerdote que las atendía. Y "cada cuatro o cinco días nos pasaban una manguera por la mirilla de la puerta y había que abrir la boca para tomar agua, y cada doce o quince días nos daban algo sólido". Pesó al salir 29 kilos].


¿Mantiene relación con los supervivientes?

—Somos pocos. Cuando estaba dentro memoricé el nombre de doscientas personas, y de esos doscientos, entre todos los lugares en los que yo estuve, no llegaremos a quince. El resto está desaparecido.


Mucha gente se ha dado de bruces después en la calle con sus verdugos. Siguió la vida, en cierta manera, como si nada. ¿Fue su caso?

—Sí. En la Comisión de la Verdad, que no tenía efecto penales, reconocí la voz de un policía. Hacía 25 años. Lo denuncié al Estado. Estaba completamente libre y también en actividad. Casi un año después fue detenido, y está con detención pero en su casa.

¿Y a Miguel Etchecolaz, el jefe de policía de Buenos Aires que ordenó su secuestro?

—Comandó el grupo que entró en mi casa. Conseguimos su condena, pero a la par que conseguimos su condena, secuestraron a Jorge Julio López, otro superviviente que declaró conmigo en el juicio a Etchecolaz. A día de hoy, hace un año y cinco meses que Jorge sigue desaparecido. Ahora. No en 1976: ahora. El 18 de septiembre de 2006.

Extraño...

—No, no es extraño. La inmensa mayoría de los represores son libres. Y un número altísimo de ellos están en actividad.

Quiere decir que no hubo justicia.

—Exacto, y por eso necesitamos ayuda para sostener los juicios. Y que pase lo que tenga que pasar. No estamos pidiendo venganzas personales. Que haya justicia y que haya condena.

Bajo estas circunstancias no hay perdón ni olvido.

—No se puede hablar de reconciliación sin justicia. Si alguna vez se terminara de juzgar, quizás se podría empezar a hablar de esto, a pesar de lo difícil que resulta. Pero si no, imposible. 

La historia de Nilda Eloy no tiene nada de excepcional. Por lo menos, en las circunstancias históricas en las que se vio envuelta. Fue secuestrada y torturada durante la dictadura militar argentina. Sólo tenía 19 años, pero no era ni mucho menos de las más jóvenes. Fue después testigo protegida de los procesos que se siguen contra aquellos crímenes, y el día en que salió de su casa a la Cámara Federal de La Plata a declarar en el Juicio de la Verdad se cumplían, casualidad, 26 años de su secuestro por los militares. Un coche con dos hombres la persiguió hasta pararse junto a ella, y uno de ellos le dijo: "Feliz aniversario". En esta entrevista Nilda Eloy, que dio ayer una charla invitada por el Ateneo de Pontevedra, insiste en que los verdugos no sólo están libres, sino que muchos conservan sus puestos en las Fuerzas de Seguidad del Estado. Eloy conserva, como un inoportuno tesoro, su experiencia como torturada, que comparte con quienes quieran escucharla. Es su forma de seguir luchando por la justicia

No fue usted, con 19 años, de las más jóvenes. De hecho, ha subrayado en alguna ocasión la extraordinaria juventud de las víctimas.

—Hubo gente muchísimo más chica que yo. Gente de dieciséis, de quince, de catorce. La edad no era óbice de nada. Yo he conocido a chicos de seis años y a una mujer de 84. La edad no era impedimento ni para el secuestro ni para la tortura.

¿Cómo se la llevan a usted? ¿Le dan alguna clase de razón?

 —En mi caso, la excusa fue venir a buscar a un ex novio mío. Pero bueno: yo cumplía todos los requisitos como para ser víctima del genocidio. Era joven, trabajaba, estudiaba, pensaba... Había sido educada y criada para pensar, respetar y hacerme respetar. Tenía ilusiones y un nivel de participación en la sociedad como el de toda mi generación. No tenía una militancia en ninguna organización política, pero no era imprescindible para venir a por nosotros.

Fue un ataque a su generación.

—Eramos una generación que suponía un obstáculo para implantar lo que se implantó en nuestro país. Había que exterminarnos.

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